Debate sobre la limpieza en la ciudad
La Rambla del Poblenou o la suciedad que llegó después de echar al coche
La arteria de Sant Martí concentra comercio, restauración, escuelas, paseantes, corredores..., todo lo que da vida a una gran ciudad y a una calle sin apenas tráfico, y todo lo que a menudo también la desluce
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Carlos Márquez Daniel
Parece mentira que el gobierno municipal saque tanto pecho con las plazas que se crearán en los 21 ejes verdes del Eixample y que, en cambio, las plazas llenas de vida que genera la Rambla del Poblenou en sus intersecciones no tengan ni nombre. Se supone que son simples rotondas, pero ríete tú del ambiente de paseo de Gràcia: aquí hay mucha más vida. El nervio principal de Sant Martí, con permiso de Pere IV o la Rambla Prim, es un ir y venir constante de gente de toda condición y edad. Son las 11 de la mañana de un viernes, y los autóctonos dicen que está así cada día. Y que da gusto, más ahora que hay menos turistas, porque en los últimos años esto se había puesto (demasiado) de moda, lamentan. Es el éxito de muchas decisiones pretéritas, desde Cerdà hasta hoy, pasando por Maragall, que fue el alcalde que abrió la arteria hasta el mar, hasta la playa del Bogatell. La Manchester catalana es hoy un distrito en transformación, con este eje que vertebra la vida social y comercial y que, por su uso ciudadano intensivo, se ha colado entre los 10 puntos prioritarios en materia de limpieza.
La zona más delicada es el cruce de la rambla con Doctor Trueta, donde las brigadas municipales ya se esmeraron la semana pasada, siguiendo las instrucciones del plan de choque contra la suciedad en Barcelona presentado unos días antes. Un portavoz del ayuntamiento indica que en la zona confluyen "diversos factores y multitud de usos". Lo tiene todo, escuelas, fuerte tejido comercial, restauración, familias jugando, personas mayores pasando el rato, atletas corriendo..., y un urbanismo sin apenas coches. En resumen, señala la misma voz, "muchas personas usando el mismo espacio público". A las 11.30 horas, los chavales del Institut Poblenou de formación profesional salen para devorar el bocata. Se instalan en los bancos de la rotonda y a la media hora se marchan dejando por el camino algún que otro papel de aluminio, servilletas y un par de botellas. Nada serio. Los observan con atención un grupo de veteranos del barrio. Son Montse, Nieves, Ana, Fermi y Juan.
Se encuentran casi todas las mañana y también algunas tardes. No siempre en el mismo banco; va un poco en función de los asientos que queden libres. Y es curioso, porque en las rotondas de más arriba, en los cruces con Pujades, Llull o Ramon Turró, hay grupetas similares, como si cada manzana tuviera su pandilla de personas mayores arreglando el mundo. Son de esa gente que sabes que si aceptan charlar un rato, lo vas a pasar bien y saldrás informado. Montse nació en la calle de la Ciutat de Granada y se acuerda de la vía del tren, de la playa que no era playa, de las fábricas, de las calles que eran caminos. Por tener tan fresco el recuerdo de un barrio que nació industrial, quita hierro al tema de la basura.
""Solo me iré de este barrio para irme al otro barrio"
"Somos la causa de todos los males", sostiene, convencida de que la suciedad no es más que la representación física del incivismo ciudadano. El resto asiente, algo sorprendidos por un debate que orilla asuntos que consideran más importantes, como "la pérdida de la identidad del Poblenou" o que estas calles "ya no sean tan familiares como lo eran antes". Porque hay "demasiadas terrazas" o porque ya no conocen a casi nadie. Se quejan, pero Montse, con su frase final, recoge el sentir general: "Solo me iré de este barrio para irme al otro barrio". Debaten sobre si se irían de aquí si les tocara la Primitiva, y coinciden en que, a lo sumo, se mudarían a un piso más grande. Se quedan.
Mucha cotorra
No es suciedad pero sí llaman poderosamente la atención las cotorras. Tremendo estruendo el de esta ave exótica e invasora que ha hecho suyas muchas de las palmeras del paseo. Ni rastro del ruido de los coches, que no pueden circular por la rambla, pero lo más probable es que tampoco se les escuchara demasiado porque quedarían tapados por el griterío de estos menudos pájaros verdes. No hay, sin embargo, cagadas de paloma, que en un suponer poco científico, quizás tengan la ciudad repartida con sus primos verdes y esta zona está fuera de sus dominios.
En el cruce con Ramon Turró, una pareja (ella francesa, él del Vallès) que pasea con su bebé nacido durante la pandemia asegura que la Rambla es "un auténtico regalo con final feliz". Se refieren a la desembocadura, al parque del Poblenou y a la playa del Bogatell. Sobre la suciedad, consideran "un milagro" que no esté peor. Lo achacan a la colaboración de los bares y restaurantes, que se encargan de baldear sus parcelas, y que "esto es un pequeño pueblo y hay más respeto". No lo ve igual otro matrimonio -ya en edad de tener nietos y ambos nacidos en Barcelona- sentado por encima de Pere IV, donde el paseo se ensancha y la fachadas se retiran unos metros. "Esto ha ido a peor. No tenemos los problemas del Raval, pero falta iluminación y a veces el suelo da pena de sucio que está. Cuando pasaban los coches estaba todo más limpio porque no había tanta gente". Lo tienen complicado, porque la filosofía de las supermanzanas apenas ha escrito el prólogo en Barcelona.
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