Descubriendo los ejes verdes

'Lonely Planet de Consell de Cent', una guía para pasear por la calle de moda

La indisciplina viaria deteriora los ejes verdes del Eixample

Carles Cols

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Cumplirá esta primavera, a caballo ya del verano, su primer año como nueva rambla del Eixample la calle de Consell de Cent. El apelativo de rambla no se lo concede exactamente su morfología urbanística, sino el uso que han decidido darle los barceloneses, como una de las vías más paseadas de la trama Cerdà, menos, por supuesto, que el paseo de Gràcia, pero, a diferencia de este, con una característica que la hace insólita: es una calle a la que se va a caminar, pero también a estar, en cualquiera de sus cuatro plazas (Rocafort, Borrell, Enric Granados y Girona) y, de hecho en cualquiera de sus segmentos, sembrados de sillas, bancos y mesas. Visto su notable éxito, que solo empañan los problemas de indisciplina rodada, parece oportuno esbozar ya lo que podría ser el primer capítulo de una suerte de ‘Lonely Planet de Consell de Cent’, de momento para reseñar cómo un simple paseo por esta rambla es perfecto para contar la Historia y las historias de esta ciudad. Sin orden, he aquí, como se suele decir en las guías, los principales puntos de interés.

La cuna del Eixample, una obra de Josep Cerdà.

La cuna del Eixample, una obra de Josep Cerdà. / MANU MITRU

La verdadera plaza Cerdà

Se llamaba Cerdà, pero no era Ildefons, sino Josep. No eran familia. Fue el promotor de la finca del 340 de Consell de Cent, una finca terminada en 1864 y, por lo tanto, mano a mano con otra de la calle Floriblanca, ostenta el título de ser el primer ‘skyline’ del Eixample. Los frescos que decoran la fachada, con figuras alegóricas de las virtudes y de los cuatro elementos de la vida según la tradición clásica, no son un capricho de Josep Cerdà, quien por cierto se arruinó como promotor inmobiliario, sino que hay que tomárselos como lo que fueron en su día, un intento de convencer a las clases nobles y a las familias más adineradas de la antigua Barcelona de que que la nueva, fuera de las murallas, sería poco menos que ir a vivir al ‘quartiere’ palaciego de cualquier ciudad italiana. No en vano, hizo de venir de la patria de Dante a dos reconocidísimos artistas para que se encargaran de los frescos, Antonio Pascutti y Achille Battistuzzi..

Las cuatro fincas de ese cruce de Consell de Cent con Roger de Llúria estaban decoradas igual y, por ser la primera intersección del Eixample en la que se completaron las cuatro esquinas, en la cultura popular ese lugar fue conocido como la plaza de Cerdà.

El inmueble del 340 de Consell de Cent tiene una curiosidad más, aunque inapreciable desde la calle. Josep Cerdà quiso ser respetuoso con el planeamiento urbanístico de Ildefons Cerdà, que previó unos generosos interiores de manzana para el Eixample. La profundidad de ese edificio es de solo 16 metros, la mitad de lo habitual. Es casi un caso único en la ciudad.

Fábrica Lehmann, ¿el más bello interior de manzana de la ciudad?

Fábrica Lehmann, ¿el más bello interior de manzana de la ciudad? / MANU MITRU

La Fábrica Lehmann

A través de un discreto pero preciosamente adoquinado pasaje situado en el número 159 de la calle de Consell de Cent se puede viajar en el tiempo a lo que comienza como una historia de amor, el viaje de recién casados que Max Lehamenn y Elle Sontheimer hicieron en 1893 a Barcelona, pero que termina con lágrimas de tragedia. Aquella pareja judía era dueña de una fábrica de muñecas de porcelana en Núremberg (Alemania) y tan prendada quedó de Barcelona que decidió abrir una sucursal justo aquí, en un interior de manzana que aún conserva la chimenea de la fábrica en la que se cocían las piezas. Los Lehmann no solo fueron víctimas de la atropellada historia de España (la empresa les fue confiscada durante la Guerra Civil y nunca les fue devuelta), sino que, además, como judíos que eran, parte de la familia sufrió la persecución nazi. Se convirtieron al catolicismo en Barcelona, más por prudencia que por convicción, y así fue como Dory Sontheimer, nacida en 1946, creció sin saber nada de las raíces de su verdadero árbol genealógico hasta que, ya mayor, descubrió siete cajas en el desván que la pusieron al día de la trayectoria vital de su saga.

