A partir de mayo

La valla del Carmel: el cuestionado muro con el que Barcelona pretende frenar el turismo masivo

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Rosa Alarcón sostiene que la reja “ayudará a gestionar” el flujo de centenares de personas atraídas por el mirador mientras los vecinos desconfían

Cierre perimetral Búnkers del Carmel

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Un grupo de operarios se afana en los últimos días a finiquitar la obra que empezó en septiembre pasado en lo alto del Turó de la Rovira, de nuevo invadido en masa por los turistas. Mientras una multitud de visitantes remonta ávida la cima, presta a capturar una soberbia vista de Barcelona para las redes sociales o cargada de alcohol y comida para hacer botellón, los trabajadores plantan las últimas barras con las que están envolviendo los búnkers. La valla estará lista en mayo para cerrar el acceso a los vestigios de la Guerra Civil y es ingrediente esencial -aunque no el único- de la receta con que el ayuntamiento promete contener la masificación que abruma a los vecinos. En cambio, los colectivos movilizados contra la turistificación en el Carmel son escépticos: creen que el efecto del cercado será nulo, incluso contraproducente, y han exigido que la construcción se detenga.

La concejal de Horta-Guinardó, Rosa Alarcón, sostiene que la reja “ayudará a gestionar” que el flujo de centenares de personas atraídas por el mirador vaya atenuándose. “No quiere decir que solucione el problema por sí solo”, puntualiza. La edil recalca que el operativo policial desplegado en la zona ha abortado saraos ilegales en lo alto del barrio en las últimas dos semanas, si bien añade que “aún se nota una afluencia importante” de visitantes. 

“Mantendremos el dispositivo policial hasta octubre y, entonces, evaluaremos. A medio plazo, tendremos el control de la valla y, a más largo término, debemos cambiar el tipo de visitante que viene para que, en vez de venir a hacer fiesta, acuda a visitas culturales y de recuperación de la memoria histórica. ¿Solucionará el problema? Necesitamos un año por delante”, ruega Alarcón.  

Desconfianza en la medida

Parte del tejido asociativo del Carmel desconfía de que el muro disuada a los viajeros. “Ya se ha demostrado que el vallado no funciona. Cuando han desalojado, la gente se ha quedado alrededor, detrás de la valla y en lugares con pendiente. Se han solucionado las fiestas, pero siguen bebiendo y comiendo, y así la montaña se ensucia”, advierte Armand Navarro, integrante del Consell Veïnal del Turó de la Rovira.

Sea cual sea el resultado, lo que resulta patente merodeando por la cumbre es que la estructura de la cerca pinta sólida. Cada barra que la compone pesa entre 30 y 40 kilos, y mide entre dos y 2,20 metros de alto. Rodea un perímetro de unos 480 metros.

Decenas de residentes del Carmel secundan cada viernes las marchas en que se clama contra el turismo. Culminan la ruta coronando el Turó de la Rovira, retomando los búnkers por unos instantes. Antes de descender, suelen allí leer sus reivindicaciones a favor de contraer la oleada turística, también en inglés, francés y otros idiomas para hacerse entender ante los visitantes. 

Entre los manifestantes, se palpa la inquietud de que la valla no haga más que dispersar a los jóvenes viajeros por otros rincones del barrio que se ciernen sobre la ciudad. Ya ocurre en el puente de la calle Mülhberg, uno de los lugares de reencuentro de los chavales para seguir la juerga tras ser expulsados de las baterías. Los vecinos temen que se diseminen aún más por otros puntos que ahora no pisan, como el turó del Carmel y el Coll de la Creueta, las otras dos cimas que configuran este tramo escarpado que se asoma sobre Barcelona.

“¿Vallarán la montaña pelada?”

“Nuestro miedo es que nos ocupen el entorno que nos queda”, expresa la presidenta de la Asociación de Vecinos del Carmel, Montse Montero. La entidad se posiciona en contra del vallado. “A este paso, ¿nos vallaran también la montaña pelada [el turó del Carmel]? ¡Si es lo que nos queda! No es muy lógico y no va a corregir la situación, ni la actual ni la que se pueda producir en el futuro”, augura.

VALLAS BUNKERS DEL CATRMEL

VALLAS BUNKERS DEL CATRMEL / EPC

Otro argumento de los contrarios al muro es que privatice un paraje que, por añadidura, es parte intrínseca de la identidad del barrio. “Veo muy mal que nos cierren los búnkers, como en el Park Güell, donde me pedían que pagase seis euros para pasear con mi nieto. Nos preocupa que no nos dejen pasar y que, encima, nos destruyan el barrio”, opone María José Cañete, vecina. 

El ayuntamiento responde que no ha precisado todavía a qué horas se echará el candado a la reja. En cualquier caso, avanza que “será un horario similar al del cierre de los parques de la ciudad”, que suelen dejar de ser accesibles a partir de las 21.00 horas en primavera y verano y a partir de las 19.00 horas en otoño e invierno. 

El vicepresidente de la asociación vecinal Parc Mixt Turó de la Rovira, Fran Bernal, ve serio riesgo de que el vallado sea la antesala para convertir los búnkers en un coto vedado: “No arreglamos nada, sino que conlleva una masificación y una turistificación mayor. Encima, una inversión pública acaba rentabilizada por el mercado”. Bernal agrega que “la masa forestal queda arrasada” con el gentío. Cree que los daños pueden extenderse en caso de que los turistas sigan explorando caminos secundarios para burlar los controles. 

La “cultura del visitante”

Alarcón subraya en que es capital “cambiar la cultura del visitante” para que acuda al paraje en horario diurno a un espacio “con aforo controlado”. “Se trabaja para cambiar la información que sale en las guías y con los operadores turísticos, pero hay plataformas con las que no podremos trabajar, como las redes sociales, que no dejar de ser un boca oreja”, previene. 

Nuevo desalojo de los búnkeres del Carmel

Nuevo desalojo de los búnkeres del Carmel / MANU MITRU

Una de las molestias que más irritan en el Carmel es la saturación de los buses, hasta el punto que a menudo no abren puertas en el barrio si ya van muy cargados. La concejal dice que se trabaja al respecto con Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), “pero ya tenemos autobuses cada cuatro minutos, la frecuencia no se puede bajar más”, avisa. 

Los vecinos admiten que notan más presencia policial en las últimas semanas, pero exigen que se cumplan las ordenanzas para prohibir el consumo de alcohol en la calle y se impongan multas. “Que haya venido tanta gente al barrio es resultado de un proceso largo. Que nos respeten también va a ser largo, pero hay que empezar a actuar. Si no, se nos van a comer con patatas en verano”, alerta Navarro. “La gente no se evaporará”, reconoce Alarcón. En todo caso, la edil postula que, “a medida que la gente se vaya encontrando con esta nueva concepción de la montaña, la situación irá cambiando, pero no será de un día para otro”.

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