análisis

Un final bastante mejor de lo previsto

JUAN MANUEL PERDIGÓ

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La Política, así con mayúscula, debería tener mucho de acción de los poderes públicos para resolver los problemas de la gente y una cierta dosis, cuanto más moderada mejor, de liturgia. Desbordados como estamos todos por la crisis, con las ideas por los suelos, a rebufo del inexorable dictado de los mercados, a los políticos apenas les queda margen para la acción y para escenificar una pizca de liturgia con cierta apariencia de solemnidad.

El estropicio generado por el Constitucional con la sentencia del Estatut ha dejado a los partidos catalanes en esa incómoda situación, faltos de ideas, como toca en estos tiempos, y con escaso margen para la solemnidad litúrgica que se supone exigía estar a la altura de la manifestación pretendidamente unitaria del pasado sábado. Porque a los cientos de miles de personas que desfilaron por el paseo de Gràcia y aledaños les unía una sola cosa, el rechazo al portazo de los magistrados del Constitucional, en el fondo y en la forma, a un texto que ni mucho menos todos los que se echaron a la calle compartían. Más allá de esa santa indignación, cada cual sacó a pasear sus legítimas aspiraciones, por mucho que el independentismo, más vociferante y motivado, hiciera triunfar sus consignas y banderas.

Surfear sobre la ola soberanista en Catalunya sin romper la frágil vajilla que el PSC comparte con el PSOE en las Españas está siendo todo un reto paraMontilla,empeñado en que la historia lo tenga por digno heredero ¿más o menos breve¿ de sus santificados antecesores. Pues bien, cuando ya nadie daba un euro por una resolución unitaria de unos políticos casi tan desprestigiados como los magistrados del Constitucional,Montilla, Masy compañía, haciendo cada uno de su necesidad virtud, han sabido sacar un conejo de la chistera, que a nada compromete pero que a todos salva la cara, a tres meses de la cita electoral.

Seguro que muchos de los que salieron a la calle hace una semana considerarán que lo aprobado ayer en el Parlament no está a la altura de las circunstancias, pero sería bueno reflexionar que la Catalunya real, tomada en su conjunto, y no solo en la parte de la foto que cada uno prefiera ver, es mucho más compleja de lo que refleja una satisfecha mirada sobre el paseo de Gràcia.

Para quienes se empeñen en ver el vaso medio vacío o totalmente vacío, no estará de más recordar que la resolución de ayer, en la que se ratifica la adhesión al preámbulo del Estatut, fue votada por más diputados catalanes que cuando salió de las Cortes, en marzo del 2006, y que el próximo martes, cuando el Congreso vote las resoluciones del debate sobre el estado de la nación, 144 españoles no catalanes ni nacionalistas (sus señorías militantes del PSOE) harán oír su voz para constatar el «malestar» creado en Catalunya por la sentencia del Constitucional y demandar «una fuerte acción política para preservar el anhelo de autogobierno de los catalanes en el marco de una España plural».

Seguro que no son muchos, pero parecen casi una multitud si lo comparamos con el clamoroso silencio con el que esa España plural, que se supone que existe, ha asistido a los seis largos años de lapidación del Estatut a cuenta de la sempiterna España de la caverna.