"Larguísima" lista de espera

La alta demanda deja pequeño el único albergue para toxicómanos de Barcelona

Profesionales que atienden a consumidores sin hogar constatan que la adicción cae cuando se dispensa alojamiento y reclaman que se abran más residencias

Consigna del centro de reducción de daños de La Mina, donde se guardan enseres de consumidores de droga sin hogar.

Consigna del centro de reducción de daños de La Mina, donde se guardan enseres de consumidores de droga sin hogar. / ZOWY VOETEN

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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Las salas de consumo asistido de droga y de atención a toxicómanos -esos salvavidas que las estadísticas revelan imprescindibles- tratan de aliviar las carencias extremas que abruman a las víctimas del narcotráfico. La directora de atención a las adicciones del Hospital del Mar, Francina Fonseca, sintetiza el principal objetivo de los cuatro servicios que el complejo sanitario rige en Barcelona y su contorno: que los usuarios atenazados por la drogadicción “sigan vivos y lo más sanos posible”. “Hay necesidades muy básicas, como disponer de techo y alimentación, que son preponderantes para ellos. Si logramos atenderlas, se aprecian mejoras”, constata la psiquiatra. 

Para ahondar en la atención sociosanitaria, Fonseca considera clave acondicionar más alojamientos para drogodependientes sin hogar. Barcelona cuenta con plazas desde abril de 2020, pero se quedan cortas vista la demanda existente.  

El Ayuntamiento de Barcelona costeó la reapertura de un hotel cerrado en el Baix Guinardó para convertirlo en un centro de acogida con 50 camas, que ocupan afectados por la drogodependencia y la alcoholemia que han tenido que sobrevivir sin resguardo. La mitad de las estancias se reserva a mujeres. A unos cinco kilómetros, se halla la unidad de reducción de daños (REDAN) de La Mina, en la periferia de Barcelona, donde más de un millar de usuarios acude cada año; entre ellos, se cuentan huéspedes del albergue, donde han pernoctado 213 personas a lo largo de casi tres años. “Está muy bien y es muy necesario, pero el número de plazas es totalmente insuficiente. Comporta que haya una lista de espera larguísima”, comenta Noemí González, coordinadora del espacio situado en el barrio perteneciente a Sant Adrià de Besòs. 

Guarecerse bajo cubierto es una petición “muy frecuente” en los dispositivos de consumo, atestigua González. “Siempre pedimos a las administraciones más albergues para poder ofrecer techo. Atendemos a gente que vive en la calle o que habita infraestructuras de una calidad pésima, como locales o pisos ocupados”, remarca. La consigna del equipamiento de La Mina está repleta de ropa y enseres de gente sin hogar. "Siempre está llena. Si tuviéramos otras dos salas iguales, las llenaríamos. Es insuficiente, pero no tenemos más espacio", da fe la coordinadora.

Cinco meses de dilación

El albergue municipal lo gestiona la Asociación Benestar i Desenvolupament. Su director de drogas, Josep Rovira, concreta que los varones aguardan de cuatro a cinco meses de media para hospedarse. “La lista de espera es mucha. En el caso de las mujeres es poca, pero también tenemos. Faltan servicios”, concluye. “Está claro que la ciudad tiene más de 50 personas viviendo en la calle con problemas de droga”, apostilla la directora de promoción de la Agència de Salut Pública de Barcelona, Maribel Pasarín. 

Los afectados por la adicción suelen rehuir los albergues convencionales. Los disuaden ciertas condiciones, como unos horarios estrictos. “Si se les pide entrar a partir de las ocho de la tarde y no pueden salir hasta las ocho de la mañana, nuestros usuarios no acceden, porque no estarán 12 horas sin consumir”, resuelve González. “Las estructuras para acceder son rígidas”, corrobora Fonseca, que advierte que entorpecer la entrada estigmatiza aún más a los toxicómanos.

La estancia en el albergue del Guinardó es temporal: el 61% dura entre uno y seis meses. “Unas 60 personas han conseguido sus objetivos y han dejado el centro para optar por otros alojamientos: centros terapéuticos, viviendas compartidas, retorno con la familia…”, enumera Pasarín.

