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Sin pan se alimenta la revuelta | + Historia

Ahora que el encarecimiento de los productos de primera necesidad es noticia, queremos recordar los Alborotos del Pan. Se vivieron en 1789, cuando Barcelona salió a la calle porque no podía pagar ni el alimento más humilde.

Ilustración de los ’Rebomboris del Pa’ en Barcelona.

Ilustración de los ’Rebomboris del Pa’ en Barcelona. / Anónimo, Wikimedia

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Los precios están por las nubes. Es un comentario habitual desde hace semanas en los mercados y tiendas de este país. El incremento hace ya tiempo que dura, pero desde que Rusia comenzó el intento de invasión de Ucrania, todavía se ha hecho más evidente. Además, dado que la gran obsesión de los organismos reguladores económicos es evitar una escalada inflacionista, cuando alguien insinúa subir los salarios para que la ciudadanía no pierda poder adquisitivo, los expertos ponen el grito en el cielo. Es una situación delicada porque si el equilibrio se rompe será cada vez más difícil llenar la cesta de la compra. Desde tiempos inmemoriales estas situaciones han terminado con revueltas. Hay que tener en cuenta que durante muchos siglos la gente solo se alimentaba para subsistir. Había pocos productos, eran muy básicos, y se tenía poco dinero para comprarlos. Hasta no hace muchas décadas la base de la dieta era el pan y los problemas aparecían cuando ni eso se podía pagar. La revuelta estaba asegurada, porque quien no tiene nada que comer no tiene nada que perder y hace lo que haga falta para alimentar a su familia.

Esto es lo que llevó a la calle a las mujeres de Barcelona y otras localidades (como Vic, Sabadell y Mataró) el sábado 28 de febrero de 1789 al ver que las autoridades habían subido el precio del pan un 50%. La mayoría de las manifestantes eran madres de familia, indignadas porque carecían de dinero suficiente para poner el plato a la mesa para sus hijos. Se dirigieron a la panadería municipal (llamada 'pastim'), que es donde se preparaba el pan para la ciudad y la quemaron. También atacaron las barracas en las que lo vendían y las casas de los arrendatarios de todo aquel negocio, porque desde hacía unos años el servicio -que en épocas anteriores había sido público- se había privatizado. Estaban convencidas de que los gestores del pan se enriquecían ilícitamente con el margen de beneficio de las transacciones.

La represión no se hizo esperar y la máxima autoridad de la corona borbónica, el capitán general conde de El Asalto, sacó las tropas a la calle para perseguir los sublevados a caballo y con el sable desenvainado; además, ordenó que los cañones de Montjuïc y la Ciutadella apuntaran contra las calles de Barcelona por si era necesario disparar contra la población. Al mismo tiempo, y como gesto benévolo, aseguró que no se aplicaría la nueva tarifa del pan. Nada de eso fue suficiente. En Barcelona llevaban demasiado tiempo hartos de la situación. Además, acusaban al capitán general de no jugar limpio porque corría el rumor que estaba implicado en la especulación del trigo y el precio del pan.

El domingo siguiente las protestas siguieron. La gente se concentró ante la Catedral y un grupo entró en el templo para subir al campanario y tocar a rebato para movilizar a la población. Las autoridades municipales y los gremios mediaron para calmarlos ánimos. Después de un par de días de escaramuzas por las calles, la situación fue volviendo a la normalidad. Ayudó bastante que además de no subir el pan, también se abarataran el aceite, la carne y el vino. Y la destitución del conde de El Asalto, que fue reemplazado por el conde de Lacy.

Lo que no sabían los sublevados era que cuando todo se calmara empezaría una terrible represión. Con el objetivo de escarmentar a los habitantes de Barcelona y que lo pensaran dos veces antes de volver a salir a la calle, a las pocas semanas empezaron las detenciones. Algunas fuentes apuntan a que entre 100 y 300 personas fueron encarceladas, deportadas a penales de África y condenadas a galeras. Además, se sentenciaron seis penas de muerte: cinco hombres y una mujer llamada Josefa Vilaret.

Conocida popularmente como 'La Negreta', estaba casada con un sirviente y tenía dos hijos. La habían encarcelado el primer día y durante el juicio la acusaron de ser la instigadora de los disturbios. Fue ahorcada el 28 de mayo. Durante mucho tiempo su historia cayó en el olvido. Afortunadamente en los últimos años esto ha cambiado y, en 2019, el ayuntamiento puso una placa en la plaza de Sant Agustí Vell para recordarla a ella ya quienes lucharon en los alborotos del pan.


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