Arqueología en la 'superilla'

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A1-178191278.jpg / Manu Mitru

Carles Cols

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Balas de cañón, una pila bautismal partida en dos, una porcelana china que cruzó medio mundo y terminó hecha añicos, una lápida grabada con una cruz, cerámicas con paisajes irreconocibles…, el yacimiento arqueólogico de la calle de Girona ha terminado por revelar que aquel lugar, hoy destinado a ser un plácido tramo de la ‘superilla’ del Eixample, fue hace tres siglos un sindiós, calificativo oportuno porque parece que fue entonces cuando tocó a su fin la historia del convento de los Capuchinos del Monte Calvario. La arqueología no es, desde luego, como la practica Indiana Jones. Desde octubre de 2022, un equipo de arqueólogos capitaneado por Marta Lucas está recomponiendo a la vista de cualquiera que pase por ahí un puzle fascinante, tanto que en un primer momento, cuando le abrieron las tripas a la calle, las primeras piezas sugerían que estaban ante los restos de una masía, pero las últimas semanas de labores de poco, pala y pincel están revelando algo distinto y no incompatible: fue aquello un convento que, una vez destruido durante o antes incluso de la Guerra de Sucesión, renació como masía hasta que nació el Eixample.

El yacimiento arqueológico de la calle de Girona.

El yacimiento arqueológico de la calle de Girona. / Manu Mitru

El pasado febrero, la noticia, desenfocada en aquel momento, daba por hecho que aquellos muros eran de la masía que en 1823 cartografiaron con bastante precisión los ingenieros que acompañaban a los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, una tropa expedicionaria gala que cruzó la frontera para rescatar políticamente a Fernando VII. Coincidía el lugar con la descripción. Lo más llamativo entonces fue el hallazgo de una auténtica porcelana cocida en China durante el reinado del emperador Wanli (1563-1640). No era en realidad un tesoro fuera de su época y lugar. La artesanía del lejano oriente era muy apreciada y viajaba como objeto de lujo. Se supuso que los dueños de la familia pretendían que uno de sus hijos, no el ‘hereu’, ingresara en un convento cercano y que esa podía ser su dote para ser aceptado en la orden. Por lo que fuera, la porcelana estaba rota en una docena de pedazos, así que el relato familiar se terminaba ahí, en una suerte de fundido en negro arqueológico.

La porcelana china hallada en la primera fase de la excavación.

La porcelana china hallada en la primera fase de la excavación. / MUHBA

Parece que fue al revés. La porcelana era una dote, pero que había llegado a su destino. Durante casi 150 años aquello fue un convento, un fértil convento, con tierras de cultivo a su alrededor, pero que tuvo la mala fortuna, en 1697, de ser elegido como hospital por las tropas francesas que asediaban Barcelona en la Guerra de los Nueve Años. Cuando terminen los trabajos sobre el terreno, comenzarán los que los arqueólogos llevan a cabo entre pliegos documentales. Puede que sobre las mesas de alguna estancia de aquel convento desplegara también sus mapas, en algún momento posterior y con motivo de la Guerra de Sucesión, Antoni de Villarroel, comandante general de la soldadesca austracista. Son solo teorías que los arqueólogos, a falta de más y más datos, solo se atreven a insinuar como ventrílocuos, a pie de yacimiento, en voz baja y sin apenas mover los labios. Lo incuestionable es que bajo el subsuelo de lo que pronto será un eje verde del Eixample había bombas que habían estallado y otras estaban aún por cañonear, vamos, que desde ahí se dio y se recibió.

Dos balas de cañón, pruebas del violento final del convento.

Dos balas de cañón, pruebas del violento final del convento. / Manu Mitru

Lo que sucedió después de aquella guerra es lo que propició el error de apreciación inicial cuando comenzaron las obras de Girona. Se creyó que aquello era el espacio perimetral de una masía porque un plano lo sugería y porque realmente eso parece que fue lo que sucedió. El convento quedó parcialmente destruido, pero los campos eran aún fértiles y cultivables, así que una familia pudo obtener permiso para reconstruir el edificio, pero no para dar cobijo a la fe, sino a las cosechas y al ganado.

Al yacimiento le queda apenas medio mes al aire libre, a la vista de todos. Merece la pena, si no se ha hecho ya, echarle un último vistazo, porque después será protegidos con materiales adecuados y la calle será urbanizada encima con su nuevo aspecto de ‘superilla’. Quedará así preservado (no destruido) por si futuras generaciones de arqueólogos quieren profundizar más en él. Se ha trabajado en Girona como corresponde, sin prisas, nada que ver con anteriores etapas de la arqueología barcelonesa no tan lejanas en el tiempo. Se ha podido excavar lo que se creía una masía y se ha terminado por sacar de entre las arcillas una pila bautismal. Solo por situar lo mal compañeras de viaje que son las prisas, el caso paradigmático es el de las obras que se realizaron en 1991 frente a la puerta principal del Born para construir un aparcamiento subterráneo. Como si de aquel párking dependieran los Juegos Olímpicos, cuando los arqueólogos descubrieron allí un inesperado cementerio musulmán (primero y único conocido de la historia de Barcelona), todo fueron prisas para echarles de ahí. Se supuso entonces que era un camposanto del siglo VIII, del corto periodo de tiempo en que Barcelona fue Barshiluna.

El yacimiento, con media calle de Girona ya transitable.

El yacimiento, con media calle de Girona ya transitable. / Manu Mitru

Fue un error atribuible a las prisas políticas por construir un párking. A finales de 2021, un apasionante estudio multidisciplinar, en el que despuntó la colaboración de un equipo de genetistas, reveló que los esqueletos, por la posición en la que fueron enterrados, cara a la Meca, eran efectivamente de practicantes del Islam, pero que en realidad eran esclavos de la ciudad de cómo mínimo un siglo más tarde de lo supuesto en un primer momento. Que uno de los restos humanos apareciera con grilletes en un pie era un detalle demasiado tentador como para que el caso no fuera objeto de una investigación más paciente. En el caso del convento de la calle de Girona, quién sabe si estudios posteriores revelarán nuevas sorpresas. O sea, que nunca tan bien dicho, continuará…