La sala de primera acogida y desayuno del centro de reducción de daños de La Mina. 

La sala de primera acogida y desayuno del centro de reducción de daños de La Mina.  / ZOWY VOETEN

El Ayuntamiento de Barcelona ha urgido a la Generalitat que cree más salas de venopunción y asilos para toxicómanos, si bien considera que la capital ya ha cumplido el cupo y deben expandirse a otras localidades. La concesión del centro de acogida del Guinardó puede alargarse como máximo hasta 2024. El consistorio no da por seguro que permanezca en el barrio, donde se han desvanecido las quejas que la apertura provocó. El gobierno municipal examinará si se traslada de ubicación cuando la adjudicación del servicio vuelva a salir a concurso.   

Una mejora “espectacular”

Los profesionales que tratan con quienes han pasado de merodear en la calle a pernoctar en la residencia aprecian mejoras “a nivel físico, emocional y de consumo”, indica Fonseca. “Tengo pacientes que están irreconocibles. Han hecho un cambio espectacular por tener techo y unas necesidades mínimas cubiertas, y se observa que el consumo baja. No es tan intenso o disminuye la frecuencia, es cada vez más funcional”, analiza. 

“A los tres meses de estancia, el consumo se reduce entre el 50% y el 70%”, estima Rovira. El albergue no prescribe abstinencia ni es un espacio de desintoxicación. "Es el primer lugar que los acoge sin poner condiciones en términos de consumo", aclara el responsable. Sí se dispensa un uso controlado de las sustancias, alejado de la espiral destructiva a la que aboca la intemperie. “Si falta el techo, no podemos esperar que se abandone o se rebaje el consumo, cuando es una herramienta de supervivencia cuando se está en la calle”, esgrime Rovira.

“Vivir en la calle es lo que lleva al consumo”, abunda González. Corrobora que el alojamiento resulta decisivo para abordar variaciones en el tratamiento médico o tantear la inserción laboral de quienes han quedado arrinconados por la droga. “La vida les cambia al dormir en una cama y tener la alimentación cubierta. Se cuidan y se quieren más, y nos permite trabajar otros aspectos. Siempre se ha puesto el foco en el consumo de droga, pero el mayor problema de nuestros usuarios es la vulnerabilidad. Si el resto de parcelas de la vida no están cubiertas, es difícil quitar el consumo”, sentencia.

Las mujeres consumidoras, en minoría

Las mujeres son minoría en los servicios de atención por drogodependencia. Fueron el 13% de las personas atendidas en las unidades de reducción de daños en Catalunya en 2021 y un 11% en las salas de consumo asistido. Además, 3.124 mujeres empezaron tratamiento por adicción aquel año, el 23% sobre el total

“Hacer que los centros sean más accesibles para ellas es una asignatura pendiente”, señala Francina Fonseca. El 8,1% de los usuarios del REDAN de La Mina son mujeres, según los últimos datos disponibles. Las peticiones de ayuda para acceder a vivienda y alimentación son las más frecuentes entre el conjunto de los asistentes; en el caso de las mujeres, también descollan las consultas por violencia de género. “Es una demanda que recogemos muchísimo”, asegura Noemí González.

En el centro de acogida del Baix Guinardó afloran a menudo episodios de violencia que los internos han sufriedo subsistiendo al raso. “Pasa en el 100% de las mujeres”, cifra Josep Rovira, quien explica que en el albergue afrontan también traumas como el deseo frustrado de haber sido madres o la pérdida de familiares. El asilo reserva tres plazas para atender urgencias, “vinculadas normalmente a mujeres que han sufrido casos recientes de violencia”, precisa Maribel Pasarín.  

El espacio de La Mina monta talleres, actividades y salidas para fortalecer el vínculo con los asistentes y paliar penurias. El miércoles por la tarde se reúne un grupo abierto solo a mujeres consumidoras. “Hay una acogida especial. Genera cosas que no están en el día a día de la sala de consumo”, percibe Fonseca.

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