BARCELONEANDO
Catalunya, en el jardín de casa
Buena parte de los monumentos de las guías están concentrados en un patio doméstico a pie de calle en Sant Andreu. Es la 'Catalunya en petit'
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
Ana Sánchez
Un turista estándar se santiguaría al pasar por aquí: tienes la Sagrada Família, la Pedrera, Colón y Canaletes a un mismo tiro de foto. Buena parte de Catalunya concentrada en un jardín doméstico a pie de calle. Que no se entere Rajoy. Cualquiera diría que la independencia está empezando por aquí. “En petit como mínimo”, sonríe Josep Castells.
"Una obra así hay que protegerla”, ha llegado a decir un historiador. No es una obra de arte, apunta el hijo del autor de esta 'Catalunya en petit'. “Es una obra popular”
“Catalunya en petit”, informa un cartel. Así la bautizó el padre de Josep. Es el mini parque temático que levantó Isidre Castells durante 20 años desde que se jubiló, a base de mosaicos sacados de escombros. “Una obra así hay que protegerla”, ha llegado a decir algún historiador. “No lo sé”, dice Josep. No es una obra de arte. “No, es una obra popular”, puntualiza. “Mi padre no tenía estudios, ni académicos ni artísticos. Él hizo lo que pudo. ¡Con postales! Por eso no hay perspectiva, porque todas las figuras están hechas desde postales”.
Arte o no, nadie pasa al lado sin pararse en seco, decir “oh” y desenfundar el móvil. Es tan hipnótico como un bazar kitsch. Se recomienda mirar a lo Robocop. Hay decenas de monumentos. Ahí está la plaza de Berenguer, la Casa de les Punxes, el Tibidabo, mira, unos bailando una sardana. ¿Y ese perro? Se llamaba Soltri –cuenta Josep-. Acompañaba a Isidre de paseo en busca de azulejos. Vivió ¡16 años! Está enterrado bajo la estatua.
El perro es de trencadís, como buena parte de esta micro Catalunya. A lo Gaudí, pero en versión callejera. “Todos estos mosaicos que ve aquí son cogidos de escombros”, dice Josep.
Esto es Sant Andreu: donde los vecinos aún dicen que van a “Barcelona” cuando tienen que ir al centro. Calle Grau, 56-58. Es como si te teletransportaras a un pueblo. A la izquierda hay casas bajas. A la derecha, los patios, antes huertos con pozo. En medio, la calle. “Está catalogada por el ayuntamiento”, te informa Josep sacando pecho.
"Es un problema"
Hace 12 años que Josep se ocupa de este jardín monumental, desde que su padre murió. “Eso es un problema para mí –menea la cabeza-. Porque aunque no se lo crea, está limpio del domingo –es jueves-. Las cuatro lluvias, los gatos de la calle, chap, chap, ya está sucio. Es como si hubiese trabajado para el demonio”. No quiere que la obra de su padre se degrade. “Pero para eso se han de mantener las figuras –apunta-. Y para eso has de saber, y yo no sé”. Él es agente comercial.
“Todavía hay gente que pasa, lo mira y lo retrata –da fe Rosa-. Yo lo veo por la ventana”. Tiene razón: en unos minutos aparecerán dos turistas. “De Viena”, informan. Se paran, sueltan “¡cool!”, apuntan con el móvil, ráfaga a discreción y adiós. Si hubieran mirado a la ventana de enfrente, habrían conocido a Rosa Anglada.
“A mí me gustaba entrar [en el jardín] –dice con nostalgia-. Pero es que ahora ya no puedo –se señala las piernas con resignación-. Uy, si pudiera entrar”. Rosa Anglada es la viuda de Isidre Castells. Tiene 92 años, dos hijos, dos nietos y una amabilidad que raya en la acogida. “Es muy bajita –la describió uno de sus nietos en una redacción-, porque en la guerra no tenían ni leche ni mantequilla, que es lo esencial para crecer”. “Maldita guerra”, asiente ella.
"Tuvo mucho éxito", recuerda la viuda de Isidre Castells. “Los de Catalunya en Miniatura nos regalaron entradas”, explica. "Incluso vino el alcalde Hereu"
Rosa señala los cuadros del salón. Los pintó Isidre. “Era un artista”, suspira. “Estuvimos casados 60 años. Toda una vida. Hoy día no sé por qué no aguantan”.
“¿Ha visto la columna de conchas? –pregunta. Sí, sí, le dices. Está en la entrada del jardín-. Una señora, no sabemos quién, le dio un saco. ¿Usted se imagina?”, sonríe. “Tuvo mucho éxito”, recuerda orgullosa. “Los de Catalunya en Miniatura -la oficial- nos regalaron entradas”, añade. “Incluso vino un día el alcalde Hereu”. Aún tiene casetes con entrevistas a su marido grabadas de la radio. “Todo lo grababa yo”, se ríe. “De estos casetes puedo tener 200”, calcula. “Aquí tengo mis canciones”. El VHS también sigue intacto junto a la tele. Dice que le sube la presión con Tele 5.
Saca un folio de una carpeta. “Mire qué carta le escribieron a mi marido”. Es del 2001. “[Isidre] Es un artista muy grande -se lee-, pues en vez de especular con su trocito de tierra, lo ha convertido en tesoro. (…) Y al estilo de Gaudí, y con trocitos de todo, ha convertido el jardín en algo que hay que ir a verlo”.
Rosa se encoge de hombros con deje rutinario. “Uno se acostumbra. A lo bueno y a lo malo”.
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