Manifestación contra la masificación

El Carmel clama contra el turismo para rescatar los búnkers: “Nos han robado el barrio”

Un centenar largo de vecinos 'retoma' por unos instantes el Turó de la Rovira y exige que se frene el flujo masivo de visitantes a las baterías

Jordi Ribalaygue

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El Carmel, el barrio de las pendientes imposibles, la periferia cuesta arriba y el monte de las 300 casitas en riesgo de derribo por una plan (aún) franquista, es ahora también el epicentro de la Barcelona a la que se le indigesta el turismo. “¿Qué es lo que me molesta de los turistas? Pues que bajan dando escándalo, lo ensucian todo, se orinan en la puerta de casa, se encaran si les dices algo…”, enfila Juanele, vecino del Turó de la Rovira, tomado de la tarde hasta entrada la madrugada por una multitud de jóvenes, agolpados en la cima donde se apostaron las baterías antiaéreas que defendieron a la ciudad de la aviación fascista. Un centenar largo de vecinos han remontado la colina este viernes, igual que en las últimas semanas, para clamar por rescatar las baterías, imán para una muchedumbre de muchachos viajeros, atraídos por unas vistas que invitan al “maldito turismo de Instagram”, tal como espeta otro manifestante hasta la coronilla, y que suelen regarse con alcohol, sobre todo de jueves a domingo. 

“Esos días empeora, pero ya es así todos los días -corrige Matilde-. Y la suciedad es horrible. Preservativos, compresas… ves de todo por las laderas y en la calle. Hace unos días, la brigada bajó con 40 bolsas industriales. Los turistas van con un montón de botellas, latas, cajas de pizzas… A un vecino le picaron a las dos de la mañana para pedirle un sacacorchos. Unos se mearon en la puerta de otro que vive más arriba, salió a advertirles y le dieron un puñetazo. Acabó en el hospital”.

“La normativa solo se cumple de baterías hacia abajo. Arriba es ciudad sin ley”, distingue Armand Navarro. A él, sobre todo, le incordia el colapso de las calles, obstruidas por los vehículos que ascienden por vías populosas y empinadísimas, como Conca de Tremp, donde no es para nada extraño ver las furgonetas negras prototípicas de las plataformas de vehículos contratados bajo demanda. “He llegado a contar 70 o 80 taxis y VTC haciendo cola”, asegura Armand, quien ve que el barrio “no tiene infraestructura para esta masificación”: “Hubo unos años en que se dedicaron a promocionar los búnkers y ahora nos ha explotado en la cara. Ahora hay dispositivos policiales grandes, pero no multan y entonces siguen bebiendo”.

Prohibir el acceso

Los congregados han escalado hasta la cumbre circundando parte del barrio, atravesándolo por medio de la calzada. Antes de echar a andar, las asociaciones vecinales convocantes han desgranado sus reivindicaciones. Entre otras, exigen que se prohíba el acceso a vehículos que no sean de vecinos o servicios públicos en las vías que envuelven al Turó de la Rovira. También abogan por paralizar la construcción de una valla que cierre el paso a las baterías, lo que creen que “extendería el problema a otras zonas del barrio”. A su vez, urgen el “desalojo de las baterías antiaéreas cada noche”, para que “se acabe la impunidad de la que gozan los turistas”, rematan.

Aunque aún no aprieta el calor, varios afectados coinciden en que nunca habían visto tanto trasiego como en las últimas semanas. Solo el viernes pasado, la Guardia Urbana contabilizó 1.300 personas que desbordaban la cúspide

“Cuando los desalojan, se van al puente de la calle Mühlberg y la siguen liando”, cuenta Encarna, que vive justo allí. “Se ponen delante de mi casa con el altavoz. Puede pasar cualquier madrugada. Hace unos días, les llamé la atención y se disculparon. Se fueron un poco más abajo a molestar a otros vecinos”, lamenta.

Paki Torres confiesa sentirse asediada. “Vivo arriba de la montaña, que era como vivir en un pueblo, pero nos están expulsando. Ya no podemos salir a tomar la fresca, ni los vecinos montamos cenas en la calle como antes… Están intentado aburrirnos y cansarnos para que nos vayamos”, percibe. “Lo que más nos molesta es la sensación de invasión. Como en todo barrio turístico, la vida cotidiana se deforma”, comparte Fran Bernal, vicepresidente de la Asociación de Vecinos del Turó de la Rovira. 

Autobuses repletos

Una incomodidad frecuente para los habitantes del Carmel es que los turistas les priven de los autobuses. “Van tan llenos que ni abren la puerta, me pasa muy a menudo", explica Mari Carmen. "Puede tardar tanto hasta que pare uno que ya ni espero. Acabo subiendo a pie, aunque con las cuestas que tenemos es un fastidio”, admite. “Cuando los buses se llenan de turistas y tenemos que dejar a alguien, nos duele tanto como a vosotros”, se disculpa Ramiro, conductor de TMB, recibido con aplausos por los concentrados.

“Desde hace seis o siete años, volver en bus a casa es imposible”, atestigua una joven. “Aparte, regresar de noche y cruzarte con 10 tíos borrachos da un poco de cosa -prosigue-. Me ha pasado que se metan en el jardín y que se orinen. Hace unos días, unos turistas coreanos me pidieron entrar para ir al lavabo. Dudé antes de dejarlos pasar. Pensé que, si no, lo harían delante de casa”.

Los manifestantes comparten las escenas intimidantes que han sufrido en las últimas semanas. “Ayer iban unos cantando, pero lo peor fue hace 15 días -relata Mari José Cañete-. Bajaban unos y estrellaron una botella de whisky en la pared de casa, justo donde duermo. Me levanté de golpe del sobresalto. Encima, luego tuve que limpiar y quitar los cristales”.  

El Turó de la Rovira es un espacio museístico por la historia que le precede, íntimamente ligada a la Guerra Civil. “Pero dejan que pasen con botellas y latas... Yo no podría entrar con vodka en un museo”, observa Antonio Gómez, enojado porque lo desvelen los “berridos a las cuatro de la mañana”.

Durante la concentración, se han visto pancartas que echaban la culpa a la alcaldesa Ada Colau, el exalcalde y candidato de Junts, Xavier Trias, y el alcaldable socialista, Jaume Collboni. "El Carmel será la tumba de este turismo", rezaba otro rótulo. “Nos han robado el barrio y nos lo están robando con impunidad”, reprocha David, que sintetiza el malestar que el barrio no se calla: “Ahora es peor que nunca, porque a la gente le ha entrado la locura de viajar tras la pandemia... Pero ya nos hemos hartado”.