ECOS CANALLAS DEL BARRIO CHINO

La última farándula del Raval

José Jaén, transformista en el Raval.

José Jaén, transformista en el Raval. / ÁLVARO MONGE

Manuel Arenas / Anna Rocasalva

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Cada fin de semana, Javier del Olmo, de 31 años, sale vestido de punta en blanco de su casa del barrio de Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet (Barcelonès), y se dirige en metro al bar gallego O’Barquiño, uno de los últimos reductos de la farándula del Raval de Barcelona. Al llegar al local -pitillo, chupito de wisky y gárgaras de tomillo mediante-, el chico se prepara para cantar en el espectáculo de variedades -copla, flamenco, rancheras, transformismo- del que es parte allí desde hace seis años. 

Aunque lejos queda ya aquel Barrio Chino canalla, vicioso y epicentro del libertinaje que dibujó el periodista Francisco Madrid en sus crónicas sobre los bajos fondos del distrito V barcelonés -en el que despuntaron los once perversos años de La Criolla-, todavía hoy perviven ecos de unos tiempos que no terminan de desaparecer porque sobreviven unos pocos antros y personajes que se niegan a enterrar del todo su esencia granuja.

Es el caso del Madame Jasmine, cuyos propietarios han querido "jugar con la memoria del Barrio Chino" al recuperar de la basura de sus calles todos los objetos del bar; también allí hace sus apariciones estelares Josep Argelaga, alias el hombre-perro, un jubilado que se desnuda integralmente hasta adoptar el comportamiento de un perro sumiso. O el caso de El Cangrejoemblema del transformismo barcelonés. O el caso de La Concha del Raval, el santuario kitsch que venera a Sara Montiel en el centro de Barcelona. 

"Estos entornos y los artistas que en ellos habitan son efectivamente el último reducto de la farándula en el barrio del Raval", ratifica el periodista cultural Òscar Broc, que conoce los círculos más extravagantes de Barcelona como la palma de su mano.

El Raval ya no es el Barrio Chino

Otro de los artistas que actúan en lo que queda del Raval farandulero es Francis Arroniz, vecino de Badalona (Barcelonès) de 73 años que se enamoró de los boleros de Lorenzo González y ahora, con un carajillo de ron en el pecho, le "mete caña" al cante en el O'Barquiño. “Soy cantante de orquesta y les voy a trasladar a los tiempos mágicos de las fiestas de pueblo; ¡que empiece el chachachá!”, anuncia al público.

"El Barrio Chino que se inventaron Francisco Madrid y otros escritores de los años veinte tiene muy poco que ver con el Raval actual". Así lo suscribe Ferran Aisa, autor de 'El Raval. Un espai al marge' y, junto con Paco Villar, escritor contemporáneo de referencia sobre la idiosincrasia del barrio. A juicio de Aisa, de la esencia de lo que fue aquel Raval "no queda prácticamente nada", pues fue desapareciendo entre finales del s. XX y principios de éste, cambio marcado por el derribo del gran núcleo de calles aledañas a la Rambla del Raval. Cosa que no significa que no quede "algún rincón que mantenga cierta similitud", admite.

De esos rincones marginales que cita Aisa sabe un rato Toni Garriga, fotógrafo jubilado que cubría para EFE las noches de Barcelona y que, al acabar su turno, ponía rumbo al Raval de los 90 cámara a en mano, donde se paseaba por El Cangrejo de la Carmen de Mairena vedette o por tugurios como el Villa Rosa, el Kentucki, el Limón Limón o el Dickens, "donde se juntaban desde un travesti hasta los 'progres' de por allí".

"Cuando en Barcelona se acabó la 'movida madrileña', muchos espacios fueron ocupados por la tropa de los tiempos de Ocaña", describe Garriga, que coincide con Aisa en que "el barrio cambió cuando hicieron las obras de la Rambla del Raval; antes el ambiente canalla era más cerrado, ahora más espectáculo, más de diseño... la palabra no es 'pijo', pero es más turístico".

Inmigración y extrarradio en vena

José Jaén, de 49 años, versiona a Rocío Jurado e Isabel Pantoja como transformista en el Raval actual. El artista, como otros muchos que habitan las noches del barrio, no nació en Catalunya, sino en un pueblo de Huesca, pero vive en Pallejà (Baix Llobregat) desde hace años. Él, junto con Javier del Olmo, Francis Arroniz y Pilar Carrión, otra artista habitual -ya van 11 años cantando rancheras- de las noches del O'Barquiño que a los 16 años se mudó a Santa Coloma de Gramenet desde Castilla-La Mancha, representan el protagonismo que juegan la inmigración y el extrarradio en el ADN del Raval más sórdido y pintoresco. 

