Inspección en abril y mayo

La indisciplina viaria deteriora los ejes verdes del Eixample

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La última (o penúltima quizá ya) silla dañada por los coches, en este caso en la calle de Girona.

La última (o penúltima quizá ya) silla dañada por los coches, en este caso en la calle de Girona. / C. C.

Carles Cols

Carles Cols

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Esta no es tal vez la forma más canónica de encabezar un reportaje, pero qué le vamos a hacer, miren la foto. Es una silla de la calle de Girona, modelo Minim. Cada unidad sale por algo más de 400 euros. Bueno, ya no es una silla. Lo era. Ahora es un residuo. Estaba en un tramo exclusivamente peatonal de Girona, no en una zona de esa calle que, con respeto mutuo por ambas partes, deben compartir quienes pasean y quienes van en coche, o sea, la ley básica de un eje verde. La silla estaba entre dos parterres que dan acceso al paso de peatones de la calle de València. Una señal de tráfico indica de forma inapelable que por ahí no pueden pasar coches, que tiene que desviarse a la derecha. Desobedecen la orden muy a menudo. A solo tres meses de que fueran inaugurados, los ejes verdes del Eixample son, hasta nueva orden, un lugar bien singular, donde las infracciones no las pagan quienes las cometen, sino las arcas municipales, vamos, entre todos. Unos 400 euros, en el caso de la foto.

Sucedió hace dos semanas en una audiencia pública convocada por el distrito del Eixample. Como mínimo tres de la decena de turnos de palabra pedidos por los vecinos eran quejas por lo que, de manera bastante indiscutible, son usos inadecuados de los ejes verdes. Era quejas y, a la par, lamentos, porque las tres intervenciones fueron precedidas de un elogio a lo conseguido, es decir, daban por irrebatible que Consell de Cent, Girona, Borrell y Rocafort han enamorado a los barceloneses, así que no entendían que no se actuara ya, antes de que haya señales de deterioro. El concejal del distrito, Jordi Valls, explicó que está agendado una suerte de examen, puesta a punto o auditoría urbanística, llámesele como se quiera, pero que no será antes de abril o mayo. Tarde, según los vecinos. ¿Por qué esperar?, preguntaron.

Cuentan las crónicas bélicas que Wellington, ante la visión de los cientos de cadáveres que alfombraban el campo de Waterloo, dijo que, al margen de una derrota, nada hay más deprimente que una batalla ganada. Frases así no caen en saco roto. La silla de la foto murió probablemente el pasado lunes 12 de febrero o quizá en la víspera dominical. El miércoles 14, sus restos habían sido prudentemente retirados.

Vehículos estacionados en Girona y, a la derecha, una de las señales que indican el giro obligatorio, no siempre respetado.

Vehículos estacionados en Girona y, a la derecha, una de las señales que indican el giro obligatorio, no siempre respetado. / JORDI COTRINA

El número de bajas (preguntado el Ayuntamiento de Barcelona por ello) no es distinto proporcionalmente al de cualquier otra calle de la ciudad. El matiz, que no es menor, es que una de las singularidades de los ejes verdes es el elevadísimo número de sillas y bancos disponibles, una característica que ha propiciado que, además de bulevares por los que pasear, estas sean calles en las que estar, como si fueran parques.

Las unidades de mobiliario urbano dañado son retiradas con celeridad, pero un caso muy distinto es el de las minimalistas vallas que se colocaron hace menos de un año en el perímetro de los parterres. Están dobladas, aplastadas  y arrancadas a decenas, no por mala fe, pero sí por (dicho suavemente) la despreocupación con la que los transportistas y no pocos vehículos particulares estacionan en los ejes verdes. No solo a cualquier hora (por ejemplo, en pleno horario de entrada a los colegios, cuando precisamente no pueden hacerlo) , también de cualquier manera. Incluso Watson podría deducir que tal y como están dobladas esas pequeñas vallas, el arma homicida ha sido una rueda. Holmes podría añadir un dato más. El estacionamiento del vehículo ha durado más de lo que una carga y descarga requiere. Las manchas de aceite sobre el pavimento, un granito especialmente y traído desde las canteras de Extremadura, están en algunas zonas muy reveladoramente manchado.

Una de las decenas de vallas de los parterres, aplastada por las ruedas de los vehículos.

Una de las decenas de vallas de los parterres, aplastada por las ruedas de los vehículos. / JORDI COTRINA

Las asociaciones de vecinos de uno y otro lado del Eixample no discuten, salvo por pequeños detalles, la obra realizada, sino su gestión posterior. Admiten que hay detalles mejorables. La plaza nacida en la intersección de Girona con Consell de Cent, por ejemplo, es ingrata los días de viento, porque ser levanta una molesta arenilla. La del cruce con Borrell tiene una configuración que de ninguna manera impide que los coches crucen por lo que a todas luces es una zona peatonal. Pero, al margen de esos detalles, los dirigentes vecinales consultados lamentan el escaso celo que la Guardia Urbana tiene ante algunas infracciones, cuando con otras ha mostrado una eficacia sobresaliente.

No hay motos estacionadas en los ejes verdes. Parecía imposible. Con la palabra o con la multa, los agentes se han apuntado ese éxito. Las terrazas no invaden el pavimento podotáctil que guía a las personas ciegas. Es otro éxito. En el otro lado de la balanza está la incapacidad municipal, dicen, de que las señales de tráfico que regulan el tráfico sean obedecidas.

Lo previsto en abril y mayo, según se deduce de las palabras del concejal Jordi Valls en la audiencia pública, es un chequeo casi médico de los ejes verdes, porque, en su opinión, esas calles son de un metabolismo inédito hasta hora en la ciudad. La convivencia de peatones y vehículos sobre ruedas en un mismo espacio sin que ninguna de las partes implicadas tenga asignado su propio carril es, sin duda, una novedad en Barcelona, no en países del norte de Europa que lo pusieron en práctica hace ya más de 30 años. Lo que Valls propone, al parecer, no es enmendar el actual resultado, pero sí calibrar mejor su uso. Por el bien de las sillas, por ejemplo.