Recuperación a medias

Menos asistentes pero más vidas salvadas en las salas de drogas de BCN

La afluencia a los centros de consumo asistido sigue resentido tras la pandemia, si bien las sobredosis contenidas en los servicios de la capital han escalado de 35 a 91 casos

Jeringuillas y material para consumo de droga sin usar en el centro de reducción de daños de La Mina.

Jeringuillas y material para consumo de droga sin usar en el centro de reducción de daños de La Mina. / ZOWY VOETEN

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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Es el dato más elocuente para comprender por qué a las salas de consumo asistido de droga se les denomina servicios de reducción de daños. Según las últimas estadísticas disponibles, los equipos de las mal llamadas ‘narcosalas’ evitaron 176 muertes por sobredosis en Catalunya en 2021. Más de la mitad se contuvieron en Barcelona y todas las que se identificaron se lograron frenar para que no acabasen en fallecimiento: fueron 91 casos sanados en cuatro de los diez centros existentes en la capital, la mayoría de los 14 abiertos en Catalunya. 

La cifra llega a triplicar las urgencias a las que se respondió en los tres ejercicios anteriores en la urbe, con un pico de 35 sobredosis en 2019. El Ayuntamiento de Barcelona ha apremiado a la Generalitat a extender espacios de consumo controlado y albergues para toxicómanos sin techo, como el del Baix Guinardó, que sofocó 60 sobredosis el año pasado. El Departament de Salut asegura que sopesa la opción. En todo caso, el auge de unos diagnósticos con riesgo letal no se correspondió con un incremento de la concurrencia en los espacios de venopunción. Justo lo contrario. 

A lo largo del año pasado, afluyeron 1.887 personas para inyectarse la dosis bajo supervisión sanitaria en los servicios disponibles en Barcelona. En su mayoría, fueron a la sala Baluard, la más frecuentada, con 1.401 usuarios. Ambas cantidades están por debajo de las de años previos: en 2019, 2.214 consumidores acudieron a los centros de la urbe, 1.611 de ellos a Baluard. 

Las cotas de asistencia no se han repuesto desde que la pandemia se declaró. Ni siquiera se atisba que vaya a ocurrir en 2022. A falta de un estudio pormenorizado, el descenso sugiere que el covid ha modificado hábitos en las personas drogodependientes y, también, ciertas constantes del mercadeo de estupefacientes en Barcelona y sus inmediaciones.  

Por debajo de 2019

“Tanto en Baluard como en el conjunto de la ciudad aún no se ha llegado a los datos de 2019”, admite la Agència de Salut Pública de Barcelona, que recalca que los datos son aún parciales. “Habrá que cerrar el año para poderlos analizar y comparar”, expresa. 

El subdirector general de adicciones de la Generalitat, Joan Colom, coincide en que es pronto para extraer conclusiones, si bien es claro en cuanto a si cabe pensar que a final de año se habrá igualado al menos el número de atendidos antes de que se desatara la crisis sanitaria. “Los recuentos provisionales no apuntan en esa dirección, si bien hay una cierta recuperación”, analiza.   

Ocurre lo miso en la sala de venopunción de La Mina. Enclavada en Sant Adrià de Besòs, se halla a apenas un par de calles de distancia de Barcelona y la mayoría de los usuarios procede de fuera del barrio, muchos procedentes de la capital. Es el espacio que más trasiego ha acreditado durante años, una etiqueta de la que se ha desprendido con un descenso notable de la afluencia: han pasado de ir 2.273 toxicómanos en 2018 a inocularse heroína, cocaína o la mezcla de ambas -llamada ‘speedball’- a 879 en 2021.

Parte de los puntos de consumo en la sala de venopunción de La Mina.

Parte de los puntos de consumo en la sala de venopunción de La Mina. / ZOWY VOETEN

“En 2022, tenemos un poco más de usuarios que el año pasado y el volumen aumenta progresivamente, pero todavía estamos por debajo del número de usuarios de 2019”, constata Noemí González, coordinadora del servicio de reducción de daños de La Mina, gestionado por el Hospital del Mar. Comenta que la resaca por las cortapisas a causa de la pandemia y las peculiaridades de la distribución de la droga en el barrio -concentrada en viviendas, toda una contraindicación mientras primaba el distanciamiento social y el pánico a los contagios- pueden influir en la decaída. 

“Desde la pandemia, el consumo de droga ya no está tan focalizado solo en La Mina y Baluard, está más distribuido”, observa González. “Todo el año posterior al confinamiento siguió siendo más complicado conseguir droga y la movilidad estuvo limitada. Hay usuarios de otras localidades que venían a La Mina que, por las restricciones, tuvieron que quedarse en su entorno y buscar puntos de venta más cercanos. Quizá se han fidelizado a otro territorio y ya no se desplazan tanto”, sugiere.

Cambios en el menudeo

“Hay una disminución del uso de las salas en general y también en las salas principales”, corrobora Colom. Alude a una combinación de hechos que, avivados por el covid, han alterado tendencias: “Hay una población flotante relevante en estos espacios, que se resituó o se marchó. Hay cambios en los patrones y también en el uso y la oferta de sustancias. Y todo esto con el covid de por medio. También hay que tener en cuenta que un tanto por ciento importante de los usuarios son foráneos y pueden haber mudado de territorio y de entornos”.

“Tanto 2021 como 2022 han sido años extraordinarios. Hay factores que van más allá de la atención asistencial, como cambios en el tráfico de droga, que se nos escapan”, indica la directora de promoción de la Agència de Salut Pública de Barcelona, Maribel Pasarín. Pone como ejemplo el declive en la asistencia a la sala Baluard entre octubre de 2021 y enero de 2022. En paralelo, la conversión de los narcopisos del Raval en fumaderos en que los narcotraficantes vetan inyectarse la dosis ha intensificado el menudeo en la calle, así como el consumo.

Colom indica que se desconoce si una parte del público de los equipamientos ha desertado al quedar atrapado en la intemperie y viviendas ocupadas. “Es una hipótesis, pero no podemos llegar a la conclusión de que el descenso se deba a que se consume más en la calle”, rebate. “No detectamos que haya aumentado”, responde González en el centro de La Mina, un salvavidas que descarga al vecindario de que los pinchazos que se dan en la calle se desparramen en masa y que, a su vez, vela por las víctimas de la adicción. Ha aplacado todas las sobredosis a las que se enfrentado desde que abrió en 2004. En 2021, se neutralizaron 83.

“De no existir el servicio, probablemente hubiesen acabado en muerte", subraya Francina Fonseca, directora de atención a las adicciones del Hospital del Mar. Resalta que "algunas se dan en la vía pública, en lugares donde se acostumbra a consumir a escondidas y que, de otra forma, no se detectarían”. “Cuando pasa en la calle, son los usuarios que lo han visto o estaban compartiendo el consumo los que vienen a la sala y nos avisan”, explica González. “También hacemos talleres con los usuarios en que enseñamos cómo revertir una sobredosis, les damos una tarjeta de agentes de salud y la medicación necesaria. En ocasiones, la han tenido que usar”, precisa.

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