el Tourmalet
Navarra, entre bicis y confinamiento
La tierra de Miguel Induráin recibe este miércoles a la Vuelta preparada contra el azote de la pandemia
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Sergi López-Egea
Una vez, en Pamplona, Miguel Induráin, observaba con ojos de placer el chuletón que tenía enfrente. Se trataba del montaje de una foto. Él y su hermano Pruden se sentaban en el prado con una barbacoa, unos mantelitos, unos trozos de queso y chorizo y una botella de vino. Con unas pinzas de carne, Miguel cogía el chuletón para que en la imagen se viera que estaba a punto de asarlo. Fue una foto que se preparó, durante sus años de gloria, para ilustrar un reportaje en El Dominical de El Periódico.
"¿No tiraréis el chuletón?", preguntó Induráin. "Qué buena pinta tiene", añadió su hermano Pruden. Ellos, en plena competición, con el Tour casi a la puerta de sus casas, no podían darse ese placer. Por supuesto que ese chuletón no se tiró a la basura y desapareció de la faz de la tierra a la salud de quien más tarde sumó el quinto Tour a su palmarés. Era una época en la que cuando llegabas a Pamplona podías quedar con Induráin en cualquier terraza o recorrer al lado de quien fue su director durante sus años de dominio, José Miguel Echávarri, las tabernas de la famosa calle de la Estafeta por donde bajaban los toros en San Fermín, cuando se celebraba la fiesta y la capital navarra se llenaba de mozos.
Pamplona con las persianas bajadas
Pedro Delgado durmió el martes por la noche, como los equipos participantes de la Vuelta y una importante parte de la organización de la carrera, en Pamplona. "Parecía una ciudad fantasma", comentaba este miércoles. Quienes acabaron de trabajar en la zona de meta a última hora de la tarde tuvieron que comprar bocadillos en las gasolineras para no irse a la cama con el estómago vacío. Y los pocos que consiguieron plaza en algún restaurante de la ciudad se vieron obligados a levantarse de las mesas a las 10 de la noche porque la hostelería pamplonesa se manifestaba, todos vestidos de camarero, en la plaza del Castillo para protestar por las restricciones.
Una madre hablaba este miércoles en euskera con sus hijos mientras paseaba por una calle de Lekunberri. En Lekunberri finaliza este miércoles la segunda etapa de la Vuelta. Han puesto vallas en la avenida principal donde se ha instalado la meta. Y casi hay que preguntarse ¿para qué? Porque los vecinos han recibido la consigna de la carrera de que, por favor, se queden en sus casas y no salgan a recibir y a aplaudir a los corredores en una ronda española que se tiene que disputar a 'calle cerrada' y que dispone de salvoconducto para entrar y salir de las ciudades con sus perímetros acotados. Pero los parajes verdes de esta parte del territorio navarro tienen en otoño un colorido tan especial como hermoso. Hay cosas que la pandemia nunca logrará quitarnos.
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