"En los años cincuenta y sesenta, la inmigración de jóvenes trabajadores procedentes de Andalucía, Aragón y el resto de la península fue un aliciente para el barrio", recuerda Aisa. Unos, dice, porque alquilaron pisos allí; otros, porque sabiendo de la permisividad que imperaba, bajaban hacia el Chino los fines de semana a distraerse, "bien para beber y cantar coplas de su tierra, bien para mantener relaciones con prostitutas de las calles Tàpies, Sant Ramon, Robador , cuya depravación sexual no pudo parar la moral nacionalcatólica del franquismo".

Ese mestizaje, hoy vigente, "enriqueció la vida del barrio porque no únicamente tenía que ver con la prostitución y la pequeña delincuencia, sino con el intercambio cultural que sirvió para integrar, como dijo Candel, a los <strong>otros catalanes</strong>", concluye Aisa.

Travestismo y comunidad gay: el barrio de la libertad

Los espectáculos transgresores tipo cabaré-concierto como los que dan lugar en El Cangrejo o impregnan los ambientes del Cafè-Teatre Llantiol son parte del "mito heredado del Barrio Chino" por el actual Raval. Así consta en el estudio <span style="font-family:"PTSerif-Bold",serif;color:#326891">'Del Chino al Raval: cultura y transformación social en la Barcelona central' (CCCB)</span>, que destaca el papel de la comunidad gay en el barrio. 

Esos locales son considerados por el escritor Ferran Aisa como las rémoras de aquellos años cincuenta y sesenta en que los gays, por entonces perseguidos, buscaban refugio en el barrio para sus "encuentros furtivos". "Los mejores años del Barrio Chino fueron las décadas de los veinte y los treinta, sobre todo en el submundo comprendido entre las calles Conde del Asalto [actual Nou de la Rambla] y el Portal de Santa Madrona, la Rambla y el Paral·lel. En esa zona [con locales como La Criolla, Bar La Mina, Madame Petit o Pompeya] había burdeles y bares destinados tanto a prostitutas como a homosexuales y travestis".

Tal y como recuerda Sofía Bengoetxea, activista trans de la asociación <span style="font-family:"PTSerif-Bold",serif;color:#326891">EnFemme</span>, los reductos de transformismo que hoy quedan en el Raval encuentran su origen en el franquismo, cuando el mundo del espectáculo "era el único espacio permitido por la dictadura". La muerte del dictador permitió que se visibilizaran el transformismo, el travestismo y la transexualidad, si bien "pareció una eclosión tras tantos años de represión, pero no era más que la salida del armario de tanta gente obligada a estar encerrada en él".

"¿Que me llaman 'maricón' desde el público? Pues les digo: '¡Habrá sido un chivatazo!'", bromea José Jaén, quien asegura que estuvo 3 años meditando sobre si dar el paso al transformismo "porque yo no me siento mujer, pero me acabó picando el gusanillo". Sobre la presencia de la comunidad gay en el barrio, el estudio 'Del Chino al Raval' concluye que, a pesar de que el Raval "no se ha convertido en una zona de ambiente explícitamente gay", el colectivo -sobre todo los homosexuales pobres- "forma uno de los elementos constitutivos que han cambiado su fisonomía social y contenido simbólico".

Los pocos rincones con espectáculos de transformismo que hoy sobreviven en el Raval encuentran precedentes en locales que cita BengoetxeaGambrinus, New York, Rialto, Barcelona de Noche, Belle Epoque, Bodega Bohemia Las Cuevas. Todos ellos ubicados en los alrededores de las calles Nou de la Rambla y Escudillers, en el Chino de finales del s. XX. "Cuando yo empezaba a salir del armario, con todos mis miedos y vergüenzas, conocer a alguien como Gina Burdel, que regentaba el bar de copas Burdel 74 en la calle del Carme del Raval, fue una experiencia increíble", apuntala Bengoetxea. "Allí, bajo nuestras pelucas sintéticas, nos sentíamos como unas divas; la gente del local me proporcionaba confianza en mí misma y me hacía pensar que la mujer que intentaba construir era viable”.

Los últimos faranduleros del Raval