Gastronomías

Jordi Herrera (ex Manairó): cómo regresar tras una muerte y un cierre

Un chef atípico, mañoso, constructor de aparatos: cerró el restaurante Manairó, que había conseguido una estrella, hace un año. Lo peor estaba por llegar: a los dos días falleció su hermano

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Jordi Herrera: guitarra

Jordi Herrera: guitarra / Pau Arenós

Pau Arenós

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La intriga llega mediante el correo de un lector, Carles, interesándose sobre qué ha sido de Jordi Herrera (1965), cocinero sobresaliente en el restaurante Manairó, ya extinto, ganador y perdedor de una estrella, un manitas que diseñó artefactos como la parrilla de clavos o un horno bautizado con grandilocuencia como Brutus, hombre de hierro que también esculpe ese material.

No es Jordi un chef corriente ni gregario, así que ha dibujado una carrera atípica y solitaria, con altibajos, con reinvenciones y estallidos.

Lo primero que dice al teléfono es: «Con lo que me ha pasado, no sé cuantas personas se habrían rehecho». Necesitado de una conversación cara a cara, una cita a los pocos días en Argentona, en Quatre Rellotges, una edificación de principios del siglo XX que fue restaurante tradicional y, antes, una vivienda monumental conocida como Can Poi.

Asociado con un inversor de origen mexicano, Jordi Herrera se desdoblará: por las mañanas, cocinero de menú y, por las noches, cocinero artista, con cenas maridaje con esculturas de Miquel Aparici (¡con lo cómodo que es el vino!) y, en colaboración con el luthier Joan Carles Parellada, de qué manera se pueden «cocinar canciones y cambiar las notas por gustos».

El restaurante Quatre Rellotges, en Argentona.

El restaurante Quatre Rellotges, en Argentona. / Pau Arenós

Pero aún no está ahí, ni en la rehabilitación de un pequeño auditorio-cocina, ni en la recuperación de los invernaderos y la piscina a la manera de un estanque iluminado. Está en el menú de 17 euros de mediodía, con la herencia discreta de la alta cocina: la crema fría de carbón de berenjena, el 'trinxat' de judías con guiso de cordero y pieles de caballa o el pulpo rustido y con verduras al horno. 

La inversión prevista, lo cuenta Diego, el empresario, es cuantiosa: «Un millón de euros de aquí a diciembre». En esta visita provisional, la decoración es aún la de un establecimiento perdido en el tiempo, con esa rutina de lo antiguo por olvido más que por intención. Todo cambiará y la cocina y las salas se adecuarán.

Una muestra de plato de menú: 'trinxat' de judías con guiso de cordero.

Una muestra de plato de menú: 'trinxat' de judías con guiso de cordero. / Pau Arenós

Las razones por las que Jordi liquidó Manairó el 3 de julio del 2022 son variadas: el hartazgo, sí, el hartazgo («el desencanto de la alta gastronomía»), las limitaciones del espacio, la dictadura de los clientes con ínfulas y la fatalidad. Los tropiezos comenzaron en el 2019, con un vecino disgustado y con un embrollo de cierres injustos y aperturas y disculpas de la autoridad y pérdida de capitales, según cuenta el chef: «Y mira que fue la mejor etapa, muy creativa».

Al final, un micro equipo: un friegaplatos, un jefe de sala y Jordi. El jefe de sala tuvo un accidente en el que murió su mujer y él quedó malherido. Devastación. Al friegaplatos, ascendido a camarero, lo fichó un hotel. Imposible seguir en solitario.

Soledad, impotencia, rabia, miedo. No sabía qué hacer en la vida. Estaba sin trabajo, sin nada

El 3 de julio dijo adiós a Manairó después de 19 años. El 5 de julio, su hermano Carlos tuvo un choque de moto y falleció. Dos muertes seguidas: una no se parece a la otra, de ninguna manera, pero sumó lutos. Y el cocinero desapareció. Podría haberse empleado en cualquier sitio, tal vez volver al origen como profesor de hostelería.

Separado de su pareja, se encerró en casa y cogió una guitarra: «Date cuenta lo que aguanta una persona... Soledad, impotencia, rabia, miedo. No sabía qué hacer en la vida. Estaba sin trabajo, sin nada. El 'shock' emocional fue la ostia. No podía pensar y yo soy dependiente de mi cabeza y solo veía pasado y pena».

Para ayudar a su cuñada, decidió ocuparse del caballo del hermano, un pura sangre. De nombre, 'Recuerdo'. Recuerdo. Dice que nunca había llorado tanto como cuando el caballo lo miró, ojo con ojo, cara con cara. Lo abrazó.

Recuerdo.

«Esta conversación no habría sido posible hace seis meses. Antes de la pandemia dije: ‘Ya no nos pueden pasar más cosas. Peor no podemos ir’». Esa broma que desintoxica. Reímos. Un Nostradamus, le digo. Del hermano también heredó un par de motos. Él tiene la suya, una BMW. En una ocasión se rompió dos costillas al chocar con un jabalí.

Jordi Herrera, en la entrada del restaurante Quatre Rellotges.

Jordi Herrera, en la entrada del restaurante Quatre Rellotges. / Pau Arenós

Ha perdido 42 kilos, viste camiseta de Guns N’ Roses, pendientes, pantalones estrechos, botas marrones, dos tatuajes en los brazos: el pensador de Rodin y él mismo cuando era jugador de rugby. Está acostumbrado a los golpes, pero no al juego sucio de la vida.  

Diego, el socio, ha alquilado su cabeza. Jordi no lo dice así, pero yo lo entiendo de ese modo: «Si pierdo el espíritu analítico y el plantear el porqué de las cosas soy un inútil». El engranaje de la cabeza vuelve a girar: «Aquí van a pasar cosas muy importantes. Cuando alguien dice: ‘Eso es imposible’. Yo digo: ‘¡Mola!’».

La cabeza hace piruetas, pero es un despistado. No se ha dado cuenta de que hoy es lunes 3 de julio. Y el miércoles, día 5.

Recuerdo.

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