La Fábrica Lehmann es hoy, sin duda, el interior de manzana más hermoso de la ciudad, un recóndito rincón bohemio que es el hogar, de día, de artistas, arquitectos y editores.

Casa Ferran Guardiola, un puzle de estilos con barniz oriental.

Casa Ferran Guardiola, un puzle de estilos con barniz oriental. / MANU MITRU

Casa Ferran Guardiola

En la esquina de Consell de Cent con Muntaner se alza la Casa Ferran Guardiola, un puzle de ‘art déco’, modernismo de la rama secesionita y, sobre todo, un aire oriental que es imposible que pase inadvertido. Es una obra del arquitecto Joan Guardiola Martínez, que aunque estudió en Barcelona, es de raíces valenciana, así que, si alguien gusta, puede ir en busca de fincas que por su estilo son primas hermanas de la Casa Ferran Guardiola, como la Casa Jueva de Valencia.

Las obras finalizaron en 1929, el año de la Exposición Internacional de Montjuïc, el final de una década arquitectónicamente, por decirlo suave, muy ecléctica, en la que tanto se inauguraba un falso puente gótico en la calle del Bisbe como Mies van der Rohe revolucionaba la historia de este oficio no con uno, sino con dos edificios revolucionarios. Las crónicas periodísticas de la época fueron despiadadas con esta esquina de Consell de Cent (“hacía años que no se producía un escándalo de tal magnitud…”, denunciaba el semanario ‘Mirador’ en 1929), pero lo cierto es que hoy no solo es una obra entrañable, sino que, a su manera, por su aire de pagoda china, va camino de convertirse en un símbolo de la emergencia social de la comunidad oriental de la ciudad.

Solo a modo de curiosidad final, raro sería que la Casa Ferran Guardiola no hubiera llamado la atención de un cineasta. Aunque las distancias son siderales, Ventura Pons, como Polanski hizo con el neoyorquino Dakota, eligió esta finca para rodar parte de uno de sus filmes, ‘Morir (o no)’.

Edifici Mediterrani, una batalla del GATPAC contra Cerdà.

Edifici Mediterrani, una batalla del GATPAC contra Cerdà. / MANU MITRU

Edifici Mediterrani

La ojeriza que los arquitectos modernistas, con Josep Puig i Cadafalch a la cabeza, no disimularon contra Ildefons Cerdà la heredó medio siglo después, con matices, el movimiento GATPAC, cuyos miembros opinaban que las normas urbanísticas del Eixample eran un corsé insorportable del que, como fuera, intentaban liberarse. El Edifici Mediterrani, cuya fachada preside toda la acera del lado mar de Consell de Cent entre Borrell y Urgell, es un formidable ejemplo de esa voluntad de ir contra la norma. Construido durante la primera mitad de los años 60 por Antonio Bonet Castellana y Josep Puig Torné, el edificio parece volar sobre unas brutalistas columnas en forma de V con las que, entre otras cosas, se pretendía denunciar que las aceras del Eixample estaban mal dimensionadas.

La segunda crítica al ‘cerdanismo’ por parte del Edifici Mediterrani se expresa a través del reparto del espacio disponible. Opinaban los arquitectos del GATPAC que la profundidad de las fincas del Eixample, casi 30 metros, impedía la construcción de viviendas racionales. Por eso, en este caso, más que un edificio, son dos en paralelo, un detalle inapreciable desde la calle, salvo por la renuncia que hacen a tener una esquina noble en Borrell.

Espai Nur, un inesperado rincón de biodiversidad.

Espai Nur, un inesperado rincón de biodiversidad. / MANU MITRU

Espai Nur

Esta recomendación está justo antes de la que vendrá después, la Casa Lleó Morera, porque juntas revelan hasta qué punto un simple paseo por Consell de Cent es un viaje por paisajes de todo tipo.

Hace cuatro años, varias vecinas de la Esquerra de l’Eixample decidieron tomar posesión del solar esquinero de Calàbria con Consell de Cent para convertirlo, entre otras cosas, en un refugio de todas aquellas plantas que malviven en pisos del barrio, un balneario vegetal, pero no en la montaña, sino en plena trama urbana. La idea era tener un lugar en el que socializar, y esa meta la cumple sobradamente el Espai Nur, pero, sin pretenderlo, se ha convertido también en un minúsculo rincón de biodiversidad, no solo por las tal vez 1.000 especies vegetales ahí conviven, sino porque, en lo que es toda una prueba del nueve, lo han elegido como hogar para anidar pequeños pájaros, como mirlos y picos de coral, y varias especies de insectos polinizadores.

