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Cuando todos éramos capitalistas en el 2008

Logotipo del euro ante la sede del Banco Central Europeo, en Fráncfort.

Logotipo del euro ante la sede del Banco Central Europeo, en Fráncfort. / ARNE DEDERT (EFE)

El capitalismo popular desarrollado ideológicamente, durante los años finales del siglo pasado y hasta 2008, como democracia económica, predicaba que cualquiera, con un pequeño esfuerzo de ahorro previo, podíamos convertirnos en accionista de una o varias macroempresas y participar efectivamente de los beneficios generados, por muy especulativos que estos fuesen.

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A pesar de las críticas que se le pueden hacer, el sistema de acumulación capitalista tiene un grado de aceptación social mayor del que la lógica y un análisis racional inteligentes le podrían conceder; es ya una cultura, con valores propios y una visión del mundo enraizada en la mentalidad de los ciudadanos-clientes-consumidores, y determina su comportamiento.  

Hasta que ha aparecido la cruda realidad y sus consecuencias reales y no previstas, han estallado una tras otra las burbujas (capital-riesgo, inmobiliarias, preferentes), entonces surge de nuevo el ciudadano reivindicativo, el pequeño ahorrador que necesita del Estado, que previamente habíamos reducido en aras de la iniciativa privada.

Lo habíamos hecho para que ponga orden, a posteriori, en una mercado insaciable y tan canalla que devora a sus propios hijos, sobre todo a los que mas habían confiado en el sistema, la sufrida clase media; la única que por su nivel de ingresos puede ahorrar, pero no puede especular.

Lo que ocurrió con el rescate de los bancos hipotecarios, los incentivos fiscales a la inversión, le reducción de cotizaciones empresariales, exigen una desinversión pública que imposibilita la cohesión social.

Y oculta la enfermedad de fondo: la desaparición de la soberanía popular y de la voluntad política conformadas electoralmente, para dejar la defensa del interés general a las fuerzas económicas hegemónicas en cada momento, aunque sepamos que sus decisiones van a ser siempre egoístas por buscar, con legitimidad o sin ella, exclusivamente el beneficio particular o corporativo, en detrimento del interés general o social.

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