'El don', de Hilda Doolittle: La memoria como motor creativo

Es en segunda persona del singular como la poeta, narradora y ensayista norteamericana Hilda Doolittle (Belén, Pensilvania, 1866-Zúrich, Suiza, 1961) se refiere a la Hilda todavía adolescente en 'El don' (Bamba), obra en la que indaga en los mecanismos de la memoria para convertirla así no solo en una herramienta de exploración de sí misma y de lo vivido, sino también y sobre todo en motor creativo. La memoria es objeto de escritura y es escritura en sí misma. Escrito durante la Segunda Guerra Mundial, pero publicado en 1982, “El don” le debe mucho a la proximidad que tenía Doolittle con la práctica psicoanalítica y que se remonta a 1933, cuando acudió a la consulta de Sigmund Freud para ser analizada. El psicoanalista era consciente de que Doolittle no era una paciente más y, de hecho, como recuerda la propia escritora, cuando esta le preguntó cuál era el motivo de su extravío, Freud contestó: “Tú eres poeta”. 

Tras cada sesión, Doolittle tomaba apuntes en torno a cómo había ido su encuentro con Freud, apuntes que darían lugar a 'Tributo a Freud', un texto publicado pocos años después de 'El don' –estos dos títulos conforman junto con 'Fin al tormento' su obra memorialística–. “Las palabras vuelven con singular frescura e intensidad, ahora que, luego de esta larga espera, puedo recordar aquellas sesiones de Viena sin un terror insoportable y sin un desfallecimiento aterrador”, escribió en 'Tributo a Freud'. Esa misma intensidad la encontramos en 'El don', donde las palabras vuelven y construyen imágenes de un pasado en el que el recuerdo, siempre parcialmente distorsionado, se entremezcla con los sueños y con la imaginación; es el recuerdo de la Hilda adulta que, sin embargo, sigue mirando aquel tiempo pasado con los ojos de niña.

Dos miradas

Doolittle juega con dos miradas que se entrechocan: por un lado, está la de la niña –suyas son las percepciones– y, por el otro, esta reelaboración de la escritora ya adulta, de la apasionada al mundo clásico –de ahí la alusión a Helena, a Helios, a Febo–, de la que sabe que en todo recuerdo hay represión, hay resistencia y hay encubrimiento, de la que es consciente de que los sueños son el vínculo con el propio inconsciente y de que escritura es una forma de reescritura. Por ello, Doolittle dota al texto de un carácter fragmentario –el fragmento como expresión del vaivén a veces inconexo de la memoria– y pone en movimiento toda una serie de relatos familiares que, envueltos de halo legendario, dotan de mayor ambigüedad el texto. ¿Realmente Mamalía podía recordar aquello acontecido antes de su nacimiento? ¿Realmente una pitonisa le dijo a la madre de Hilda que tendría un hijo con un don? ¿Y cuál es este don? ¿El de la memoria? ¿El de la habilidad musical?

Se trata de una obra clave de la autora, cuyo interés va más allá del elemento puramente memorialístico

La presencia de un don en la familia y que aparentemente ninguno de los niños ha heredado vertebra este texto, que, además, se vuelve una especie de 'bildungroman' en cuanto asistimos a cómo Hilda se tomando consciencia que ella es la poseedora de ese don –“eres demasiado brillante”, se dice a sí misma–, un don que tiene que ver con la escritura. Y, quizá, es esta toma consciencia la que hace que el capítulo final Doolittle haga un salto temporal hacia delante para rememorar los días de los bombardeos de Londres, sobre los que volverá, en más de una ocasión, concretamente en 'The Flowering of the Rod', tercera parte del poemario 'Trilogy'.

'El Don' es, en este sentido, una obra clave de la autora cuyo interés va más allá del elemento puramente memorialístico. Encontramos 'in nuce' la poética de Doolittle: la búsqueda de la palabra concreta, la construcción de imágenes, el trabajo sobre la memoria y el inconsciente, el interés por el mundo clásico, la guerra como trauma… Un texto imprescindible.