Tiempos inseguros

'Mayday', taxista en apuros, o cuando el gremio ajusticiaba a los malos

Décadas atrás, cuando un compañero del taxi de Barcelona sufría un asalto compartía un código secreto por la emisora y el sector se movilizaba para encontrar el vehículo y reducir al ladrón

marcha lenta taxistas

marcha lenta taxistas / Ferran Nadeu

Carlos Márquez Daniel

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los veteranos del lugar, o quizás no tanto, se acordarán de las emisoras de taxi, de cómo esa radio junto a la radio de toda la vida iba soltando voces, la mayoría de veces incomprensibles, de compañeros de filas que narraban el tráfico o cualquier lío gremial. Ese 'walkie-talkie' les daba la vida, era como conducir en grupo. Y el cliente iba detrás, sin entender demasiado porque ese hombre, porque eran y son casi todos hombres, no llevaba puesto el cinturón de seguridad (la normativa se lo permite) y manejaba el auto con una mano mientras con la otra sostenía la alcachofa para hablar con los amigos en asiento del copiloto. Era, además de un medio de comunicación, una herramienta infalible para lanzar una señal de alarma. Un 'mayday' que era correspondido. Y de qué manera.

Cuenta el veterano taxista Jordi Vilalta, uno de los fundadores de Taxi Companys, que las emisoras solían tener códigos. Uno para un servicio al aeropuerto, otro para un servicio fuera del municipio. Y uno para casos de emergencia. Jordi no recuerda si era el 100 el 101, pero el caso es que cuando un compañero lo soltaba a través de la emisora, se ponía en marcha una maquinaria gremial que tenía un solo objetivo: atender al compañero que tenía un problema a bordo. "No era una anécdota, pasaba a menudo", narra este taxista.

Tres taxistas blanden carteles reclamando más seguridad en el trabajo, antes de iniciar la marcha lenta de este miércoles

Tres taxistas blanden carteles reclamando más seguridad en el trabajo, antes de iniciar la marcha lenta de este miércoles / Ferran Nadeu

Hubo un tiempo en que los taxistas no se atrevían a entrar en determinadas zonas de la ciudad y sus alrededores. Sucedía en la Mina, por ejemplo, un barrio de Sant Adrià del Besòs que los taxis, cuando las calles estaban por asfaltar, preferían evitar. Pero no solo ahí. Taxistas entrados en años se refieren a la década de los 80, cuando la heroína se hizo fuerte, sobre todo en el Raval, y también eran habituales los atracos a taxistas por parte de chavales desesperados por conseguir un dinero que les permitiera seguir alienados del planeta. Si subía un cliente dispuesto a robar, con un nivel de desesperación que pudiera torcer mucho las cosas, el taxista activaba de manera sutil el 100. O el 101. Y también, disimuladamente, aportaba a sus compañeros su localización y su destino.

Como en Chicago

Jordi lo recuerda así: "Todos quitábamos el verde y empezaba la búsqueda del compañero por toda la ciudad. Y cuando uno lo encontraba, el resto íbamos a por él hasta que, en un lugar más o menos solitario, rodeábamos el vehículo". Lo que sucedía a partir de ahí es un poco de película del Chicago de los años 20, porque al apandador recibía lo suyo para que nunca más se le ocurriera asaltar un taxi. Tal era la buena relación con la Policía Nacional, que en más de una ocasión, al llegar al lugar de los hechos, se daban una vuelta de más para que al malo le quedara claro el mensaje. Luego le detenían y aquí paz y después gloria. Eran otros tiempos.

Pero ahí no quedaba la cosa. Los taxistas, gracias a su emisora, se convertían en colaboradores de la policía. Si la autoridad estaba buscando un vehículo, se pasaba la descripción a los conductores, que seguían trabajando, pero si veían al sospechoso, retiraban el verde y lo seguían para guiar a los agentes, que remataban la faena con el arresto. 'Quid pro quo'.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS