El anverso de los ejes verdes

Consell de Cent, una muralla infranqueable que desorienta a los ciegos

Los 58 meses de obras de la L8 causan gran inquietud vecinal en el Eixample

Enric Botí, nada más comenzar el paseo por Consell de Cent.

Enric Botí, nada más comenzar el paseo por Consell de Cent. / Ana Puit

Carles Cols

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Ese nuevo bulevar llamado Consell de Cent, calle, al final de una durísima batalla política, celebrada por los barceloneses, votada a pie día tras día por los miles de personas, es sin embargo un muro invisible e infranqueable para los aproximadamente 4.000 ciegos que viven en Barcelona. Su enmienda es a la totalidad. No es que la balanza de los peros esté inclinada levemente del lado del suspenso, es que directamente el plato está en el suelo. “Las ‘superilles’ son ‘superpeligrosas’”, dicen. Lo que a continuación leerán es el relato de una cita con Anaïs García y Enric Botí, invidentes en grado máximo. Ella llega sin Cometa, su perra guía, no por buscar el más difícil todavía, sino simplemente porque hoy la tiene en la peluquería. Él es el delegado de la ONCE en Catalunya y su presencia resulta interesante no solo porque es portavoz del colectivo, sino porque vive en la calle de València y tiene su despacho en Sepúlveda. Durante años ha sido plenamente autónomo para ir de casa al trabajo y viceversa. Ya no. Consell de Cent se lo impide.

Ver no implica prestar atención. Es necesario hacer una previa sobre algo en que la mayoría, quienes con o sin lentes correctoras, no tenemos graves problemas de visión. Hay dos tipos de baldosas en las aceras de la ciudad que no deberían pasar inadvertidas. Son las botonadoras (que los arquitectos prefieren llamar pavimento podotáctil) y las encaminadoras. Las primeras se definen por su nombre. Son baldosas que parecen un teclado lleno de botones. Con un calzado de suela poco gruesa son perceptibles con la planta del pie, pero los ciegos no suelen caminar sobre ellos, Lo hace la punta de su bastón. En una acera convencional les indica que más allá de esa línea de pavimento no deben pasar. Todo lo que está hacia adentro es territorio seguro hasta la pared de los edificios.

Carga y descarga en Consell de Cent, uno de los peligros que encara Anaïs García.

Carga y descarga en Consell de Cent, uno de los peligros que encara Anaïs García. / Ana Puit

Los encaminadores son como largas tabletas de chocolatinas Kit Kat, surcos que, de nuevo a punta de bastón, señalan una dirección. Están al llegar a las cruces. “Esta es una ciudad amable con los ciegos. Tiene uno de los metros más adaptados del mundo, la mayoría de los semáforos equipados con alarmas sonoras que podemos activar con un mando a distancia y un conjunto de puntos de referencia que nos permiten ser autónomos, no depender de nadie para ir a comprar o trabajar”. Eso dice Botí. En los cruces, gracias a los encaminadores, solo se requiere seguir la rutina. Cuando termina la baldosa rayada, a un lado está el semáforo y al otro suele haber una papelera. El mobiliario no siempre es un estorbo. También puede ser un punto de referencia. El pitido alerta de cuando se puede cruzar. Al otro lado aguarda otro pavimento encaminador y, en perpendicular, la correspondiente botonadora.

También hay ese tipo de señalización horizontal para invidentes en Consell de Cent, salvo que, si se pretende curzar transversalmente la calle, ya no hay semáforos, hay obstáculos, habitualmente vehículos, furgonetas y camiones estacionados, y si no los hay y avanzan con cautela, coches, motos, bicicletas, patinetes y, como les llaman ellos, ciegos tecnológicos, o sea, nosotros con la vista puesta en la pantalla del móvil.

Contenedores de basura, justo en mitad de la ruta que marca un pavimento encaminador.

Contenedores de basura, justo en mitad de la ruta que marca un pavimento encaminador. / Ana Puit

Desde que a finales de verano y de forma paulatina, tramo a tramo, se dieron por terminadas las obras de los ejes verdes (lo dicho sobre Consell de Cent vale también para Girona, Borrell y Rocafort), es cierto que el ayuntamiento, sin ánimo aquí de ser juez, ha hecho dos cosas realmente bien. En primer lugar, ha evitado que los ejes verdes sean zonas de estacionamiento de motocicletas. Raro es ver una y frecuente es que si la hay tenga en el manillar la notificación amarilla de una multa. El otro motivo de aplauso es que, tras unos días de desconcierto inicial, a través de informadores todos los dueños de terrazas han sido informados de que no pueden invadir las baldosas botonadoras ni que sea solo con la pata de una silla. Rarísimos son los incumplimientos en este caso.

