EXPERIENCIAS DE PROFUNDA TRISTEZA

El hundimiento

Rosalía toma antidepresivos desde hace 25 años, cada vez con menos beneficio Las recaídas agotan las opciones de tratamiento

Antidepresivos 8Tetueros nit iril iure venisis modolesed min exer iure conse minci

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ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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Rosalía, de 64 años, eficaz vendedora de una inmobiliaria desde hace casi 30 años, sufre depresión intensa y continua -«depresión pura», la describe su psiquiatra- desde que superó la veintena. Siempre ha combinado -sin que sus familiares lo supieran- el hiperactivo empuje de quien pretende vender pisos con la sensación de vacío y sinsentido que conduce al hundimiento de la depresión. Conoce y explica a la perfección el encadenado de detalles que inician sus crisis.

«He sido una persona avispada, intuitiva, lista. Me abrí camino, aunque tuve pocos estudios. He querido vivir sola pero sin estar sola. No he dejado que nadie me ayudara, pero necesito que estén a mi alrededor. Donde estoy mejor es en mi casa, aunque he de salir a estar con gente porque si no me hundo». Nunca se ha desprendido de esas dos visiones aparentemente distantes, ni tampoco ha dejado de tomar antidepresivos. Siempre Prozac, llamado Fluoxetina desde que se ofrece como genérico. «Fui de las primeras personas que probarom el Prozac en España -relata Rosalía-. Al principio, fue estupendo. No me sentía la misma persona». Mantuvo 25 años el mismo fármaco, hasta que dejó de hacerle efecto. Hace una semana que ha iniciado otra pauta terapéutica. Toma un antidepresivo distinto, con el que intenta superar la cuarta crisis de tristeza profunda de su vida. El último episodio depresivo ha sido el peor, opina. «Cuando toco fondo, las pastillas no me hacen nada -prosigue-. No quiero ver a nadie. La gente me causa ansiedad, dejo de arreglarme, nada me interesa. Cualquier mala noticia rompe mi estabilidad». La muerte de sus dos gatos gemelos desencadenó el último episodio.

La depresión se instala en las personas en lentos capítulos que van estrechando su perspectiva. El miedo a realizar actividades a las que antes no se daba importancia -conducir, volar, hablar con desconocidos- se va acumulando, acotando las opciones que podrían proporcionar satisfacción. Con los años, un contratiempo más o menos importante puede iniciar el episodio depresivo más profundo. El 50% de quienes sufren una primera crisis depresiva experimentarán una segunda, explica el doctor Víctor Pérez-Solá, responsable de Psiquiatría en el Hospital del Mar, de Barcelona. «El 90% de quienes sufren un segundo episodio padecerán un tercero y, en esos casos, se les recomienda mantener los antidepresivos de por vida», indica. La mayoría de estos pacientes, Rosalía es un ejemplo, logran paréntesis de estabilidad, en los que si respetan sus estrictas reglas de vida cotidiana -con sus miedos- y toman los fármacos pueden actuar con aceptable independencia. Algunos, no obstante, nunca vuelven a encontrar la calma. «En estos casoses necesario aplicarles sesiones de electrochoque», afirma el psiquiatra. «En todos los grandes hospitales de Catalunya, el Clínic, Sant Pau, el Mar, Bellvitge... existe un grupo de enfermos con depresión grave, unas 20 personas en cada centro, a los que se aplica una sesión de electrochoque cada 15 días, o una vez al mes», asegura.

Es una terapia «eficaz y segura», con serios efectos secundarios, advierte Pérez-Solá. «El electrochoque crea lagunas en la memoria de los días próximos a la sesión, y reduce la capacidad cognitiva», describe. «Si se recibe esta terapia con frecuencia, las consecuencias son importantes, pero se trata de salvar la vida a personas que, de otra forma, caen en ideas de suicidio o inician una catatonia» (inmovilidad, estupor y aislamiento mental de difícil resolución).

La terapia que sigue la mayoría son los fármacos antidepresivos que se comercializaron en los años 90, y psicoterapia cognitivo-conductual. Esta última es más costosa pero tan o más eficaz que los fármacos, asegura Pérez-Solá.