En Barcelona
Los narcopisos prohíben las jeringas y funcionan como fumaderos de crack
La evolución del fenómeno no se ha detenido en cinco años: los pisos de la droga que admiten el consumo son una minoría y lo ciñen a toxicómanos que fuman crack o heroína
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
"Lo que ahora encontramos cada vez que irrumpimos en un narcopiso es un suelo infestado de botellas de plástico. Pero ya no hay jeringuillas". Lo explica uno de los agentes del Grupo de Delincuencia Urbana (GDU) de la Guardia Urbana de Barcelona que colabora con la unidad de investigación de los Mossos d'Esquadra que combate el narcotráfico en el Raval y, sobre todo, la proliferación de pisos de la droga. Según han explicado a EL PERIÓDICO estos investigadores –que vigilan el fenómeno desde 2017–, tres usuarios que los frecuentan actualmente y también el responsable de uno de estos locales, hace meses que está prohibido pincharse en el interior de un narcopiso.
En el distrito de Ciutat Vella de Barcelona permanecen activos alrededor de una veintena de narcopisos, casi todos en el Raval. Pero la mayoría funcionan solo como puntos de venta de heroína, cocaína o crack en los que ya no se puede consumir: los toxicómanos compran la droga y deben marcharse. Esa era la acepción estricta de un 'narcopiso': una casa ocupada por traficantes que pervierten la inviolabilidad de los domicilios para trapichear y que además ofrecen a los consumidores un espacio para consumir. Sin embargo, hay excepciones: sigue habiendo un porcentaje en los que todavía se sigue aceptando el consumo, aunque este debe de ser fumado. Por ese motivo, cuando los policías entran en un narcopiso en el que todavía no se ha vetado el consumo descubren el suelo cubierto de botellas de plástico, que son como la que acompañan a esta noticia: cachimbas domésticas.
En el cuello de la botella se coloca papel de aluminio y de un lateral se ha injertado el cuerpo de un bolígrafo de plástico. Sobre el papel de aluminio, agujereado, se coloca el crack, la cocaína o la heroína. Cada dosis cuesta entre 10 o 15 euros. El crack es más caro que la heroína. Se quema la droga con un mechero y se absorben los vapores de la combustión. "No puedes pincharte pero sí puedes fumar", explica Cristina, una mujer de 38 años originaria de Rumanía, que está tan enganchada al crack que cree que ya no hay salida para ella. Afirma que esta droga es la más consumida ahora en narcopisos. Una percepción que también coincide con la de policías y otros toxicómanos.
La mutación de los narcopisos
El boom de los narcopisos pilló desprevenidas a las autoridades locales y municipales en 2017. Durante aquel verano, los Mossos d’Esquadra, la Guardia Urbana y la Policía Nacional llegaron a contabilizar unos sesenta narcopisos operativos en el centro de Barcelona, sobre todo en el Raval. El problema de fondo era la existencia de centenares de pisos vacíos en el vecindario. Tras la crisis económica de 2008, muchas familias habían dejado de pagar el alquiler o la hipoteca y el barrio se quedó agujereado. Los traficantes rellenaron aquellos pisos ocupándolos ilegalmente. Primero, sigilosamente. Luego, sin disimulo. Tal como demostró una investigación de EL PERIÓDICO, la mayoría de pisos vacíos que acabaron en manos de traficantes pertenecen a inmobiliarias, bancos o fondos buitre. Ese sigue siendo el problema de fondo.
La actividad de los narcopisos provocó que las jeringuillas volvieran al Raval. Y devoraron comunidades enteras de bloques de vecinos, que de la noche a la mañana comenzaron a convivir en el rellano de su casa con toxicómanos, traficantes, peleas y jeringuillas. En muchos casos, huyeron a residir lejos de Ciutat Vella. Los policías, cansados de ver cómo sus detenidos eran reemplazados y los narcopisos cerrados eran reabiertos, comenzaron a investigar a las organizaciones criminales que movían los hilos. Así se han sucedido tres grandes macrooperaciones en los últimos años: la Bacar, contra la mafia dominicana, y la Suricat y Coliseo, contra la mafia paquistaní. También por eso la tendencia fue la de ir prohibiendo los pinchazos.
La primera tromba policial –operación 'Bacar'– se lanzó el 29 de octubre del 2018 contra la mafia dominicana que dominaba 26 narcopisos. Se saldó con la detención de 70 personas. La segunda –operación 'Suricat'– recayó sobre la mafia pakistaní el 20 de junio del 2019, un entramado que había rellenado el vacío de los traficantes dominicanos. Se practicaron 35 registros con 50 personas detenidas.
En octubre de 2020 llegó la tercera y última: la operación 'Coliseo', de nuevo contra los mismos narcos de origen pakistaní que ahora se habían aliado con un grupo de ciudadanos de origen rumano que asumía tareas subsidiarias de reparto en la vía pública y otro de ciudadanos de origen nigeriano que suministró la droga durante el confinamiento a través de 'mulas' –viajeros que la esconden en su equipaje o en su cuerpo– procedentes de Pakistán e Inglaterra. Los principales jefes pakistanís arrestados en la 'Suricat' seguían dando las órdenes desde la cárcel.
Con el fin de la mafia dominicana se logró frenar la proliferación de los narcopisos y regresar al modelo añejo de los pisos de la droga: sin salas de venopunción clandestinas. La diferencia no fue menor dado que los narcopisos de pinchazos habían deteriorado comunidades hasta límites inimaginales. En la Suricat, la cifra de domicilios considerados narcopisos fue mucho menor. Y en la 'Coliseo' esa proporción descendió de nuevo, en parte porque los traficantes comenzaron a optar por trasladar el grueso del trapicheo a la vía pública. Tras la pandemia, los traficantes han proseguido con el menudeo en la calle. Actualmente el asedio a los usuarios de la narcosala Baluard ha devuelto las escenas de toxicómanos pinchándose frente a los vecinos.
La alcaldesa Ada Colau ha admitido esta semana en la inauguración de una comisaría de la Guardia Urbana en Ciutat Vella, la tercera base en el distrito, que las organizaciones criminales de narcotráfico vuelven a ser un problema en el Raval porque, tras la pandemia, se han vuelto a regenerar. Por ello ha pedido a los cuerpos policiales que apuren investigaciones que apuntan a lo más alto para poder extirpar por cuarta vez la estructura que coordina los narcopisos en el Raval.
Jordi, un vecino que se enganchó "al caballo"en 1978 y que lo dejó en 1994, un periodo de tiempo en el que la adicción a la heroína se convirtió en un problema de salud pública de primer orden, que se agravó con la eclosión del Sida y que segó la vida de la mayoría de sus amigos, ve absurdo comparar aquel pasado con este presente. Entonces "la falta de información" acerca de los devastadores efectos de la heroína resultaron clave. Pero ahora el ciudadano es consciente del peligro que implica y para Jordi resulta inexplicable que haya personas que sigan cayendo en la droga.
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