Baldosas botonadoras, que tienen que estar siempre despejadas de obstáculos.

Baldosas botonadoras, que tienen que estar siempre despejadas de obstáculos. / Ana Puit

Nada de todo esto, sin embargo, impide que Consell de Cent sea una trinchera alambrada para los ciegos. Yolanda Fernández de Landa tiene un oficio realmente importante. Enseña a ver a los ciegos. Es a través de ella que hasta ahora que parte de los 4.000 barceloneses invidentes han aprendido a moverse por las calles de la ciudad. No tiene claro que ese profesorado pueda ejercerlo en Consell de Cent. Ni la formidable audición que muchos ciegos desarrollan (“ahí a mi derecha hay un coche”, dice Botí, y es verdad, aunque parado y a un ralentí imperceptible) puede garantizar un paseo seguro. “Una calle es es segura o no lo es, no hay término medio”, añade Botí.

Fernández de Landa cree que este tipo de urbanismo tiene mal remedio para los afiliados a la ONCE. Como mínimo, añade, lo que debería hacer el ayuntamiento es que se cumplan las reglas del juego. Pone dos ejemplos incuestionables. Primero, que las horas de carga y descarga, a falta de zonas habilitadas específicamente para ello, se respeten. Se acordó que furgonetas y camiones no se pusieran manos a la obra antes de las nueve y media de la mañana, no en consideración con los ciegos, sino por los niños que van a la escuela. Papel mojado. En invierno, o sea, ahora, antes de que despunte el sol ya hay actividad, y por la tarde, cuando, esa actividad está restringida, continúa.

La otra observación que hace Fernández de Landa y que suscriben Botí y García parece inapelable. “Si un coche circula por una autopista a 180 kilómetros por hora, ¿qué hacen?, le multan?”. Sí, claro, va un 50% más rápido de la velocidad máxima permitida. “Pues en Consell de Cent la velocidad fijada es de 10 kilómetros por hora”. Coches, motos y bicicletas duplican, triplican e incluso puede que cuadrupliquen ese límite.

Anaïs García pasa junto a una moto.

Anaïs García pasa junto a una moto. / Ana Puit

Tal vez convenga, llegados a este punto del relato, la figura de un abogado del diablo, poner de nuevo en negro sobre blanco el porqué de este tipo de urbanismo.

Se ha explicado con anterioridad en estas páginas. La fuente de inspiración, lejana en el tiempo y en la distancia, es Hans Monderman, un ingeniero holandés que hace unos 40 le dio la vuelta como a un calcetín a los criterios de ordenamiento del espacio público. En una ciudad prototípica de los Países Bajos de entonces, donde el espacio se lo repartían escrupulosamente coches, peatones, bicicletas, cada cual con sus propias tierras en propiedad, propuso compartir. Fuera todo, incluso la mayoría de las señales. Los coches dejaron de ser la especie dominante, la que estaba en la cima trófica del tráfico, y respetaron a los peatones. A Monderman le gustaba presumir del éxito de su idea cuando le entrevistaban. Cruzaba la calle de pared a pared de forma despreocupada. Pero no era ciego.

Por una vez, viene a decir el delegado del ONCE en Catalunya, ir tras los pasos de los países nórdicos es retroceder. La plaza más célebre de Berlín, Alexanderplatz, parafraseando a Morticia Adams, es para un ciego lo que para una mosca es una tela de araña. Parecrá una exageración, pero segura Botí por propia experiencia que ha tenido que dejar de ir solo a algunas tiendas de su barrio simplemente porque están en nuestra Alexanderplatz, la calle de Consell de Cent.

Solo como colofón, García tiene algo que contar, que no debe ser calificado de anécdota, sino de incidente. Se atrevió un día con Cometa, su perra, por esa calle. Caminaba junto a la fachada. Su guía, de repente, comenzó a tirar, quería llevarla hacia el centro de la vía. Pensó que Cometa veía que el resto de la gente lo hacía y que lo más natural era utilizar el centro de la antigua calzada. La hizo obedecer, pero Cometa tenía razón, había un vehículo estacionado junto a la fachada.  Los perros guía ven, pero no hablan.