Gente corriente

Pep Segalés: «Me quedé en México porque allí me sentía útil»

«Me quedé en México porque allí me sentía útil»_MEDIA_1

«Me quedé en México porque allí me sentía útil»_MEDIA_1

MAURICIO BERNAL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Pep Segalés nació en Granollers hace 69 años y hace 41 se marchó a México. «Me fui para escapar del servicio militar, primera razón, pero también para tomar distancia de mi vida. Había sido seminarista escolapio y me había salido del seminario porque no lo veía claro». Una época de dudas, pues. Se marchó para volver, y como casi todos los que se marchan con esa idea, nunca regresó.

Una mirada a México a través de la fascinante trayectoria de este sacerdote escolapio.

-¿Por qué? ¿Por qué se quedó? Porque me sentía útil. Tuve la suerte de llegar allí justo cuando un proyecto de ayuda a los niños de la calle se quedaba sin cabeza. Los Hogares Providencia. Estuve en esa obra, en Puebla, unos ocho años, y después me fui a la Sierra Gorda de Querétaro.

-¿Y qué hizo allí? Aquel era un lugar sumamente pobre y había una misión escolapia allá. Aquello era el México profundo, era el final de una época, los hombres iban empistolados, no había policía, las mujeres iban con el agua en la cabeza que habían sacado de los arroyos.

-¿Y qué hacía allí? Era una obra de apoyo a los campesinos. Como eran tan pobres casi todos los hombres se iban a EEUU. Tratábamos de intentar que no se fueran. Yo varias veces fui a verlos allí.

-¿A EEUU? Sí: a Filadelfia, a Alabama, a Miami, a Tejas. Les llevaba cartas de sus familias y volvía con noticias de cómo estaban. Para ellos que el cura fuera a verlos era lo máximo.

-¿El cura? Ah, sí. Estando en Puebla volví a la vida religiosa. Me hice sacerdote. Oiga, eran muy trabajadores esos queretanos. Esa imagen del mexicano con el sombrero no es lo que yo vi.

-¿Cuánto tiempo pasó en Querétaro? Doce años, y de allí me fui a Mexicali, en la frontera, a trabajar en el mundo de los adictos y de los presos. Llevo 17 años allí.

-Cuénteme. Imagínese: allí los centros de rehabilitación son como campos de concentración. Y funciona así: adictos más o menos recuperados reciben a adictos que no lo están.

-¿Pero están ahí a la fuerza? Existe una figura, los cazafantasmas. Son gente que va a la casa del adicto y se lo llevan por la fuerza, porque antes la madre, que no sabe ya qué hacer con él, les ha pagado para que lo hagan. Eran ilegales, pero el Gobierno los ha ido legalizando, exigiéndoles que cumplan ciertos requisitos.

-¿Y usted qué hacía? Yo hacía como de psicólogo, asesor espiritual, de enlace entre ellos y sus familias.

-¿Muchos adictos, en Mexicali? Hay una proporción altísima, es una de las ciudades con los índices de adicción más altos. El caso es que después de años de trabajar allí y en las cárceles, opté por dedicarle más tiempo a lo preventivo.

-Las escuelas, ¿no? Sí, las escuelas de tareas. Son casas que alquilamos o que nos dejan en los barrios y allí van los niños a hacer las tareas, a jugar… Los que hacen de maestros son sus hermanos mayores, de 12, 14 años, y sus mamás.

-Y salen todos beneficiados. Imagínese. A ellas les sube la autoestima, que la suelen tener bajísima, y los chicos se sienten útiles, crean lazos. No ven tanta televisión, no están en la calle… Si le soy sincero, es un poco en la línea de un esplai.

-¿Lo empezó usted? A mí me tocó iniciarlo, sí, romperme la madre, fracasar, fracasar y fracasar hasta que fue cogiendo forma. Pero ahora ya es un proyecto más o menos consolidado. Hay 23 escuelitas. Unos 250 niños.

-Cuando viene aquí, ¿no le entran ganas de volver? No. No sabría qué hacer aquí.