El Barcelona aplasta al Madrid en una goleada para la eternidad en el Bernabéu

Silencio, por favor. Silencio, ha vuelto el Barça. Silencio porque el Barça de Xavi retornó disfrazado del Barça de Cruyff cuando agonizaba el franquismo. Silencio porque el viejo y moderno Barça, encarnado en Guardiola, renació en el Bernabéu con una goleada espectacular, una goleada para la eternidad. Firmó una obra de arte que expulsó al madridista de su estadio, ridiculizado como quedó por el desastre consumado por Ancelotti. Y Xavi, con apenas cuatro meses en el banquillo culé, ya tiene un partido para la historia porque resumió todo lo que pretendía y quería de su equipo. No, no llegó el quinto. Pero daba igual porque el Barcelona dibujó una noche increíblemente perfecta porque tenía ganas de volver a ver el Bernabéu.

La opinión de Marcos López

Agarró el balón Busquets y dictó una lección monumental. Una cátedra rubricó el Barça en la primera parte gobernando el clásico con una autoridad descomunal, agarrados a la personalidad que tenía cada uno de los jugadores cuando recibía la pelota. No le quemó en ningún momento ni siquiera cuando Vinicius quebró a Araujo nada más iniciarse el encuentro. Detectó el brasileño la llegada de Valverde, cuyo venenoso disparo fue repelido por el elástico Ter Stegen que soltó una mano providencial.

Baile al Madrid

Curioso. Esa mano hizo bailar al Madrid. Curioso. Esa mano acalló el monumental Bernabéu, repleto de grúas, que perfilan su silueta de platillo volante. Curioso. Esa mano agitó los pies de los 10 jugadores azulgranas de campo. A partir de ahí, un baño de fútbol azulgrana, capaz de encontrar los tremendo defectos de Ancelotti, que recibió dos goles en menos de nueve minutos, aunque produjo mucho más fútbol. Mucho más para irse al vestuario en el descanso con un resultado escandaloso, pero topó siempre con Courtois, que sostuvo con vida al extraño y desfigurado Madrid.

Extraño porque es mucho menos equipo sin Benzema, algo que ya se sabía, pero el derrumbe superó cualquier expectativa previa. Desfigurado porque la solución que empleó Ancelotti para tapar el devastador agujero negro dejado por la ausencia del francés. Recurrió el técnico italiano a Modric, investido con el disfraz de falso nueve. Lo nunca visto. Ni era falso. Ni nueve. Ni diez, el dueño de la construcción del fútbol blanco. El invento Modric le estalló en las manos.

El Barça, entretanto, a lo suyo. Poco a poco inclinó el Bernabéu hacia la portería de Courtois, que veía asustado como su defensa era un flan. Los errores de Carvajal, incapaz de controlar los movimientos de Ferran Torres. La fragilidad, dramática fragilidad de Nacho, a quien le temblaban las piernas cuando Dembélé, tras un arranque irregular, arrancó su moto para viajar feliz y ufano por la pradera madridista.

La paciencia como bandera

El gol llegó como consecuencia de un fútbol delicado y espectacular. Y no al revés. Con la bandera de la paciencia, se pasaron el balón como si estuvieron jugueteando en la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, armaron un rondo gigantesco para acallar al Madrid, que entró en el túnel de la tortura. El meneo, que diría Cruyff, fue espectacular, inolvidable porque reconcilió al equipo con su esencia, esa que le emparentaría en el viaje con aquel equipo del 0-5 en la eclosión del ‘holandés volador’ en 1974 o el 2-6 del Barça de Pep (2009).

Hay partidos que son maravillosos viajes a la eternidad porque entran en la memoria culé ya que suponen, además, un destrozo de proporciones catastróficas para el Madrid. Y, sobre todo, para Ancelotti. Iban cayendo los goles con tal dulzura que parecían golosinas lloviendo del cielo.

El primero fue un regalo de Dembélé para que Aubameyang demostrara que los centrales del Madrid (Alaba y Militao) son menos de los que ellos se creían. El segundo llevó la firma de la estrategia con un saque de esquina servido por Ousmane y cabeceado de forma imponente por Araujo, que volvió a ganar a Alaba y Militao. El tercero producto de la presión, con un Madrid aturdido (nunca supo donde estaba), permitiendo un taconazo de Auba para que Ferran Torres reventara la pelota en la escuadra de Courtois tras fallar justo antes el gol más fácil de su vida. Y el cuarto resultó un premio para la tenacidad del delantero gabonés mientras el público abandonó el Bernabéu, atormentado de tal manera que presentó su dimisión.

Como el Madrid. Como Ancelotti, mientras el Barça se paseaba altivo disfrutando de una noche celestial con un estadio bañado en el silencio.

Suscríbete para seguir leyendo