NÓMADAS Y VIAJANTES
Servicios de (no) inteligencia
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Nos escandaliza más que un vándalo informático robe fotos íntimas de actrices y celebrities en iCloud, la nube de almacenamiento digital de Apple, que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EEUU nos escuche las llamadas, lea los correos electrónicos, sepa las webs que visitamos -incluidas esas-, tenga conocimiento de nuestros gustos, amigos y tendencias de consumo. Lo denunciaba hace poco Juan Cole, uno de los grandes expertos estadounidenses en Oriente Próximo. Añadía que tanto fisgoneo inútil de la NSA no ha servido para prevenir la irrupción del Estado Islámico ni para salvar la vida de los periodistas James Foley y Steven Sotloff.
¿Qué hacen estas agencias -¿de inteligencia?- con ese material, también robado? ¿Cuántos peligrosos delincuentes han detenido tras espiar las conversaciones de Angela Merkel? Las agencias que deberían detectar las amenazas, anticiparse a la creación de grupos yihadistas potencialmente peligrosos y anular cualquier amenaza contra la ciudadanía que les mantiene con sus impuestos parecen más interesadas en obtener información empresarial de los rivales europeos, japoneses, coreanos o chinos y pasársela a las empresas de EEUU. Deberían llamarlo barra libre.
Cuando dos líderes se reúnen no hablan de la paz mundial y de todas esas cosas que después nos cuentan sus propagandistas. El asunto serio son los negocios que afectan a sus empresas. Se quejan de las leyes proteccionistas y los más fuertes, es decir EEUU y alguno más, amenazan con represalias.
Vivimos en un mundo injusto basado en el negocio de unos pocos, un negocio que no tiene reglas éticas en el Tercer Mundo. No hay interés alguno por solucionar los problemas de fondo, sino de exprimir hasta el último céntimo. No exportamos la democracia, sino la corrupción. Irak es un caso significativo.
La destrucción del país ha estado unida al incremento de la cuenta de resultados de un sinfín de empresas, intermediarios, buscones y aventureros que han hecho fortuna con el dolor ajeno. No son solo Kellogg Brown & Root y su célebre matriz Halliburton, ambas relacionadas con Dick Cheney, ni los mercenarios de tiro fácil de Blackwater. Son la punta de un iceberg de saqueo.
Es necesario organizar elecciones para disimular y dar cobertura al asalto, pero no existe empeño político ni presupuestos para revertir la mala estrella de algunos países. No hay planes para la población liberada. Solo importa pescar todos los peces se acabe o no el caladero.
Un año perdido
Cuando surge el Estado Islámico (antes ISIS) no sabíamos quiénes eran ni cómo se pronunciaba el nombre de su líder. Ahora, Barack Obama se ha erigido en la autoridad universal competente para bombardearles en Siria. El agosto del 2013 optó por no atacar al régimen de Basar el Asad ni a las incipientes milicias de Al Qaeda. Fue un error. Se ha perdido un año y muchas vidas. Volvemos a la gran coalición, como en la guerra del golfo de 1991. Entonces más de un millón de soldados para vencer a un Ejército de desarrapados que la propaganda y la CNN habían transformado en el cuarto Ejército del mundo.
Obama reúne amigos árabes para la foto de la alianza. Nadie dice que en varias de esas sociedades están los financiadores del Estado Islámico. Otra vez un teatro como en la liberación de Afganistán, en la lucha contra los piratas somalís o en la primavera árabe de Egipto. Se vuelve a hablar de enviar armas al Ejército de Siria Libre. Llegan tres años tarde, cuando este grupo, más o menos moderado, se ha atomizado en varios y radicalizado.
La tragedia de Siria, además de los muertos, los tres millones de refugiados y los seis millones y medio de desplazados internos es la desesperanza. No sabemos qué hacer para solucionar un problema que no comprendemos. El Estado Islámico ha nacido delante de unas narices que consumen millones de dólares en espionaje sofisticado pero incapaces de oler.
Esta sociedad de pollos sin cabeza, de memoria de pez, ha archivado el escándalo de las escuchas ilegales de quienes están para defender la legalidad. El problema ya no es el ISIS ni los periodistas decapitados, ahora el problema es la intimidad de Jennifer Lawrence, Avril Lavigne y Kate Upton. Deberíamos defender también la de los ciudadanos comunes.
Esta semana, además de la Diada, se ha conmemorado el aniversario del golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende y los atentados del 11-S en EEUU. Hay un libro de Alessandro Baricco, Next (Anagrama), que reúne artículos publicados en prensa, en el que afirma que el 11-S demuestra que en un mundo regido por la ley de la selva, el más fuerte también es vulnerable. ¿Aprenderemos?
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