espacio histórico

La plaza Reial lava su imagen para reconquistar al barcelonés

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Patricia Castán

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Una imagen vale más que mil palabras, para lo bueno y para lo malo. Durante algunos años negros, el retrato que expulsó a los usuarios barceloneses de la plaza Reial estaba protagonizado por los estragos de las drogas, el incivismo y la delincuencia del entorno. Luego lo hizo la sobredosis turística. Pero en los últimos años la entrada de nuevos operadores de calidad, el esfuerzo en limpieza y seguridad, y la programación de actividades integradoras han desembocado en una Reial que ahora saca pecho como "oasis del Gòtic", dicen. Para difundir ese momento presuntamente dulce -con todos los matices que implica su enclave canalla-, acaban de lanzar la campaña Reialitza't. Muestran a través de cápsulas de vídeo que se irán difundiendo en las redes sociales una atractiva oferta de cultura, gastronomía, comercio y ocio, quiere seducir al barcelonés. Porque al viajero, obviamente, ya lo tienen en el bolsillo. 

Tanto una grabación de más de seis minutos con la oferta general, como los minivídeos de entre uno y dos minutos de los distintos establecimientos y sus historias, han sido impulsados con apoyo de la Cambra de Comerç y del Fondo Europeo de Desarrollo Regional. Inicialmente viajarán por las redes apuntando al público local para "despertar su curiosidad" (desde Facebook, Instagram y otras plataformas, a través del grupo 'lareial'). En una fase posterior, se subtitularán en inglés para llegar a ultramar y potenciar una imagen más humana de este icono local.

Podría cuestionarse si esta plaza -una de las pocas porticadas de Barcelona- creada en 1848 donde antes se encajó el convento de los Caputxins, y renovada entre 1982 y 1984, tiene demasiadas terrazas. Demasiado follón. Demasiada presión, a unos pasos de la Rambla. Con más de una treintena de operadores sobre todo de hostelería, se corrió el riesgo del monopolio turístico, ese nuevo mal del siglo XXI. Y eso que el 2018 está siendo un año extraño. Sus mesas se ven siempre llenas, pero en los locales tienen claro que la afluencia y consumo de los visitantes ha bajado hasta un 20% tras un 2017 convulso, cuentan varios empresarios.

Siempre viva

Una jornada en la plaza da para ponerse al día de la cara a y la b de este espacio trapezoidal, con palmeras que parecen rozar el cielo, farolas exclusivas de Antoni Gaudí y enormes pisos centenarios con un censo vecinal que el consistorio trata de esclarecer. El frágil equilibrio del uso del espacio público adquiere aquí una dimensión máxima. Si se cuestionan los centenares de mesas que la rodean (la entidad Fem Plaça contó 1.669 sillas de pago en el 2015), en la Associació de Amics i Comerciants de la plaça Reial replican que la presencia de terrazas ahuyenta males mayores en una zona difícil de mantener a raya en un espacio lleno de recovecos. Como el botellón en sus pórticos, los nómadas urbanos durmiendo al raso, los meones de turno o los maleantes. El colectivo es crítico con las consecuencias del recorte de una hora en su actividad, aunque siguen cerrando una hora más tarde que otros puntos de Barcelona por su singularidad.

"Los camareros se han convertido en centinelas de la plaza en cierto modo", relata Patricia Radovic, gerente de la entidad. Así es, alertando a los clientes y espantando las malas intenciones. Porque está claro que con semejante filón, los intentos de hurto al descuido existen. No obstante, no aprecian un repunte de conflictividad como se vive en la Barceloneta o el Raval. Por contra, ven frutos en el mix de los nuevos usos y actividades, sumados a la solera de muchos de sus negocios.

Una noche cualquiera, un coche de la Guardia Urbana y un par de agentes en moto, plantificados en medio, ejercen de remedio. El botellón puro no existe ya allí, aunque el consumo de alcohol se da en la fuente de las Tres Gràcies (que clama por iluminación nocturna), entrada la madrugada, cuando los negocios van bajando las persianas y los lateros que pueblan Ciutat Vella tratan de captar al cliente que se ha quedado con sed. 