Casa Lleó Morera, premiada por modernista, castigada por los 'noucentistes'.

Casa Lleó Morera, premiada por modernista, castigada por los 'noucentistes'. / MANU MITRU

Casa Lleó Morera

De las tres perlas arquitectónicas que hacen merecedora de su nombre a la Manzana de la Discordia, la Casa Lleó Morera es, curiosamente, la única que ganó el concurso anual de edificios artísticos que concedía el Ayuntamiento de Barcelona a caballo de los siglos XIX u XX. Le fue concedido a esta finca de Lluís Domènech i Montaner en la edición de 1906 y no lo obtuvieron, qué raro, las otras dos grandes piezas de esa manzana, las casas Batlló y Amatller. Quizá por eso, porque fue aplaudida en su momento como un clímax del modernismo, fue víctima con especial saña del ‘noucentiste’. Las esculturas de Eusebi Arnau que decoraban los ventanales de los bajos del edificio fueron rotos martillazos en los años 40 para levar a cabo una infame reforma. Dos restauraciones, en los años 80 y en los 90, le devolvieron a la Casa Lleó Morera parte de su esplendor, por ejemplo, el del templete de la cúspide de la finca, donde, a modo de curiosidad, se instaló un nido de ametralladoras durante la Guerra Civil.

Hotel Axel, la culminación del Gaixample como barrio.

Hotel Axel, la culminación del Gaixample como barrio. / MANU MITRU

Gaixample

Fue la revista Shangay la que, con gran ingenio, definió a principios de los años con ese juego de palabras, Gaixample, las difusas fronteras de un nuevo barrio de Barcelona que estaba naciendo alrededor, primero, de un par de bares, por qué no decirlo, míticos, Este Bar y Satanasa. El primero nació como una sucursal del bar Kike, un antro oculto en una callecita del Gòtic, Rauric. Es decir, la comunidad homosexual de Barcelona creyó que no bastaba con salir del armario, sino que directamente se instaló en el salón principal, en el Eixample. Ninguno de esos dos establecimientos estaba en Consell de Cent. Solo estaban cerca de esta calle, pero puede considerarse que esta vía es la arteria principal del Gaixample desde que en la esquina con Aribau abrió sus puertas el hotel Axel, un negocio que se define como ‘hererofriendly’, o sea, que no veta a nadie, ni a las familias de papá y mamá con hijos, pero que es distinto a cualquier otro. ¿En qué? El cartel que en otros hoteles dejan para que el cliente lo cuelgue en el exterior de la puerta para que no le molesten es aquí distinto. ‘Disturb me’, dice, vamos una invitación a entrar y no precisamente en busca de conversación.

Casa Orsola, un grito de alerta sobre el futuro del Eixample.

Casa Orsola, un grito de alerta sobre el futuro del Eixample. / MANU MITRU

Casa Orsola

En el número 122 de la calle de Consell de Cent, la Casa Orsola sirve para recordar que la violencia inmobiliaria es una seña de identidad del Eixample desde el mismo día en que los planos de Cerdà fueron sellados oficialmente y a los dueños de los solares les pareció que los beneficios que podían sacar se sus propiedades podían ser mucho mayores.

Hubo un tiempo en el que en los pisos principales vivían los señores de la finca, que con las rentas que pagaban los inquilinos de las plantas superiores recuperaban primero la inversión inicial y, después, pasaban engrosar el llamado club de los rentistas. Hubo otro tiempo conocido como el de las ‘remuntes’, de las que hasta hay cuentas en las redes sociales que las recopilan porque arquitectónicamente son a veces muy extravagantes. Desde la crisis inmobiliaria de 2008, la época actual es la de los fondos de inversión, que prometen a sus accionistas rentabilidades que ningún banco ofrece con el simple y fácil sistema de comprar inmuebles enteros, con vecinos casi siempre, a continuación echarles y alquilar a precios que quitan el hipo los pisos una vez remozados. La Casa Orsola es solo un ejemplo, pero las pancartas de sus balcones deberían recordar a quienes pasean por Consell de Cent que esa es la cara B de esta ciudad.

La balaque aún recuerda donde fue detenido Salvador Puig Antich.

La bala que aún recuerda donde fue detenido Salvador Puig Antich. / MANU MITRU

Puig Antich

Los últimos minutos en libertad de Salvador Puig Antich, de quien estos días se conmemoran los 50 años de su ejecución, los vivió en la esquina de Consell de Cent con Girona. Murió en el interior del portal del 70 de esa segunda calle el subinspector Francisco Anguas, de un disparo que no está muy claro de qué pistola salió. Pero aquella muerte la pagó aquel joven anarquista tras una condena a muerte, la última que llevó hasta su fin con garrote vil el agónico franquismo en 1974.

