Novedad editorial

La Modelo, retratos del verdadero templo expiatorio de Barcelona

Regreso cinematográfico a la infame cárcel Modelo de 1977

Barcelona condensa en un cómic los 113 años de infamia de la Modelo

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barcelona/EP4_DUAITA.jpg / DUAITA PRATS

Carles Cols

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Cuatro veces estuvo Duaita Prats en la cárcel Modelo de Barcelona, siempre de visita, siempre cámara en mano. De la primera ocasión, y eso fue en 1988, perdió hace muchos años la pista de los negativos. Lástima. Entró como fotoperiodistas de ‘Gigantes’, revista consagrada al baloncesto. Se había organizado un partido entre reclusos y un combinado de jugadores extramuros, una suerte de vis a vis deportivo del que no recuerda, por supuesto, el resultado deportivo, pero sí un milhojas de sensaciones turbadoras. “Yo maté al cura de mi pueblo”, le decía el hombre que se sentó junto a ella en el banquillo. Creyó que sería una buena idea moverse, buscar otro asiento. Se acuclilló sobre un balón y, cuando se puso en pie, dos internos se pelearon morbosamente por la pelota. El caso es que aquella inmersión carcelaria quedó ahí, como un llaga en el paladar que nunca dejas de tocar con la punta de la lengua, hasta que en 2017 logró encadenar tres visitas más, la primera cuatro meses antes de la clausura de aquella prisión y otras dos inmediatamente después. Aquel último aliento que exhaló la Modelo antes de morir y el retrato de su cadáver solo cuatro días después del deceso son ahora un libro de un monumental valor documental.

La Duaita Prats de 1988 era (confiemos en que se lo tome bien) una bisoña fotoperiodista. Hoy es otra persona, una artista multidisciplinar, aunque ella prefiera decir “indisciplinada”. Crea con la cámara y, también, como escultora, con las manos. El libro, ‘La Modelo 2017’, es el punto equidistante entre esas dos facetas, pues, menos poner la imprenta en marcha, lo ha hecho todo para parirlo, expresión esta última que invita a recordar a Gustave Flaubert. En una ocasión, aquel novelista francés explicó que “los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, a costa de amontonar grandes bloques uno encima de otro”. Efectivamente, dice Prats, “ha sido un proceso agotador”.

La venta de una celda, decorada por uno de sus inquilinos con el objeto de su veneración particular.

La venta de una celda, decorada por uno de sus inquilinos con el objeto de su veneración particular. / DUAITA PRATS

La Modelo, visto ahora con perspectiva, es una más las anomalías que hacen de Barcelona una ciudad desconcertante. Abierta al público (es un decir, claro) en 1904, fue durante 113 años, según se mire, el tercer templo expiatorio de la ciudad y, a su manera, el que más merecería ese nombre, porque el del Sagrado Corazón, en la cima del Tibidabo, no va mucho más allá de ser un mirador con vistas privilegiadas, y la Sagrada Família, en la Dreta de l’Eixample, es la mayor atracción turística de Barcelona, que se construye no con devotos donativos, sino con entradas a precio de Gaudí. La Modelo, lo dicho, merece el título de verdadero templo expiatorio barcelonés porque por sus celdas han pasado todas las clases sociales posiobles, tipos condenados por delito atroces y otros por delitos que ya no lo son, ¡ah!, y presos políticos de todo el espectro parlamentario, siempre, por supuesto, en función de quien detentaba el poder en cada instante.

Solo un apunte más sobre las excentricidades de la Modelo. En sus 113 años de historia hubo un alcaide, Gaspar Dalmau, que de un día para otro pasó a ser un preso más y, en un más difícil todavía, hasta hubo un subdirector, Manuel Valls, que literalmente se fugó de la cárcel antes de que le detuvieran por inconfesables trapicheos. Lo raro es que con todo ese pasado y mucho más, la Modelo prácticamente nunca fue retratada en vida con una mirada documental, como si mereciera caer en el olvido. Están en las hemerotecas las imágenes de los motines, por supuesto, pero muy pocos retratos hay de la cotidianeidad, solo el relato oral y escrito de quienes estuvieron ahí, internos, como prefiere llamarles Prats, no reclusos, reos, prisioneros o presidiarios, lo más común en la literatura carcelaria, palabras que degradan y que, según la autora del libro, distancian al que está dentro del que está fuera.

Huellas dactilares, guantes de exploración corporal..., se perdía la libertad y, también, la intimidad.

Huellas dactilares, guantes de exploración corporal..., se perdía la libertad y, también, la intimidad. / DUAITA PRATS

¿Qué es lo cotidiano? ¿Qué es todo aquello que vio Prats a través del visor y de lo que, ahora que son visitables las entrañas del edificio, apenas queda rastro?

