Efectos de la precariedad

Los zapatos rojos

Un mantero en Barcelona.

Un mantero en Barcelona.

Alejandro Palomas

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Agosto. Anochecer. Un pueblo del litoral. Bogdan recoge chatarra en la plaza, a pocos metros del ayuntamiento. Trabaja un par de horas rebuscando en los contenedores con la camioneta de su vecino Josemi, que sale a la mar todas las noches en el pequeño barco que comparte con cuatro pescadores más. Todas las mañanas, Josemi aparta un cubo de pescadoextraque Rosa, su mujer, vende a pocos metros de la lonja a las pijas de la urbanización;las Tous,las llaman. En el pueblo saben que Rosa trapichea con el pescado pero nadie dice nada, porque la Mary, la hermana de Rosa, trabaja en el súper de la plaza y cuando cierra sale con unas cuantas bolsas de «cosillas un poco caducadas» que reparte a mitad de precio por ahí, en los bloques y en casa de Ahmed y de Chari, que, como tienen un cuñado en Andorra, van y vienen con el Ibiza de Chari cargados de Winston y de Marlboro que venden los sábados por la noche en el paseo marítimo.

La lista de vecinos del pueblo que se buscan la vida driblando la legalidad es tan larga e incluye tantos perfiles, nacionalidades, edades y pasados que seguramente habría que modificar los parámetros del censo para darle forma. Todos coinciden de vez en cuando en el bar Jacinto y se toman una caña en la terraza. Son la otra red social -la necesitada picaresca- que se mueve desde hace ya un tiempo entre nosotros: los nuevos callejeros no viajeros que se cuelan por las rendijas de la realidad y sacan agua del ancho desierto que la crisis ha ido expandiendo sobre lo que hay.

«SOMOS TODOS POBRES» / «Ahora somos todos iguales», me ha dicho Bogdan con cara de circunstancias y dos dientes de oro junto al contenedor de ropa cuando he coincidido con él mientras he sacado a pasear al perro. «Rumanos, gitanos, peruanos, bolivianos, catalanes, castellanos… Da igual. Somos todos pobres y ya está». Luego mira a un lado y a otro de la calle y baja la voz: «Si quieres cobre, tengo. Buen cobre, hilo de tren. Viene del campo».

Dos calles más abajo, las tiendas han puesto sábanas delante de sus puertas iluminadas con velas encendidas . Con letras de imprenta han escrito:Basta ya al top manta. Ayuntamiento, actúa ya. Entre las decenas de turistas y veraneantes, una mujer hace girar las llaves de su Audi 6 en la mano mientras niega con la cabeza y murmura: «Desde luego, qué vergüenza». Pero en cuanto ve pasar a Rosa la llama y le dice: «Oye, cielo, mañana guárdame un rape, si puedes, y dos kilos de sardinas. Y si pasas a dejármelo por casa te doy un par de zapatos nuevos, pero nuevos, y unas chaquetas de invierno que mis hijos ya no quieren porque se les han quedado pequeñas».

Y Rosa dice que sí, que sila Tous de las mechas y llavero quiere rape ya se encargará ella de sacarlo de donde sea, porque cree que su prima Isa tiene uno congelado que compró en el Mercadona que a las malas servirá. Y entonces coge el móvil y llama al Josemi, que ha vuelto a conectarle la luz a la Trini a la toma de la escalera porque al vecino cabrón que les había denunciado resulta que hace una semana lo largaron del piso porque la hipoteca, ya se sabe... «Que está la cosa cabrona hasta para los que ni cosa tienen», y quedan, como todas las noches, en el bar, el del Jacinto, que se enrolla y les pone un plato de bravas con las cañas, que en realidad son las que van a sobrar del día, pero qué más da, son bravas igual. Y llega Bogdan, y la Trini, y Rosa y los chavales, y hay que juntar una mesa a la primera, y una tercera, y una cuarta, y es agosto, y hace calor, y la crisis también se sienta a la mesa entre el humo de los Winston andorranos, la gaseosa, los mocos del Javi y la pantalla de la tele de plasma que cuelga de la ventana del bar en la que el Papa se sienta en un trono y enseña unos zapatos rojos de 600 euros el par y que hacen sonreír a Rosa porque de pronto se le ocurre que quizá los que le regalarála Tousserán también así, rojos y caros, y que igual, con suerte, los revende por 50 y se da una alegría.

Que es verano. Y hay crisis.