Un año de investigación
El cara o cruz de la operación antidroga en el Raval de Barcelona
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
Guillem Sànchez
Durante la madrugada del 7 de octubre uno de los investigadores se revolcaba en la cama incapaz de conciliar el sueño. Faltaban pocas horas para registrar 37 domicilios del Raval señalados como puntos de venta de estupefacientes en la investigación Coliseo, más de un año de trabajo, y no estaba nada claro que pudieran encontrar droga. Tampoco podían retrasar más la operación. La suerte estaba echada.
Coliseo no era como los dos dispositivos anteriores. Los de Bacar, librado en octubre del 2018, y Suricat, en junio del 2019, se llevaron a cabo cuando los entramados estaban a pleno rendimiento. Pero la pandemia había cambiado las cosas. Coliseo ya se había suspendido en julio porque las escuchas telefónicas dejaban claro que la red apenas tenía heroína. Tanto estaban adulterando el caballo los traficantes que hubo toxicómanos que habían devuelto dosis a causa de la baja calidad. "Nunca habíamos visto algo así", reconocen los Mossos d’Esquadra.
Sobre el papel no había duda: el equipo mixto de 11 agentes de Ciutat Vella –siete 'mossos' y cuatro agentes de la Guardia Urbana– había detallado el funcionamiento de una mafia que, además, también había sido investigada desde un extremo opuesto por la Policía Nacional, que había llegado hasta la misma estructura criminal persiguiendo la trata de personas en lugar de la heroína que había guiado a los cuerpos catalán y municipal. Pero se trataba de una macrooperación que se desarrollaría bajo el foco mediático, levantando revuelo en el corazón de Barcelona, y el riesgo de que se saldara con cantidades ridículas de droga era mayúsculo. "Si no encontrábamos sustancias en los pisos, los seguimientos y escuchas no servirían: todos quedarían en libertad", insisten fuentes policiales. Las operaciones antidroga son a cara o cruz.
Camellos en la narcosala
Coliseo arrancó en otoño del 2019, meses después de la desarticulación de la mafia pakistaní en junio del 2019. Por los aledaños de la narcosala del CAS Baulard merodeaban camellos de origen rumano que vendían dosis de heroína a los toxicómanos. Esta actividad destrozaba la labor sanitaria y multiplicaba las imágenes de consumidores pinchándose en la vía pública. Los vecinos protestaron. Los primeros seguimientos policiales radiografiaron a un grupo muy modesto que compraba la heroína a pakistanís. Tirando de ese hilo, la policía descubrió que el proveedor era nada menos que el hermano del jefe de la organización desarticulada en la Suricat. Pincharon su teléfono y, estupefactos, descubrieron que cada noche los dos hermanos se comunicaban: el traficante tenía un móvil escondido en su celda de Brians desde el que seguía mandando.
Aprovechando sus contactos, el hermano estaba regenerando la estructura cercenada. La fórmula se repetía –explotaba a compatriotas a los que coaccionaba para vender latas y droga en plena calle– pero ampliada con la colaboración del grupo rumano. Con el estallido del virus, la red había intentado sortear la escasez de heroína –hasta entonces la traía escondida en maletas de paisanos que volaban a Barcelona desde Pakistán– contactando a una red nigeriana que usaba la ruta africana. Ambos flujos, sin embargo, no eran constantes. Saber cuándo había heroína y cuando no en los 37 pisos era imposible.
Las 08.00 horas
A las ocho de la mañana del 7 de octubre, los furgones de los Mossos, de la Urbana y de la Nacional se repartieron para entrar simultáneamente en los 37 puntos previstos. Hubo uno que llegó tarde porque se topó en el camino con un grupo de activistas que los confundieron con una comitiva de desahucio. Los responsables estuvieron a punto de ordenar una carga cuando los manifestantes se negaron a dejarles pasar. Optaron finalmente por dar un rodeo que provocó más de un ataque de nervios. Salvo ese incidente, el resto de unidades entró sin incidentes. Comenzó la búsqueda de droga.
El recuento, con el nerviosismo de una jornada electoral, fue subiendo gramo a gramo. Con el cierre de 'urnas', el resultado fue de 6 kilogramos de heroína y cocaína. Había droga en casi todas las casas. Quedaron arrestadas 61 personas de las cuales un tercio entró preventivamente en la cárcel tras pasar a disposición judicial. Un balance superior al obtenido en Bacar y Suricat, impensable en días de coronavirus. Esta vez, salió cara.
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