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El cambio climático aumenta el riesgo de incendio aunque la mayoría sean provocados por humanos

Las condiciones climáticas, el abandono rural y la falta de gestión de los bosques propician una mayor virulencia de los incendios forestales, pero los avances del cuerpo de bomberos han reducido la extensión de las zonas afectadas desde mediados de los 90

Labores de extinción de incendio que afecta a Tenerife.

Labores de extinción de incendio que afecta a Tenerife. / Feed

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Ona Sindreu
Ona Sindreu

Periodista de datos de Verificat.

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Esta semana, con 80.000 hectáreas arrasadas por incendios forestales en España, Vox ha declarado que culpar al cambio climático es “ponerse una venda en los ojos” porque la responsabilidad es únicamente “de los pirómanos”. Que el fuego tiene origen humano es una realidad en la mayoría de casos: la única causa “natural” son los rayos (en algunos países, también los volcanes), que han causado el 10% de los incendios forestales en Catalunya en la última década. El 90% restante lo forman negligencias, accidentes e intencionados (este último, con un 26%).

Pese a las causas “humanas” de la mayoría de incendios, el abandono de los bosques, sumado a un aumento de las temperaturas y la sequía, pone al mundo rural en una situación que los expertos califican de “extremadamente vulnerable”. Es “tan sencillo como explicar que si tiras una cerilla en hojarasca seca, se puede prender más fácilmente que en hojarasca húmeda”, resume a Verificat Enric Aguilar, experto en cambio climático de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona. “Incendios siempre ha habido”, matiza Aguilar, “pero el cambio climático hace de multiplicador”, especialmente con estas “olas de calor excepcionales y falta de humedad en el suelo”.

El número de hectáreas quemadas se ha reducido desde los años 90 porque tanto los servicios de prevención como de extinción han mejorado desde entonces. En Catalunya, en las décadas de los 80 y 90 se vieron picos de hasta 75.000 hectáreas forestales quemadas (sin contar superficies agrícolas y urbanas) durante un año, el fatídico 1994, una cifra que contrasta con los años recientes, donde no suelen superarse las 5.000 hectáreas anuales. Esta evolución positiva también se ha dado a nivel global. Un estudio publicado en la revista ‘Science’ ha observado mediante satélite que la superficie quemada por incendios forestales en todo el mundo se redujo en un 25% entre 1999 y 2017. Sin embargo, el riesgo de fuego se ha disparado y su virulencia también, lo que obliga a los servicios de emergencia a actuar mucho más rápido.

Los bomberos reportan un aumento en la intensidad y velocidad de los incendios y varias investigaciones constatan el riesgo de incendio a través de factores meteorológicos. No son optimistas. Un estudio que analiza los cambios de patrones climáticos ha observado un aumento del riesgo de incendios en el sur de Europa a partir de 1970, y los cálculos de la Comisión Europea apuntan a que este riesgo seguirá aumentando en los próximos 75 años, especialmente si las administraciones no adoptan medidas ambiciosas contra la emergencia climática.

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Esta aparente contradicción –más riesgo de incendio, pero menos incendios– se explica, principalmente, por una mejora “en los esfuerzos en la prevención y la gestión de incendios después de los grandes fuegos de los años 80” en toda la zona del Mediterráneo, según explica un estudio de 2016 que analiza el descenso de incendios en esta región. Jordi Castellví, subinspector de la unidad técnica del Grupo de Apoyo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bombers de la Generalitat, atribuye también la reducción de incendios en Catalunya a un cambio de enfoque, "pasando de la táctica [atacando cada fuego por separado] a la estrategia [viendo la amenaza en su conjunto]". En este sentido, señala que, como el pasado mes de junio, cuando existen varios fuegos simultáneamente, “hay que dejar quemar incendios a cambio de salvar a otros”. 

Menos incendios, más peligro

También es decisiva la prevención. Como expone la antropóloga ambiental Maria Cifre, "si una pequeña parte de lo que se dedica a extinción se dedicara a prevención, nos ahorraríamos muchos incendios, incluso en términos económicos". Y es que apagar un fuego es mucho más caro que evitarlo. 

En Catalunya, es el Servicio de Prevención de Incendios Forestales (SPIF) el que redacta planes de prevención, realiza un seguimiento del peligro diario y elabora mapas del riesgo de incendio. Moviliza también a las Agrupaciones de Defensa Forestal y a los grupos de intervención inmediata, “que se distribuyen estratégicamente para detener incendios cuando todavía son pequeños”, explica a Verificat Xavier Castro, jefe de la sección de Inspección del SPIF. Para Cifre, esta velocidad es clave.

