CONTAMINACIÓN ACÚSTICA

Indignados con el botellón en la plaza del Sol: "No es un capricho. Solo queremos descansar"

Escena nocturna en la plaza del Sol de Gràcia.

Escena nocturna en la plaza del Sol de Gràcia. / ÁLVARO MONGE

Anton Rosa

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Cuando tocan las 11 de la noche el gentío que se concentra en la plaza del Sol de Gràcia empieza a desfilar. Pero la plaza ya lleva horas abarrotada de jóvenes que disfrutan cerveza en mano de otra calurosa tarde de verano a la sombra, al son de múltiples guitarras y de la percusión más o menos rítmica de algunos bombos o cajas flamencas. Esta imagen sería impensable en cualquier otro rincón de la ciudad. Consumir bebidas alcohólicas en la vía pública conlleva sanciones de hasta 1.500 euros. Pero "en Sol está todo permitido", lamenta Rosa Llansana.

Esta vecina vive en un primer piso de uno de los edificios de la parte superior de la plaza. A pesar de que la normativa municipal estipula que no se puede sobrepasar el límite de 70 decibelios entre las 7 de la mañana y las 11 de la noche, los sonómetros que Llansana tiene colocados en el interior de su casa registran picos de 80 prácticamente cada día de la semana. “No es un capricho. Solo queremos descansar”, protesta.

Como ella, casi una veintena de vecinos se sumaron al programa Making Sense, un proyecto europeo que busca dotar a los participantes de mecanismos eficaces que les permitan combatir, entre otros, el exceso de polución o la contaminación acústica. Tras una primera experiencia con sensores de ruido en los balcones y en el interior de los pisos realizada en 2017, los vecinos acudieron con los alarmantes resultados al consistorio durante el verano pasado.

El tema salió a la palestra en la mesa ciudadana del distrito y después de varias reuniones con los afectados, el ayuntamiento apostó por llevar a cabo una serie de medidas. Entre las más celebradas destacaba el emplazamiento en Sol un quiosco de juegos para niños las tardes de entre semana hasta finales de julio o un aumento significativo de la presencia policial en los diferentes puntos calientes del distrito de Gràcia: la Guardia Urbana empieza a pasar a las ocho para repartir advertencias, y a las 11 para que la plaza se desaloje, aunque los vecinos alegan que a veces pasan una o dos horas más tarde. Otra de las acciones municipales más aplaudidas fue coordinar el servicio de limpieza con el horario de cierre de las terrazas para así evitar reiterar el ruido a altas horas de la madrugada.

Un parque infantil con resultados indeseados

Pero sin duda, la actuación que ha generado más polémica ha sido la instalación de un parque infantil en uno de los laterales de la plaza. El conjunto de montículos ha costado 50.000 euros y al ser de plástico, se convierte en prácticamente un horno cuando le da el sol. “Martina no ha querido subirse porque quema y huele mal”, explica Paula Cano, una vecina del barrio, mientras su hija revolotea alrededor de la zona infantil. A su lado, sentadas en uno de los límites del parque, Elia y Gisela se toman una cerveza en la sombra.

Lejos de ahuyentar a los jóvenes, el suelo acolchado que rodea los montículos y la falta de un vallado que los delimite parece presentar una alternativa más cómoda que sentarse directamente en el pavimento de la plaza. “Entiendo que el ruido pueda molestar pero tenemos derecho a estar en una plaza. Quizás si las terrazas fueran más baratas nos lo plantearíamos”, apunta Elia. En otra de las esquinas, Corrado y Nina también comparten una cerveza. “Siempre hay buen ambiente en Sol. La plaza se presta mucho a este tipo de ocio”, comenta la joven venezolana.

Según las mediciones del consistorio y a pesar del poco entusiasmo generado por la nueva zona infantil, estas medidas han contribuido a reducir la exposición a ruido entre 2 y 4 decibelios en la plaza del Sol. Sin embargo, las cifras aún están muy por encima del límite de 70 decibelios que establece la normativa y que se reduce a 60 de madrugada.

“Se ha notado un cambio. Cuando un problema afecta a la salud de las personas debería de tener prioridad”, asegura Àlex Mas, que hasta que se mudó, hace algo más de 4 años, a uno de los edificios de Sol no sabía lo que era sufrir insomnio. Este vecino cree que la solución pasa por cambiar los usos de la plaza, aunque reconoce que es una tarea por ahora muy complicada. Mientras tanto aboga por mantener unos mínimos de respeto: “Aplicar la ordenanza de civismo es la única manera que tenemos los vecinos de defendernos”.

En la misma línea que Mas se pronuncia Maria Zafra. “Los límites se han puesto muy tarde. Si no se puede beber en la calle, se debe sancionar”, argumenta esta vecina, propietaria del local situado en los bajos del número 17 de la plaza, justo un piso por debajo de la vivienda que comparte con su pareja y su hija pequeña. El estudio de arquitectura y decoración que regenta es uno de los pocos negocios en Sol que no están dedicados a la restauración y el ocio. “La concesión de licencias para bares y terrazas han acabado por monotematizar la plaza. Llega un momento en el que te planteas si debes irte”, lamenta mientras recuerda que se trata de un fenómeno que afecta a todo el distrito de Gràcia. En cuanto al ruido y las concentraciones diarias de jóvenes, Zafra ha visto como esta actividad ha supuesto una lacra para su negocio y asegura que intenta recibir a los clientes temprano para evitar dar una imagen errónea al interesado.