Más de un cuarto de millón de personas han traspasado las cancelas de la Modelo desde que el 8 de junio de 2017 se hizo el último recuento de internos y los funcionarios firmaron la última hoja manuscrita del llamado ’Libro de servicios’ (documentos, por cierto, que forman parte de las 205 fotos del libro). Han podido recorrer las galerías, los patios, las frías cabinas de contacto con los familiares, el icónico punto central de vigilancia que da nombre a la arquitectura del edificio, panóptica, y también la descorazonadora sala en la que inhumanamente (porque el garrote era una brutalidad) fue ejecutado Salvador Puig Antich.

La rutina que un interno anotó como recordatorio en la pared, incluida la ingesta diaria del ansiolítico, a las seis de la tarde.

La rutina que un interno anotó como recordatorio en la pared, incluida la ingesta diaria del ansiolítico, a las seis de la tarde. / DUAITA PRATS

Pero esa cárcel fue más que barrotes y muros, mucho más que lo que ahora es visible. Era, por ejemplo, las estrictas rutinas que un preso anotó en la pared desconchada de su celda: a las 10, al patio, a las 12, hora de la ducha, se almuerza a la una, se cena a las ocho y a las nueve los funcionarios cuentan internos. Y sobre esa agenda, escrito con letra doblemente subrayada, un recordatorio más importante: a la seis de la tarde, el ansiolítico.

Durante la visita que Prats pudo realizar a la cárcel en febrero de 2017 (por lo tanto, aún en funcionamiento), lo sorprendente podía estar escondido tras las puertas de un simple armario, como esos carteles en principio desconcertantes que señalaban si en el cuarto correspondiente se estaba consumando un “vis a vis doble” o, la repera ya, uno triple. No hay que llamarse a engaño. Los encuentros siempre eran de parejas. La cuestión es que los internos podían ganar minutos en la intimidad como premio a su predisposición a cumplir la condena conforme a las normas de la dirección. Era una regla interna. Pórtate bien y se te recompensará. A veces se dice que la Modelo era un espejo de la sociedad. Aquel refloejo aún perdura, ¿no?

Los grafitis de los muros, documentados por la autora, un material de profundo interés.

DUAITA PRATS

De la obra de Prats, puestos a destacar uno de los múltiples hilos conductores, despunta, sin duda, el conjunto de fotos que relatan cómo era ese canal que unía la vida en el interior con la del exterior. Impresionan la imagen de las cabinas telefónicas que había en los patios, idénticas a las de la calle, que casi parecían, allí dentro, una anacronía radical, tan modernas ellas en mitad de un lugar que se había quedado detenido en el algún momento indeterminado del pasado.

Las cabinas telefónicas de los patios, días después del cierre de la prisión.

DUAITA PRATS

No es una exageración. Así era. El tiempo era otro. Una de los objetos que más impresionó a Prats en sus tres últimas visitas (y que por tanto, fotografió) es ese gran reloj de pared situado en el patio de entrada, con las agujas detenidas, a saber desde cuándo, en la una y cuatro minutos.

Es una imagen doblemente simbólica. Por una parte, por eso, porque el tiempo está detenido, y, por otra, no menor, porque aquel reloj es una pieza que ya quisiera descolgar todo buen anticuario. Lleva impreso el nombre de José Besses y es casi idéntico al que este artesano de la precisión, relojero de la Reial Acadèmia de Ciències de Barcelona, instaló en el mercado de la Boquería en 1907 tras presentar un presupuesto al ayuntamiento de Barcelona por un precio de 1.520 pesetas, un gran dispendio entonces, pero cómo decir que no si prometía que la maquinaria interna, “construida con todos los adelantos modernos y de primera calidad, comprendidas cuerdas metálicas, poleas, transmisiones y demás accesorios, esfera y saetas exteriores y minutería que a estas esfera y saetas se refiera”, tocaría con precisión las horas y las medias horas. Por su aspecto, el reloj de la Modelo parece contemporáneo de aquel de la Boqueria, que hoy conserva el Museu d’Història de Barcelona (Muhba).

El anciano reloj de la Modelo, detenido desde años ha a la una y cuatro minutos.

DUAITA PRATS

La Modelo, desde su clausura como centro penitenciario, ha tenido (se podría decir) una inesperada primavera, ha reverdecido como centro cultural inesperado, con debates apasionantes en la antigua sala de espera de las vistas, conciertos, presentaciones de libros, rodajes cinematográficos y exposiciones, como la magnífica actualmente en curso, que emplea las celdas de la quinta y la sexta galería para mostrar la expedición que la fotógrafa Ana Sánchez realizó por los refugios de guerra de Barcelona, muchos de ellos jamás retratados. El caso es que, tras esta primavera, y contraviniendo las normas del calendario estacional, vendrá el otoño, el edificio comenzará a ser devorado por distintos proyectos, algunos imprescindibles, sin duda, pero de la Modelo algún día solo quedará el costillar de su estructura panóptica. Y libros como ‘La Modelo 2017’, menos mal.