Pero detener los incendios inmediatamente y evitar hectáreas quemadas también comporta riesgos. Es lo que se conoce como la paradoja del fuego: “El hecho de que seamos rápidos extinguiendo hace que se acumule biomasa [materia viva que puede actuar como combustible] en los bosques”, detalla Cifre, y “que aumente la probabilidad de que venga un gran incendio que lo queme todo”. 

El abandono rural acumula combustible

La despoblación y el abandono del mundo rural son el otro principal peligro, de acuerdo con el mismo ‘paper’ de 2016. "Antes, los terrenos y los bosques eran gestionados por las poblaciones, pero ahora ya no", apunta Cifre. Esto se ha traducido en una disminución de actividades agrícolas y ganaderas y, en consecuencia, un aumento descontrolado de los bosques. Lo confirman los datos del Mapa de Cubiertas del Suelo de Catalunya: desde los 90 –e incluso antes–, el país ha perdido un 16% de su superficie cultivada; un terreno conquistado, en buena parte, por masa forestal que, en épocas de sequía y altas temperaturas, se convierte en combustible para el fuego.  

Los bosques abandonados se han convertido en una “gran alfombra continua de masa forestal”, en palabras de Castellví, en referencia a la carencia de cultivos, rebaños u otros estratos que puedan actuar como barrera contra el fuego. Sin estos, se crean grandes extensiones de bosques con el peligro de que, en caso de un macroincendio forestal, se calcinen áreas inmensas. 

Cifre explica también que este abandono forestal “genera una continuidad horizontal y vertical” en los bosques. La horizontal hace referencia a la mencionada continuidad de superficie forestal. La vertical, también peligrosa, indica que el sotobosque conecta directamente con las copas de los árboles. Cuando se da esta continuidad, un pequeño fuego que podría haber quemado solo los matorrales puede escalar hasta las hojas y propagarse de manera más rápida y dañina. 

“Hemos tocado techo en cuanto a [los avances en] extinción y predicción de incendios. Ahora toca preparar el paisaje”, coincide Anna Sanitjas, directora general de Ecosistemas Forestales y Gestión del Medio. Pero esto requiere de un cambio demográfico y revertir la creciente urbanización de la población. 

Cifre explica que la creación de cultivos y pastos para la ganadería tendría un fuerte impacto en la prevención, generando así cortafuegos naturales que limitarían la propagación descontrolada de incendios. El ‘paper’ de la revista ‘Science’ mencionado anteriormente lo confirma: aquellas regiones en donde se han expandido la agricultura y la ganadería son las que han registrado un mayor decrecimiento de los incendios. Es el caso, por ejemplo, del Cerrado brasileño o de la India meridional.

Cada vez más virulentos

Estas condiciones paisajísticas, sumadas a las altas temperaturas, la sequía y la acumulación de biomasa, han hecho que "los incendios hayan aumentado en velocidad e intensidad", relata Castellví, subinspector del GRAF, quien matiza que, "si bien toda la vida hemos tenido incendios en el Mediterráneo, nunca había habido un riesgo tan elevado".

La evolución de las condiciones climáticas y antropológicas ha generado incendios cada vez más intensos. El GRAF los ha clasificado por “generaciones”, según sus características. Los de sexta generación, surgidos a partir de 2016, “son incendios que, por su intensidad y rapidez, son muy difíciles de extinguir", define Cifre. “El mismo fuego altera las condiciones atmosféricas de su alrededor,” para así poder seguir avanzando “con un comportamiento errático”.

Los incendios empiezan antes y acaban después

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Aparte de una mayor intensidad, la emergencia climática ha propiciado también una desestacionalización del fuego. Mientras que a mediados de los 80 la mayoría de incendios forestales se concentraban en julio y agosto, ahora están mucho más repartidos a lo largo del año. El pasado febrero, por ejemplo, un incendio en Roses calcinó 400 hectáreas, un fenómeno hasta ahora inusual durante esta época del año.

El aumento de temperaturas durante todo el año y la sequía, según Castellví, comportan que el fuego no espere a la temporada de verano. De hecho, este junio ha sido el segundo con mayor superficie forestal quemada en 36 años. Concretamente, el mes pasado se calcinaron más de 3.500 hectáreas de suelo forestal en Catalunya. La mayoría de ellas ardieron por culpa de un episodio de simultaneidad durante una ola de calor, con incendios en Artesa de Segre y Corbera d’Ebre, entre muchos tantos.