Crítica de '127 horas'

El hombre, la soledad y la grieta

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QUIM CASAS

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En la tradición de otros cineastas británicos contemporáneos, tipo Michael Winterbottom, que han hecho de la diversidad genérica y estilística su propio estilo, indefinido, cierto, pero estilo al fin y al cabo, Danny Boyle relata ahora la historia real de un alpinista estadounidense que tuvo que tomar una drástica decisión después de estar varios días inmovilizado en la montaña a consecuencia de un accidente. Recordemos que, por ejemplo, Boyle había rodado anteriormente un filme de zombis como 28 días después y un drama ambientado en Bombay como el oscarizado Slumdog milionaire, por no hablar de Trainspotting.

Nada une estos filmes entre sí. En este caso, Boyle opta por la soledad y el espacio claustrofóbico --un hombre solo y accidentado en una montaña pero se la juega menos que Rodrigo Cortés en Buried (Enterrado), un filme también con un solo personaje y un decorado inalterable y reducido, el ataúd. Boyle, menos arriesgado, busca espacios libres, distensiones y fugas recurriendo a los flashbacks y ensoñaciones del protagonista, por lo que la cámara, que se mueve ahora con calma, ahora con demasiado efectismo, no está siempre ceñida a él y su desgracia, atrapado en una grieta con una gran piedra sobre su brazo derecho. El trabajo del actor James Franco es más encomiable que el de Boyle, artificial cuando necesitaba contención.

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