Un desequilibrado 'Il trovatore' en el Liceu

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CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Hubo de todo, y no siempre bueno, en este regreso de ‘Il trovatore’ al Liceu. Aprovechando la estructura del infumable montaje de Gilbert Defló en el 2009, Joan Anton Rechi ha ideado una nueva ambientación convirtiendo el escenario en un gran lienzo presidido por los grabados de ‘Los desastres de la guerra’ de Goya‘Los desastres de la guerra’ de Goya. Un esfuerzo loable, en la medida en que sitúa este melodrama de amor, venganza y muerte de Verdi en una atmósfera más épica que casa con el argumento pero que no consigue ocultar las carencias de un reparto desequilibrado, en el que solo han dado la talla el Conde de Luna de Artur Rucinski, la visceral Azucena de Marianne Cornetti y el coro de la casa.

Es difícil de entender cómo en el primer elenco no hayan sido incluidos el ascendente Piero Pretti como Manrico, en lugar del anodino Marco Berti del lunes, y Tamara Wilson, una baza mucho más segura que la desnortada Kristin Lewis, que está lejos de cumplir las exigencias de un papel como el de Leonora. ¿Será que a ambos los han reservado para la función del día 21 retransmitida para 166 localidades de toda España dentro del programa ‘Liceu a la fresca’ ‘Liceu a la fresca’? En el ‘cast’ de ese día estará también presente Cornetti mientras que el triunfador Rucinski, que habría completado un elenco presumiblemente mejor, será sustituido por George Petean.

El ambiente de la época de la guerra de la independencia, con las pinturas patrióticas de Goya proyectadas sobre siete tules transparentes, está bastante conseguido gracias al trabajo realizado con el vestuario de Mercè Paloma que nos remite a la época. El mudo pintor (Carles Canut) presencia de la misma forma que lo hizo al recrear los horrores bélicos, lo que sucede en el relato y aparece también pintando. Los colores negros, terrosos y los tonos dorados y azules de los atardeceres acompañan las acciones bien iluminadas por Albert Faura.

Pero todo ello no es más que un contexto en el que se ubica la interpretación de los personajes. Verdi obliga a una exigente línea de canto unida a gran despliegue dramático, en el que las emociones afloran con el respaldo de una extraordinaria partitura musical. La obra necesita de cuatro cantantes/actores de primer nivel y un quinto, Ferrando, de altura para que el viaje por el inverosímil libreto no naufrague.

DESCONCERTANTES ALTIBAJOS

Y aquí es donde se produjeron las divergencias. Berti mostró desconcertantes altibajos con un Manrico falto de carisma actoral. Pese a la potencia de unos agudos sin brillo, mostró falta de intensidad y un notable descontrol en la modulación de la voz en arias como ‘Di quella pira’ o ‘Ah!, si, ben mio’, como ya ocurriera en su actuación en el 2009. Lo de Kristin Lewis (Leonora) fue bastante más problemático. Más histriónica, con una vocalidad gritona y con serios problemas al bajar a los graves, no encontró el tono de depurada belleza canora que exige el personaje que enfrenta, en la guerra y en el amor, al trovador Manrico con el Conde de Luna.

Rucinski se llevó las mayores ovaciones componiendo un aristócrata de gran hondura dramática y vocal. Su actuación fue tan buena que mejoró las prestaciones del conjunto cuando intervino en los concertantes. Estupenda también Cornetti, llena de convicción y entrega, recreando a la gitana que mueve los hilos de la dramática trama. La coral brilló con el coro de los gitanos y ‘Vedi! Le fosche notturne spoglio’ y en sus movimientos escénicos. Carlo Colombara fue un discreto Ferrando y la orquesta, dirigida por Daniele Callegari, intentó acoplarse a la diversidad interpretativa de los cantantes con desigual fortuna.