Igual que en el Congreso de los Diputados son aún visibles los agujeros de bala del golpe de Estado de 1981, en el escalón del vestíbulo de esa finca ha quedado enmarcado para siempre en mármol una señal de aquel episodio.

Bar Funicular, por cuyo nombre nadie se pregunta.

Bar Funicular, por cuyo nombre nadie se pregunta. / MANU MITRU

Bar Funicular

La historia de este bar parece que jamás podrá disociarse de la trágica historia de Salvador Puig Antich, entre otras razones porque en su interior se tomó un ‘bitter’, el último, aquel joven justo antes de que la policía se presentara en esa esquina para detener a un militante izquierdista. Tanto pesa ese relato que nadie se pregunta lo raro del nombre del bar, Funicular, y es que antes de que el Eixample fuera un bosque de edificios, eso es los que se veía a través de los cristales del establecimiento, el funicular del Tibidabo. Que haya permanecido inalterado, rodeado de establecimientos que se han  modernizado, sobre todo al gusto del turismo, es otra rareza de ese bar.

Forn Sarret, establecimiento emblemático, de los que solo restan 71.

Forn Sarret, establecimiento emblemático, de los que solo restan 71. / MANU MITRU

Forn Sarret

El último censo de tiendas emblemáticas de Barcelona que de forma oficiosa confecciona cada año el fotógrafo Esteve Vilarrúbies revela ya no son ni un centenar las que merecen ese calificativo. Son solo 71, y una que resiste en el Forn Sarret, junto a la boca de metro de Girona, que cada noche cocina pan desde España perdió Cuba, o sea, 1898. Tan pocas son ya las tiendas centenarias que incluso se organizan rutas guiadas para conocerlas. El Forn Sarret llama hoy la atención por las formas modernistas de su escaparate, pero debería servir para imaginar que cuando se edifició el Eixample, en cada manzana había como mínimo un horno de pan, muy a menudo no distinto de este.

Consell de Cent 94, 96 y 98, los detalles importan.

Consell de Cent 94, 96 y 98, los detalles importan. / MANU MITRU

Consell de Cent 94, 96, 98

Las ciudades, dicen los urbanistas, suelen crecer hacia poniente, como si una fuerza telúrica les empujara a ello, pero el primer Eixample, el más noble, lo hizo curiosamente hacia el levante de la Rambla de Catalunya y el paseo de Gràcia. No hay debate en que la Dreta de l’Eixample es, por sus fincas, la que fue más noble, pero la Esquerra de l’Eixample merece ser vista, precisamente por eso, con una renovada curiosidad. La foto es un montaje de tres portales de Consell de Cent situados entre Entença y Rocafort. Son fincas construidas entre 1894 y 1936, y las tres despuntan por la voluntad de sus arquitectos de que la entrada, en la medida de lo posible, no fuera anodina. ¡Vaya que si lo consiguieron! El paseo por la rambla de Consell de Cent, ahora que el peatón tiene una perspectiva distinta, ofrece, y mucho, la posibilidad de reparar en detalles que antes pasaban inadvertido.

Jaume Balmes, el decano de los institutos de secundaria de Barcelona.

Jaume Balmes, el decano de los institutos de secundaria de Barcelona. / MANU MITRU

Institut Jaume Balmes

En la esquina con Pau Claris se alza toda una institución, el decano de los institutos de secundaria de la ciudad. Antes de ocupar esta esquina del Eixample, el Institut Jaume Balmes, no siempre con este nombre, estuvo en el antiguo Convent del Carme, en el Edificio Histórico de la Universitat de Barcelona y en el Palau Montaner, vamos que no fue un vecino más de la calle de Consell de Cent hasta 1942, pero en cada traslado viajaron con él los expedientes académicos su larguísima lista de alumnos, entre los que hay decenas de personalidades de la historia local, además de un fondo bibliográfico de aúpa y una colección materiales didácticos de ciencias de gran valor. Durante el curso 2012-2013, por ejemplo, esa biblioteca celebró la nada desdeñable cifra de los 150 años de vida.

Parecerá que su presencia en una ‘Lonely Planet de Consell de Cent’ es atípica, en parte porque su arquitectura exterior no entusiasma, pero algo ha de simbólico que en pleno corazón del Eixample haya un puntal de la enseñanza pública.