Los búnkers del
Turó de la Rovira

El mirador que muere de éxito
por la basura, el incivismo y la turistificación

Los búnkers del
Turó de la Rovira

El mirador que murió de éxito
por la basura, el incivismo y la turistificación

La Rambla al margen, si hay un lugar emblemático de Barcelona en el que la expresión 'morir de éxito' tiene más relevancia que ningún otro, este es, sin duda, los búnkers del Turó de la Rovira.

Ya sea por ser fervientemente recomendado en las guías turísticas más conocidas y en muchos medios de comunicación locales, o por servir como sugerencia de visita que, de buena fe, muchos barceloneses regalan a aquellos que se acercan a la ciudad, la histórica batería antiaérea de la Guerra Civil española situada en el punto más alto del barrio del Carmel, lleva años convertida en un reclamo turístico.

El motivo salta a la vista: desde ahí arriba se disfruta de una impresionante panorámica de la ciudad que permite contemplarla de norte a sur y de mar a montaña, disfrutar de la salida y puesta de sol y, ¿por qué no?, colgar fotos en Instagram de las que arrasan en 'likes' y dan envidia a los seguidores. 

De visita 'obligada'
a problema vecinal

“Es un lugar privilegiado y, a su vez, es una auténtica lástima”, lamenta Juan, vecino del barrio, que en los paseos matutinos se encuentra el mismo panorama: una retahíla de basura que excede las zonas de recogida presentes -papeleras completamente desbordadas- y que, comenta, le obliga a estar ojo avizor para que su perro no acabe lastimándose con los cristales rotos de alguna de las botellas tiradas al suelo.

Una situación que no acaba de comprender, él, que como afirma, es de los que se adscriben a esa máxima de que 'la basura que traigas de casa, la devuelves a casa'.

“Quizá un cartel informativo ayudaría”, indica, a la vez que se muestra comprensivo con el derecho o, más bien, necesidad generacional, de que la gente pueda tomar sus copas y socializar, siempre y cuando sus secuelas no repercutan en terceros.

Otros vecinos afectados por esta problemática dan la batalla por perdida. “Nos hemos quejado al Ayuntamiento de Barcelona, pero siempre nos acaban dando largas. Si una noche se monta mucho ruido, los vecinos llaman, llega la Guardia Urbana, y estos desalojan los búnkers y luego se marchan, para, un rato después, volver a la misma situación”, comenta Manolo totalmente resignado. 

Éste vecino de la parte más alta del Turó de la Rovira se queja de que el Ayuntamiento hubiera promovido en su tiempo los búnkers como destino alternativo para distensionar turísticamente toda la zona del Parc Güell. “Allí tienen vigilancia y un mayor cuidado, algo que aquí falta”, explica, aún sintiéndose ligeramente aliviado al no estar alojado en primerísima línea, sino justo en la calle adyacente donde esquiva algo mejor esta situación.

Su mayor temor, como el de otros tantos vecinos, es que esta problemática sirva para que, cuando el Ayuntamiento acabe vallando los búnkers, este patrimonio de la ciudad se convierta en otro reclamo turístico de pago.

¿Cerrar los búnkers
de noche como solución?

Según el consistorio barcelonés, a partir de septiembre comenzarán las obras de vallado de todo el perímetro de los búnkers, que cerrará el acceso por las noches con el objetivo de preservar su valor museístico, evitar botellones y controlar la afluencia de visitantes.

Para el Ayuntamiento, esta es una larga reivindicación de las entidades vecinales, que el consistorio asumió como propia a finales de 2020, e iba en paralelo a una serie de actuaciones dentro del parque del Guinardó, como el asfaltado de algunos de los caminos de este espacio verde.

Para el primer trimestre 2023 está previsto que finalicen las obras de vallado que permitirá cerrar el acceso a los búnkers por la noche

No obstante, estas medidas han sido vistas con cierto recelo por parte de los vecinos, algunos de ellos agrupados en diferentes plataformas como Salvem Els 3 Turons, o la Plataforma d'Habitatges Afectats dels Tres Turons, críticos con la cada vez más notoria presión turística y una de las consecuencias que comporta: la gentrificación del barrio.

Por otra parte, varios de los vecinos consultados temen también que, si no hay un refuerzo de vigilancia, la imposibilidad de acceder a los bunkers traslade los botellones justo a sus alrededores y se los encuentren delante de sus casas.

Suciedad e incivismo
principales quejas

La falta de más refuerzo en la limpieza y, sobre todo, más vigilancia, es una queja común entre los vecinos del barrio, aún valorando positivamente el trabajo del equipo que sanea el entorno.

Las críticas se centran sobre todo, en la falta de vigilancia, tal y como señala Karina, que en ocasiones aprovecha su paseo diario para recoger las botellas del suelo “por temor a que generen un incendio”. 

Item 1 of 5

Del mismo parecer es María Navarro que, con sus 70 años vividos íntegramente en el Carmel, las ha visto de todos los colores.

De "cuando éramos considerados unos apestados”, refiriéndose a la larga época de barranquismo de ‘Los Cañones’ en la falda del Turó de la Rovira, “un barrio pobre, pero tranquilo”, que finalizó con la radical transformación que protagonizó la ciudad de cara a los Juegos Olímpicos del 92 y el traslado a los ‘pisos verdes’ de Can Baró de la mayoría de los inquilinos de esos alojamientos precarios, ya solo quedan algunos vestigios diseminados por el parque. 

