Análisis

La crisis evidencia las lacras del sistema

ANTONIO SITGES-SERRA

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Que la crisis actual acabaría afectando a la sanidad estaba cantado. Hace ya mucho tiempo que nuestro sistema sanitario venía caminando sobre una maroma y el déficit público galopante va a ser la guinda que adorne su desmoronamiento. Y no solo el suyo, también el de muchas empresas proveedoras cuya viabilidad se ve amenazada por la demora insostenible de los cobros. No sabemos si el tambaleo de la sanidad está o no protegido por una red benefactora. En cualquier caso, hay que tejerla, y hay que tejerla ya.

Podría reclamar en este comentario un aumento de recursos, exigiendo un «giro social» a los gobiernos y esperando que el viento amaine. Pero no, a la crisis hay que sacarle todo el jugo y somos muchos los profesionales sanitarios que creemos que pondrá en evidencia las tres lacras de nuestro sistema, que poco tienen que ver con la falta de financiación: la ineficiencia, la mediocracia y el clientelismo.

Sanidad politizada

De hecho, ha sido la bonanza económica de los primeros años de este siglo la que ha permitido que el sistema funcionase a pesar de estos defectos estructurales. La crisis ha puesto en evidencia que la sanidad lleva demasiado tiempo en manos de los partidos políticos y que su utilización electoral ha eliminado la racionalidad de la gestión. Se multiplican los hospitales mal dotados y va a haber que cerrarlos parcial o totalmente. Las jerarquías se han establecido basándose en la confianza y se hace imprescindible recuperar la capacidad técnica de los gestores y los concursos de méritos justos. Se impone reorganizar el sistema dando apoyo a las unidades de excelencia y a la asistencia primaria y perfilando los hospitales de acuerdo con el conocimiento de sus mejores especialistas.

Los recursos que aun y así pudieran ser necesarios no debieran proceder de una nueva subida de impuestos, sino de la corresponsabilización de los usuarios y de un apoyo resuelto a las mutuas aseguradoras. Países tan poco sospechosos de «giro antisocial» como Suecia o Finlandia introdujeron hace ya años fórmulas interesantes de copago que moderan la demanda. Su sistema sanitario no solo es viable, sino que además sustenta una actividad docente e investigadora envidiable. Finalmente, sea quien sea quien gobierne la sanidad en el futuro, habrá de recabar la ayuda del sector privado para aliviar el gasto y reducir las listas de espera. España es una de las primeras economías del mundo y no tiene sentido que los ciudadanos dispongan de una única opción sanitaria. Máxime cuando sabemos que la competencia y el reparto del mercado estimulan la racionalidad y la eficiencia de los servicios públicos. Y esto no significa privatizar la medicina. Significa distanciarla de los vaivenes políticos; significa devolver el respeto a los profesionales sanitarios; significa desparasitarla de las burocracias político-sanitarias; significa, en fin, dignificar el trato al ciudadano enfermo.