Los canallas no han muerto

Madame Jasmine toma el relevo de los bares históricamente granujas del barrio Chino

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MAURICIO BERNAL

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Dado que dentro de un rato se presenta Gilda Love ya no hay sitio en las mesas ni en la barra, y el aire lo llena el murmullo de todas las conversaciones que puede albergar el lugar. Un travesti se sienta en la barra, al lado del hombre solo:

-Fuck you.

-¿Perdona?

-Perdona, es que no sabía cómo entrarte, así que pensé: por qué mejor no lo mando a la mierda.

Detalles del Madame Jasmine que retratan al Madame Jasmine: la caja registradora envuelta en una tupida capa de lentejuelas. Las piernas de maniquí con medias de malla en las paredes. El búho disecado. Un flamenco. El llamado puticlub: una cabina al fondo con las paredes revestidas de tapiz felino. Los muñecos de plástico que distinguen los baños: a la izquierda, un hombre con pechos puntiagudos; a la derecha, una mujer fornida, atlética, varonil. La propia Gilda Love, que es un detalle patrimonial: el transformista que es memoria andante del Raval. Con una extravagante corona de flores y un vestido rosa y un chal, los labios rebosantes de carmín y brillantina, Gilda aguarda su momento en el interior del puticlub. Mientras, otro travesti se sienta junto al hombre solo:

-Esto no es nada. Tunéate o muere. Eso sí eran fiestas.

-¿Tunéate o muere?

-Unas fiestas que se hacían aquí.

-¿Y cómo eran?

-Una bacanal.

Hace 11 años que Patrice Rondo y Rodrigo Van Zeller pusieron en marcha el Madame Jasmine. En el barrio Chino, dónde si no: el barrio que acogió en su día los desfases de La Criolla, el barrio de El Cangrejo y de La Concha y de otros menos famosos pero granujas, como el Nayade. El barrio del vicio y el libertinaje. Se dice que en el local funcionó una vez un burdel: los dueños ni confirman ni desmienten. «Al montar el lugar quisimos jugar con la memoria del barrio Chino -dicen-: que fuera un recordatorio no solo de una época, sino de una vibración. De hecho, todos los objetos del bar los hemos recuperado de la basura del barrio, es decir que realmente se corresponden con la memoria de estas calles».

UNA MUÑECA SIN CABEZA

Madame Jasmine nunca existió, se la inventaron: en una pared junto al puticlub está enmarcada su historia, «el guion del lugar», explica Rondo. «Hacia 1907 -reza el documento- se convirtió en la madame de un burdel de la calle de Robadors, donde acudían poetas, anarquistas, nuevos ricos… Todos buscaban embriagarse con su perfumada piel». Madame Jasmine, cuenta la historia, se enamoró de un anarquista y tuvo un hijo suyo que murió «decapitado por un carro en la Rambla de las Flores, una mañana de 1917». Madame se encerró de pena, a beber y fumar opio, pero salía a la calle «una vez por semana», «al mercado de La Boqueria, con una muñeca sin cabeza en los brazos. Hay quien cuenta que el cuero blanco que cubría a la muñeca era la piel de su difunto hijo».

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El otro retablo significativo está colgado junto a la entrada: el manifiesto del lugar. «Manifiesto post cabaret», se lee, y debajo, una cita de Antoine d'Agata, el fotógrafo francés de -claro- el sexo, las adicciones, la oscuridad. «En este mundo, solo la mentira es obscena, la bestialidad es el último espacio de libertad, la última defensa contra la virtualidad rastrera de la realidad». De esta manera se definió desde el principio la personalidad del lugar; luego, la clientela se ha encargado de afirmarla. «De entrada, gente de mente abierta», dice Van Zeller.

UN HOMBRE HACIENDO EL PERRO

En la práctica, los propietarios distinguen entre dos tipos de visitantes: «Los clientes, por un lado, que son como los actores de este cabaret, los 'agents provocateurs', el corazón del proyecto: los personajes del barrio, los friquis, los marginales, la gente que tiene una especie de imán por el hecho de ser como son». Pero también están «los 'voyeurs'»: los que van a verlos, a los friquis. «Que vienen a ser los espectadores. Y que de todas maneras son gente afín, gente que sabe bien en dónde se mete».

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Los personajes, los friquis, los marginales: hay gente como el Hombre Perro, así conocido porque su performance consiste en desnudarse, ponerse a cuatro patas y hacer el perro; como Mónica del Raval, que algunos consideran la reina del barrio, un mito, una prostituta casi legendaria; como María Perkances, «la mujer que ofrece su ano como lugar para hacer exposiciones artísticas»; o como la propia Gilda Love. Al parecer, un día alguien pasó por ahí y vio al Hombre Perro haciendo de las suyas, y escribió en Trip Advisor que era un sitio de estriptís, y mejor que el Bagdad. «Empezó a venir gente buscando chicas. Fue durante un congreso de los móviles y venía gente de allí buscando chicas. Nos costó una barbaridad cambiar esa información». Puesto que la personalidad del lugar descansa en un delicado equilibrio entre friquis y mirones, Madame Jasmine no es amiga de la publicidad, ni de aparecer en las guías turísticas. Vienen turistas, es inevitable. Pero pocos. Y afines.

'Tunéate o muere' se celebraba los jueves. La gente iba y tenía a su disposición ropa, maquillaje y maquilladores, lo necesario para transformarse. "Pero dejamos de hacerla hace dos años". Dos recuerdos quedan de aquello: las fotos de las bacanales, colgadas en el baño. Y un 'kit' de maquillaje en la barra. Para el que quiera probar.