Hasta el 31 de julio

Los refugios de Barcelona en 170 fotos memorables y, a ver quién da más, ¡en la Modelo!

Tras tres años de descender a subsuelos dormidos desde hace 85 años, la fotógrafa Ana Sánchez exhibe en la cárcel de Entença los emocionantes retratos de 40 refugios

Carles Cols

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El 31 de julio de 2023 será una fecha tristona porque echará el cierre una estupenda exposición sobre los refugios de guerra de Barcelona que, qué suerte la nuestra, este jueves se inaugura en las galerías tres y cuatro de la cárcel Modelo, o sea, realmente un marco incomparable. Le han puesto un nombre que impacta, aunque miente un poco, muy poco. ‘1.322 refugios antiaéreos de Barcelona’. En realidad, no se sabe cuántos hay. Probablemente son más, porque de vez en cuando aún hay obras que inesperadamente se topan con refugios jamás cartografiados. Lo único indiscutible es que la fotógrafa Ana Sánchez ha descendido a 40 de ellos durante tres años de agotador pero reconfortante trabajo y los ha retratado como nunca, en algún caso porque ella era la primera persona que entraba desde hacía 85 años.

La exposición llega perfectamente comisariada por el historiador Xavier Domènech después de que durante dos días, a mediados de marzo, se debatiera en la ciudad sobre cómo Londres, Berlín y París, además, de Barcelona, deben tratar ese pasado arqueológico.

Las jornadas sirvieron para constatar que cada caso es distinto y, de hecho, que el de Barcelona no tiene parangón. De forma preventiva, antes de que la ciudad comenzara a ser bombardeada por la marina (primero) y por la aviación italiana, los barceloneses comenzaron a prepararse para lo peor. Solo un 5% de los refugios llevaban el marchamo institucional. El resto, vamos casi la totalidad, eran fruto de un cóctel de entusiasmo y miedo. España había quedad al margen de la Primera Guerra Mundial, pero estuvo suficientemente informada sobre ella como para saber que algo había cambiado en la forma de matar, y muy pronto descubrirían los barceloneses que para el enemigo era más fructífero tácticamente bombardear la retaguardia que la primera línea de frente.

La exposición brinda, antes de entrar en el emocionante trabajo de Sánchez, lecturas que no deberían ser pasadas por alto. Invita Domènech, por ejemplo, a no pasar por alto el detalle de que el mapa de dónde cayeron las bombas y el de dónde estaban los refugios apenas coinciden. En realidad, el mapa de los refugios lo es también del asociacionismo vecinal. En esa calle en la que más fácil era que en tiempos de paz se organizara una verbena, más sencillo era, en guerra, que se coordinara la construcción de un refugio.

Aconseja también Domènech mirar el mapa de los refugios y sus características como si fueran una radiografía de la superficie. Entre los lugares visitados por Sánchez con su cámara y sus pantallas de luz, despuntan, entre otros, el subsuelo de la que llegó a ser embajada de la URSS, en la avenida del Tibidabo, y, también, el llamado refugio de Negrín, en Pedralbes. En los estertores de la Segunda República, Barcelona fue la capital de tres gobiernos, el central, el catalán y el vasco, y las sedes diplomáticas elevaron su categoría al estatus de embajadas. Fue un canto del cisne que, lo dicho, dejó huella también en el subsuelo.

La cuestión es que Domènech y Sánchez han armado una exposición que podría calificarse de ineludible, y no solo por el lugar elegido para ello. Toda oportunidad de visitar la Modelo antes de que la piqueta desfigure su geometría panóptica siempre debería ser bien recibida.

Un inciso sobre esta cuestión, antes de regresar con ganas a las fotografías de Ana Sánchez.

El escritor (y a la par muchas cosas más) Alejandro Jodorowsky, fabulador como pocos, explicó que el maestro zen Ejo Takata, al que admira, le envió en una ocasión un paquete que tardó varios minutos en desenvolver. Era un puzle de nudos, papeles y cajas. Cuando por fin lo desarmó, ¡oh sorpresa!, vio que dentro no había nada. El regalo había sido el viaje al que había sometido a sus manos y a su ingenio. A los amantes del ‘bondage’ parece que les encanta contar esta anécdota. Pues la Modelo es hoy, a su manera, aquel paquete, con la sideral diferencia de que, en esta ocasión sí se llega a algún, a 170 fotografías memorables.

Expedición fotográfica de Ana Sánchez al refugio de la calle de Toledo, en Barcelona

Bajada al refugio de la calle de Toledo, en Barcelona. /

Hay que entrar una a una en las celdas de los presos para poder gozarlas. Cada una de ellas tiene su propia historia. No hay dos iguales. Eso es lo mejor. Las hay que incluso abren la puerta a anécdotas impagables. He aquí un par de ejemplos para abrir boca.

Terminada la Guerra Civil, los refugios no cayeron en un inmediato olvido. El franquismo hasta se aprestó a construir sus propios refugios a la que vio que Alemania e Italia tenían las de perder en la Segunda Guerra Mundial, pero terminada aquella contienda, la mayoría pasaron a ser inaccesibles y solo eran ya un recuerdo de quienes allí estuvieron, que ni siquiera sabían si se mantenían en pie. Merece por eso reparar en una de los retratos, el del refugio del pasaje Simó, junto a la Sagrada Família. Lo que en esa imagen se ve, al fondo, es una lengua de cemento Tan olvidados eran los refugios que, en los años 60, en plena fiebre constructora de nuevos edificios en la ciudad, no era extraño que algún promotor inmobiliario inyectara hormigón para poner los cimientos de la nueva finca y se le fuera por ahí el presupuesto de la obra si comprender qué sucedía. El cemento, aún por solidificar, había encontrado un resquicio en una pared y se había acomodando en el refugio.

Merece también una mención especial el refugio de Trotski, no León, el dirigente bolchevique que tan mala muerte tuvo a manos de Ramon Mercader por orden de Stalin, sino el perro Trotski, que era el quinto miembro de una familia que vivía en las inmediaciones del Besòs y que tenía un oído tan fino que sabía antes que nadie que la aviación italiana se acercaba por levante con funestas intenciones. Entonces, ladraba. En el barrio era la sirena antes de que sonaran las sirenas. Se da por hecho que así salvó vidas, de modo que, en justo pago, en el refugio, como si fuera el paseo de la fama de Hollywood, hicieron que estampara en un ladrillo su huella. Ahí sigue la marca, en la placeta de Macià, de Sant Adrià de Besòs.

Las razones para visitar ‘1.322 refugios antiaéreos de Barcelona’ antes del 31 de julio son lo que se cuenta pormenorizadamente en ella y también la propia Modelo, pero además está la oportunidad de maravillarse con la capacidad de Sánchez de domar la luz y las sombras en sus fotografías. No son solo fotos carnet de los refugios, por decirlo de algún modo, sino que son, además, estéticamente muy potentes. “Al principio, que algunos estuvieran inundados parecía desalentador, pero luego descubrí el juego de reflejos que eso proporcionaba”. Es fácil decirlo, pero hacerlo, con lo complejo que es acceder a algunos refugios, donde el oxígeno es cada vez más escaso, es otra cosa. Merece la pena tenerlo en cuenta si se visita la exposición.