Cata Menor

Manuel Vázquez Montalbán: 20 años de ausencia, por Pau Arenós

A veces parece como si hubiéramos perdido un oráculo, aunque lo que desapareció fue una brújula

Descubren la primera novela de Manuel Vázquez Montalbán

Un retrato de Manuel Vázquez Montalbán.

Un retrato de Manuel Vázquez Montalbán. / Jordi Bedmar

Pau Arenós

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Recuerdo perfectamente el 18 de octubre del 2003. Después de dos décadas, el momento sigue vivo, aunque hablo de alguien que se fue.

Era sábado, dormía, mis hijos eran muy pequeños y mi mujer y yo nos turnábamos los días de fiesta para atenderlos cuando, como muchos infantes, madrugaban sin ningún respeto por el horario ni por el agotamiento de los progenitores, empujando el día.

Recuerdo, sí, recuerdo ver entrar a Goretti alterada y con el móvil en la mano y diciendo: “Es Dani”. Era Dani a las 8.30 de la mañana de un sábado, él, entonces, también padre de un niño pequeño. Era Dani con un mensaje fatal: “Mi padre ha muerto”.

Manuel Vázquez Montalbán había muerto en el aeropuerto de Bangkok con el epitafio ya escrito por culpa de un poema.

Llamé a otros amigos, según indicación de Daniel, y subí a Vallvidrera. Lo siguiente ocurrió en una intimidad que no debo revelar todavía.

Este es un espacio gastro, de manera que abordo una cara del poliedro: la del Manolo gastrónomo.

¿Qué aportó MVM a la gastronomía? Miles de páginas de análisis (¡escribió una enciclopedia sin ayuda!), un personaje carismático como Pepe Carvalho con el vicio de quemar y cocinar y, lo más importante, una posición ética y política sobre el acto de comer.

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Que un intelectual subiera a las fondas y bajara a los altos restaurantes, e hiciera de ello material literario, era algo para lo que las élites de izquierda no estaban preparadas. Ni las de derecha.

La escritura gastronómica era un pasatiempo de ricos, con excepciones, por supuesto (y las excepciones son lo interesante), y él la sacó de ese club de esnobs y diletantes para ampliarla con una mirada nueva y popular, y sofisticada.

La serie de novelas de Carvalho también puede leerse como si fuera una guía de restaurantes de los años 70/80/90 y de los platos y las botellas que entonces circulaban. Estuve recientemente en Córdoba y busqué El Caballo Rojo, reabierto, porque era una meta carvalhiana.

A los comunistas, a cuya tribu pertenecía, les inquietaba un militante que además de comer sabía cocinar –y con la destreza a la que obliga la curiosidad– como si ser del partido exigiera una dieta de sardinas en aceite, beber de la bota y entonar desaforados cantos regionales.

Veinte años más tarde, la cocina es otra y nosotros somos otros y el planeta es otro –aunque se parece miserablemente al que fue– y no tengo ni idea de qué hubiera opinado Manolo de esto y de aquello.

A veces parece como si hubiéramos perdido un oráculo, aunque lo que desapareció fue una brújula.

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