La generación globalizada

Paula y Chiara, cara y cruz de la nueva Barcelona milenial: la que se va de la ciudad y la internacional que llega

Dos vecinas del mismo barrio y en un momento vital similar reflejan la visión contrapuesta de la capital catalana que polariza los debates

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Paula Torrecilla junto a su pareja Pol en plena mudanza y Chiara Proietti con su pareja e hija

Paula Torrecilla junto a su pareja Pol en plena mudanza y Chiara Proietti con su pareja e hija / Cedidas

Meritxell M. Pauné

Meritxell M. Pauné

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La capital catalana vive una silenciosa revolución demográfica en la franja de edad de 25 a 39 años: de cada diez empadronados, menos de tres nacieron en Barcelona y casi seis lo hicieron en el extranjero. La diversificación de la inmigración la última década –más variedad de nivel económico y cultural y más estancias provisionales– ha coincidido con la llegada a la etapa adulta de generaciones de autóctonos ya muy cortas por la baja natalidad de los años 80.

En esta nueva Barcelona milenial más heterogénea que nunca, afloran visiones y experiencias de la ciudad contrapuestas. Paula Torrecilla y Chiara Proietti ilustran esta paradoja. Ambas son vecinas de la Sagrada Familia, tienen casi la misma edad (38 y 39 años respectivamente), con hipoteca y una hija en edad preescolar. No obstante, su diagnóstico sobre la salud de Barcelona nada tiene que ver. Ambas han relatado a EL PERIÓDICO cómo ven Barcelona y sus planes de futuro.

“Barcelona nos parece agresiva”

Paula Torrecilla y su pareja, Pol, rematan las últimas gestiones de su mudanza a Girona, acompañados de la pequeña Bruna: “Los dos somos de Barcelona de toda la vida y este fin de semana hemos hecho las maletas”. “Hace tiempo que queremos una vida más tranquila y al nacer Bruna fue definitivo”, explica. “Barcelona nos parece agresiva, hay demasiada gente en todas partes, mucho ruido… Nunca hemos sido miedosos, pero al salir de casa todo son peligros y dificultades, que si motos en aceras, coches que salen de parkings, patinetes… Tenemos cinco o seis supermercados y cafeterías grandes alrededor, y cada vez que salgo con el cochecito alguien se me queja o tengo yo que abrirme paso”, describe.

Cambiar de barrio no les reducía el estrés: “Irnos a una zona tranquila de Horta, por ejemplo, eran alquileres por las nubes y que Pol trabajara igualmente en el meollo”. El área metropolitana tampoco les haría cambiar de vida y miraron varios destinos más al norte. Desde hace un año ella teletrabaja cuatro días a la semana para la productora El Pot Petit, con sede en Sarrià de Ter. Su pareja, abogado, pronto encontró trabajo en Girona. Y había una plaza libre en una guardería municipal. Todo les cuadró enseguida.

“En Girona los pisos también están caros, pero no llegan a ser imposibles como en Barcelona, que ponen los pelos de punta”, compara. “Por 1.100 euros aquí tienes un piso correcto, con sus tres habitaciones y terracita, mientras que en nuestro barrio solo puedes aspirar a un zulo o algo viejísimo”, lamenta. Además ellos han encontrado una buena oferta a través de una conocida, que renueva inquilino sin subir precio. Tienen un coche que usan poco y ahora prevén moverse por la ciudad en bicicleta.

“Barcelona es muy baby-friendly”

Chiara Proietti nació en Roma y casualmente conoció a su marido Marco, que es de Milán, durante unas vacaciones en Barcelona. Se fueron a Madrid a vivir juntos y al poco tiempo él apostó por abrir con su hermano una tienda de pasta fresca en el Eixample, Pasta Luego. Ella le siguió al año siguiente. Ya llevan 12 años en la capital catalana: “Siempre hemos vivido en el barrio de la Sagrada Familia, nos encanta”.

Al contrario que Paula, Chiara considera Barcelona “muy baby-friendly” y valora que tenga “muchas atracciones para niños, como la playa y la montaña”, abundancia de ascensores en el metro y “pueblitos cerca a los que puedes escaparte en tren” a oxigenarte. Por ejemplo Sitges, donde han pasado este fin de semana con su hija Sofía. No tienen coche ni lo echan en falta. Junto con las abundantes conexiones aéreas con Italia y el clima suave, les enamora la dimensión de Barcelona: “Roma es grandísima, ¡para mí coger una bici y poder cruzar la ciudad de punta a punta en 40 minutos es un plus!”.

“En comparación a cuando llegamos, quizá es tres veces más cara hoy Barcelona”

En este hogar de Barcelona los precios también son conversación recurrente. “En comparación a cuando llegamos, quizá es tres veces más cara hoy Barcelona”, calcula Proietti, que estudió arte pero trabaja como dependienta de comercio. No en la tienda familiar, dice entre risas, que no hace falta convivir tanto. Han esquivado la subida de los alquileres con una hipoteca que lograron hace cuatro años “cuando los préstamos eran un poco más asequibles”. “Sin duda ha subido el coste de la vida en Barcelona y además una criatura conlleva muchos gastos, pero con una hipoteca asequible y dos nóminas aún se puede vivir bien. Lo ponemos todo en una balanza y nos compensa, la calidad de vida es muy buena”, resume.

Vida comunitaria y lengua catalana

La nueva vida de Paula Torrecilla también conlleva expectativas de más socialización y mejor conciliación lingüística. “En Barcelona nuestra vida comunitaria se reducía a la programación del centro cívico... Veremos en Girona, pero ya nos han hablado de un casal cercano con actividades infantiles y debates políticos y una cooperativa de fruta y verdura en el barrio”, comenta. Aplaude que en la guardería de Taialà donde va ahora Bruna “todos se conocen” y recuerda los toboganes de Glòries con “horas punto de locura con 120 criaturas”.

“La lengua también ha sido un factor”, reconoce Torrecilla, cuya lengua materna es el castellano pero su círculo de amistades usa más el catalán. “La sensación es que en Barcelona a la gente le da igual hablar catalán o no, también a los autóctonos, porque no resulta realmente necesario”, dispara. “Creemos que en Girona nuestra hija crecerá hablando correctamente catalán y también aprenderá castellano, que lo seguimos usando en familia porque tenemos sangre aragonesa. Aquí ambas lenguas son más compatibles y no tenemos que renunciar a ninguna”, juzga.

“La sensación es que en Barcelona a la gente le da igual hablar catalán o no, también a los autóctonos"

Para Proietti el nacimiento de Sofía ha sido un revulsivo para atreverse con el catalán, a través de las canciones y vocabulario que trae de la guardería: “Nos estamos soltando mucho más y con ella ya hablamos ‘una mica’ de catalán”. Hasta ahora, dice, han vivido y trabajado “sin problemas” lingüísticos. “No nos ha resultado imprescindible hablar catalán –asume–, se parece mucho al castellano y al italiano y lo entendemos bien”. Es más, asegura que están acostumbrados a tener conversaciones bilingües: “Nunca nos ha generado conflicto, apoyamos mucho que haya una lengua propia”.

Su arraigo comunitario va creciendo a través del día a día, tejiendo relación con vecinos del barrio y con tiendas cercanas a la suya. Intentan hacer vida cultural, en especial artística, puesto que la tesis universitaria de Proietti versaba sobre Picasso y Barcelona tiene un “fantástico museo” del pintor. “Estamos en Barcelona de forma indefinida y muy a gusto, no nos planteamos mudarnos a ningún otro sitio”, concluye.