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La artista del subterráneo también merece respeto

Hace unos días, en uno de los vagones masificados del metro de Barcelona, concretamente de la línea 1, los pasajeros y yo mismo nos topamos con una encantadora melodía. En este caso no era una más de las que nos acompañan en nuestros estresados trayectos, una dulce voz que traspasaba nuestros prejuicios más indeseables cantaba mientras tocaba su guitarra. Al finalizar su positivo canto nos deleitó con un pequeño discurso en el cual declaró la guerra a todas nuestras cerradas mentes: “No quiero que me den dinero. Solo quiero que sonrían y que me paguen con un abrazo, un poema, un dibujo, los cuelgo en las paredes de mi habitación, nunca los tiro. Lo prometo”.

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Inconscientemente, no pude contener mi silenciosa sonrisa antes tale palabras. Los músicos del metro son nuestro pequeño concierto matutino, nuestro contacto más cercano con la música en vivo. Por ello, y por hacernos olvidar nuestros problemas durante unos minutos, debemos otorgarles todo nuestro cariño y admiración. Este es solo un ejemplo más que nos hace recordar la necesidad de proteger la cultura en todas sus formas. Esta es una labor que nos concierne a todos los ciudadanos, pero especialmente a nuestros dirigentes a quienes siempre debemos exigir que promocionen de forma adecuada el conocimiento y, a su expresión más humana, el arte.

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