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El fin primordial en la vida es el ser y no el parecer

Cartel animando a cumplir el confinamiento en casa, en un balcón de Barcelona, el pasado 22 de abril.

Cartel animando a cumplir el confinamiento en casa, en un balcón de Barcelona, el pasado 22 de abril. / JORDI COTRINA

Jesús Sánchez Ajofrín Reverte

Sucedió cuanto tocaba, como suceden los aconteceres que no controlamos, en el momento más oportuno. No era la primera vez que me sucedía, pero dadas las circunstancias del caos que nos mantenía confinados en casa tuve tiempo suficiente para observar que los calcetines que me puse aquella mañana no eran del mismo color.

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Fue entonces cuando me paré a pensar que mi vida dependía del protocolo de un absurdo ordenamiento banal. Cómo fueron a parar esos calcetines (de distinto color) al cajón no viene al caso ahora, porque daría para otra historia, pero podríamos deducir que el caos se nutre de caos.

Tras cuarenta y tantos días que llevábamos confinados en casa por la pandemia mundial del covid-19, entendí la importancia de lo que no importa: me dio tiempo a desclasificar todo aquello que era inservible para intentar llevar una vida más plena. ¿De qué vale ese porcentaje tan elevado de pensamientos y acciones que están inmersos en esa trama social, inerte e inocua, en la que nos movemos?

La máxima de esta pequeña historia vendría a decirnos que el fin primordial en la vida es el ser y no el parecer. Qué más da el color del calcetín si solo pareces pero no eres.

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