"Cerrar los búnkers nos beneficiaría por la tranquilidad que daría al barrio, pero sería una lástima porque es una preciosidad y un regalo el poder venir a disfrutarlo"
explica, Maria Navarro, con 70 años vividos y batallados en el barrio del Carmel

“Hoy en día eso ha cambiado porque la sociedad lucha para ir a mejor”, explica rememorando el pasado reivindicativo de este barrio por conseguir viviendas, servicios y un entorno digno. “Pero cerrar los búnkers sería un fracaso. Nos beneficiaría por la tranquilidad que daría al barrio, pero sería una lástima porque este parque es una preciosidad y es un regalo el poder venir a disfrutarlo. Aquí lo básico es que falta civismo”, explica.

El peor lugar
para ir a limpiar

Esa falta de civismo se puede apreciar a primera hora de la mañana en un transitar incómodo entre desechos y olores más propios de los estertores de un festival musical, una situación que se da puntualmente a lo largo del año, especialmente en fin de semana y vísperas de festivos y, en esencia, con público local, pero que es en los meses de mayor presión turística -o sea, los de verano- cuando se convierte en un bucle diario que obliga a la pareja de barrenderos que llegan cada día pocos minutos después de las 6 de la mañana a emplearse más a fondo que en otros puntos de la ciudad. 

De la puesta de sol al amanecer en los meses de verano es el periodo en el que se acumula la mayoría de residuos en los búnkers

Tal y como refleja la pareja del equipo de limpieza que le ha tocado lidiar hoy con esta tarea, acudir a los búnkers es casi una penitencia por la cantidad de trabajo que genera y las complicaciones que conlleva el no poder subir hasta arriba el camión donde depositar las bolsas.

Y aun así, como señalan otros compañeros suyos, las dos horas más o menos establecidas que tiene el equipo de limpieza, porque se suele alargar más en los días críticos, apenas les da para dejar la zona totalmente impoluta.

Y es que los residuos no solo alcanzan la zona establecida como transitable -allá donde los barrenderos pueden actuar-, también se reparten ladera abajo y en lugares de difícil acceso, incluso para ellos, llegando a escenas tragicómicas como la de que algunos visitantes usen a modo de papelera la base de la antena de radiofonía que corona el Turó de la Rovira y aprovechar las pequeñas hendiduras como improvisados ceniceros donde depositar las colillas. 

E incluso, un patrimonio histórico de la ciudad como es éste, no se salva de pequeños actos de vandalismo, como el de forzar las puertas que dan acceso al interior de la batería antiaérea y dejar el peor de los rastros humanos.

Entre los hallazgos más peculiares de esa jornada se encuentra una reluciente nevera portátil que, como se ha comprobado, para sus dueños, de ‘portátil’ solo lo era en el viaje de ida. Pero, ante todo, los residuos que reinan en los búnkers son las botellas de alcohol, latas de cerveza y restos de comida.

Presión turística
de la puesta de sol...

Esto es así porque existe un lapso de tiempo más o menos estabilizado en el que se acumula toda la basura, y esta franja horaria va de la última hora de la tarde -las horas de mayor masificación, con el reclamo de disfrutar de la puesta de sol y luego divisar el ‘skyline’ iluminado de la ciudad-, hasta la primera hora de la mañana, donde toman el relevo una mezcla de madrugadores que desean comenzar la jornada de visitas saboreando las mejores vistas del amanecer en la ciudad y aquellos que concluyen la jornada empalmando tras una noche de juerga nocturna llegados desde las discotecas del Port Olímpic.

Es un par de horas antes de que el sol comience a morir en el horizonte que se avista la riada de turistas y de locales que llegan en bus desde el centro de la ciudad y acometen los pocos más de 500 metros en subida que les separa de los búnkers.

La puesta de sol pilla en la hora de la cena, y ese hecho se puede adivinar la mañana siguiente al contemplar las cajas de pizza, las bolsas con los restos de diferentes menús de una conocida cadena de restauración de comida rápida y los envases de plástico de alimento precocinado que van quedando diseminados a lo largo de la batería antiaérea.

... hasta que
llega el amanecer

Entre charlas, música y tragos, la acumulación de basura en las papeleras va al alza y la guardia y concienciación con los residuos a la baja. 

Este escenario sorprende a algunos de los turistas, como le sucede al neozelandés Adam Crocker, que junto a dos amigos está de visita en la ciudad y ha acudido a los búnkers por consejo de un conocido que reside en Barcelona.

Crocker explica que es una situación que jamás se daría en su país de origen: “En Nueva Zelanda la cultura del reciclaje que tenemos allí es muy distinta a la de aquí, allí sería impensable encontrarte toda esta basura. Me sorprende mucho, también, ver bolsas de plástico, cuando en mi país están completamente prohibidas”.

Aun así, la mayoría de los visitantes que acuden a los búnkers en esta franja horaria, a pesar de aceptar que la situación no es la más ideal, restan importancia a los residuos acumulados. Al fin y al cabo, en este viaje de ida y vuelta, el turismo va y viene aunque la basura siempre se quede. 

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos
David Jiménez
Infografías
Francisco José Moya
Edición gráfica
Zowy Voeten / El Periódico
Coordinación y diseño
Ricard Gràcia y Rafa Julve