BARCELONEANDO

El gastrónomo exiliado

Miquel Sen, colaborador de este diario, acaba de publicar su cuarta novela, 'El gato de Balzac', en la que por supuesto no faltan cosas de comer

Miquel Sen, junto a Jordi Esteve, chef del restaurante Nectari de Barcelona

Miquel Sen, junto a Jordi Esteve, chef del restaurante Nectari de Barcelona / periodico

Ramón de España

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Hay dos modelos de gastrónomo: el tragaldabas con fundamento, el de toda la vida, el que no se apunta a moda alguna y es capaz de poner en entredicho al más intocable de los cocineros, y el 'parvenu' empeñado en exhibir constantemente una sapiencia y un criterio de los que habitualmente carece. Miquel Sen (Barcelona, 1946) pertenece, evidentemente, al primer sector, como compruebo cuando se deja caer por Barcelona y tiene el detalle de invitarme a comer: nunca discuto el restaurante elegido, pues estoy convencido de que, si me va a llevar allí, no lo voy a lamentar.

El lector de este diario conoce a Miquel por los artículos que publica y que ya dan ganas de acompañarlo al restaurante que se le antoje. Pero hay otro Miquel Sen, que tampoco es el biólogo que salió de la Universitat de Barcelona, sino el autor de una serie de ensayos gastronómicos y de novelas en las que el papeo también juega un papel fundamental. Miquel es la única persona que conozco que ha elaborado una especie de autobiografía a través de todo lo ingerido a lo largo de su vida, 'Confieso que he comido', unas memorias escritas con cuchara que resultan tan entretenidas como didácticas.

Trama rocambolesca

Como autor de ficción, nuestro hombre acaba de publicar su cuarta novela, 'El gato de Balzac', que he estado leyendo estos últimos días y que tiene una trama rocambolesca de muchos bemoles en la que tampoco faltan las cosas de comer (las tres anteriores son 'La noche siempre llega', 'Un artículo de encargo' y 'La memoria muda'). Lo primero que leí de él fue 'Luces y sombras del reinado de Ferran Adrià', más que nada porque me habían dicho que el amo y señor de El Bulli se llevaba unos cuantos sopapos y yo, sin necesidad de tenerle manía, estaba ya algo frito de su condición de artista del condumio, 'celebrity' con pujos de gurú y creador, tal vez involuntariamente, de una secta de admiradores y sicofantes que hablaban de él como si fuese el artista español más importante del momento (lo de Kassel ya fue de traca).

Lo compré animado por una amiga que había estado tres veces en El Bulli y las tres había acabado vomitando en el aparcamiento después de zamparse 32 muestras deliciosas, pero que al mezclarse en el estómago componían un amasijo letal, y no lo lamenté: es el único libro publicado sobre Ferran Adrià en el que se le pone en su sitio, que es un lugar destacado, pero no a la altura de Jean Anthelme Brillat-Savarin, el ídolo de Miquel.

El amigo Sen lleva una vida retirada, lejos del mundanal ruido. Hace unos años recordó que su bisabuelo era gallego y abandonó Barcelona para instalarse en Corme, pueblecito de 'mariñeiros' en la Costa da Morte donde se come el doble de bien que aquí por la mitad de precio. Desde allí se comunica de vez en cuando con quien redacta estas líneas para felicitarlo por un artículo o plasmar unos comentarios chuscos sobre el ‘procés’, temita cansino donde los haya que contribuyó notablemente a su exilio, que no tiene nada que ver con el de Carles Puigdemont, ya que, incomprensiblemente, no se ha creado ninguna caja de resistencia en Catalunya para financiarle los percebes.

Como un 'mariñeiro' más

Miquel enviudó recientemente de una señora francesa de la que siempre me hablaba maravillas y a la que, lamentablemente, no llegué a conocerla. Parece que cocinaba que daba gusto. Y, sobre todo, tuvo el detalle de acompañarlo en el exilio gallego, tal vez porque estaba harta de las mismas cosas que él. Ahí sigue el hombre, enviando los artículos de ELPERIÓDICO, empezando una novela cuando le da por ahí y sosteniendo profundas conversaciones con los 'mariñeiros', que ya lo consideran como uno de los suyos, sobre todo cuando se pone esa camiseta de rayas de manga larga que perfecciona su 'look' de 'matelot' francés con pipa y mostacho.

'El gato de Balzac' es su último contacto con la ficción y es también uno de esos libros en los que uno se sumerge y se siente muy a gusto. Lo suyo es leerlo en invierno y sentado en el sillón de orejas más cercano a la chimenea, pero les puedo asegurar que durante los días más calurosos de este verano también ha ejercido sus poderes lenitivos. ¿Cuándo nos toca el próximo papeo, camarada?