Del lado malo se ha dicho casi todo. La presencia policial (privilegiada en comparación con otros puntos de la ciudad) ha reducido los trapicheos de drogas y minimizado el incivismo. Aunque claro está que muchas vejigas se alivian en los coquetos pasajes que conectan la plaza con el entorno. Pero los servicios de limpieza ciertamente se esmeran más allí que en otros barrios menos concurridos, salta a la vista. Y los eventuales excesos también son combatidos a golpe de cubo y fregona por los propios operadores.

Mejor imagen

De día la plaza Reial luce un aspecto que encandila. Al margen del desembarco del Ocaña, que resucitó bajos comerciales en desuso con un gran proyecto, o del Hotel DO, que llevó turismo de lujo a la zona, entre otros, en los últimos tiempos se ha enriquecido con proyectos como The Foundery (en el portal del Jamboree), un coworking que alimenta startups, donde se trabaja en contenidos digitales y de programación, y coinciden muchos jóvenes creadores, periodistas y talentos emergentes. También fue un revulsivo la Fundació Setba (por sus siete balcones y en el emplazamiento donde residieron el pintor José Pérez Ocaña o el filósofo Francesc Pujolà), que suma una década de exposiciones vinculadas a proyectos sociales y la memoria histórica de la plaza e impulsa jornadas extraordinarias como 'Dibuja la plaza', cuando decenas de personas acuden a retratarla desde todos sus ángulos. 

Y es que los 29 asociados suman más de 500 trabajadores, enfatiza Enric Gimeno, presidente de la asociación de Amics i Comerciants, que cree que si la plaza no existiera "no se podría inventar". Y una estructura inusualmente estable donde, por ejemplo, el 75% de camareros son de plantilla fija. No es de extrañar, en mesas donde pueden rotar cinco turnos en un servicio de noche.

El ayuntamiento, en permanente diálogo con los operadores, ha contribuido a mejorar la imagen de la plaza. Está por ver si, con la modificación de la normativa de terrazas, el colectivo se intentará acoger a las llamadas 'zonas de excelencia'. De momento, por vía de la tasa turística el año pasado se invirtieron 200.000 euros en mejorar pavimento, iluminación y accesos y conexión con el entorno, además de reordenar el mobiliario y los puestos de la centenaria feria de numismática que allí se celebra cada domingo.

Esa inyección de actividad diurna susceptible de atraer a barceloneses abarca desde festivales de swing o tango, a yincanas culturales o mercadillos Drap Art y talleres de reciclaje los sábados de primavera y otoño.  O los resucitados rituales de vermut dominguero, entre un sinfín de montajes desconocidos para muchos autóctonos.

De la herboristería de dos siglos al primer tablao de la ciudad

Está claro que la plaza y sus pasajes no conforman un eje de compras, pero tiene reclamos de amplio espectro. Entre las joyas, la Herboristería del Rei, con dos siglos de vida y el empuje que le han dado en los últimos 20 años Trinitat Sabatés y su familia, manteniendo viva la actividad original. Y que el efecto guiri no impida disfrutar de muchas mesas con historia, como las del Canarias, una de las primeras cervecerías locales con jarras y grifos, a cargo ya de la tercera generación; u otra histórica, la Colón, en cuya barra se acodaron tantos marines de la VI Flota. Mención aparte merece el Tarantos, primer tablao flamenco de la ciudad y orgullo de Joan Mas por sus artistas invitados; sin pasar por alto el Glaciar, de 1929, con sus míticas barra y mesas de mármol, dispuestas a abarcar del desayuno tempranero a las copas nocturnas bajo el manto de las tertulias; o, para seguir bailando, el Karma (1978), que rompió moldes desde su subterráneo y sigue despidiendo las noches al ritmo de Goodnight Ladies, de Lou Reed. Y sucumbir a la cava del jazz del Jamboree.