Rajoy tira de talonario electoral

ENRIC HERNÀNDEZ

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Si dejamos de lado el 'caso Bárcenas' la caja B del PP, los recortes sociales, el abuso de la mayoría absoluta, la recentralización del Estado, la aún insoportable tasa de desempleo, la precarización laboral, la fallida reforma del aborto y la mengua de derechos y libertades, lo que más ha desgastado al Gobierno de Mariano Rajoy es haber subido los impuestos al inicio de su mandato, poco después de haberse comprometido a bajarlos en la campaña electoral del 2011. Las clases medias que auparon al PP al poder no se lo han perdonado todavía.

Entra en la lógica electoralista que el presidente, a la vista de que la tan cacareada recuperación económica solo se refleja en los balances de la banca y las grandes empresas, no en las cuentas corrientes de los ciudadanos, adelante seis meses el segundo tramo de la rebaja del IRPF. A ver si un clavo quita otro clavo.

No se puede negar que el Ejecutivo dispone de margen presupuestario para bajar impuestos, en parte gracias a la mejora de la recaudación, en parte por un inicuo reparto de unos límites de déficit que privilegian al Estado en detrimento de autonomías y ayuntamientos. Seguro que inyectar 1.500 millones de euros en el bolsillo de los contribuyentes activa el consumo, espolea el crecimiento económico y reanima las alicaídas expectativas electorales del PP. Otra cuestión es que sea la decisión económica más acertada en las actuales circunstancias.

La deuda pública oficial del Reino de España se acerca al 100% del PIBsi bien el Banco de España constata que, sin maquillaje contable, supera el 144%: 1,5 billones de euros. Junto a ello, el incierto futuro de la zona euro, en vilo por el referéndum de Grecia, amenaza con diluir las optimistas previsiones macroeconómicas del Gobierno. Factores que aconsejarían un uso más prudente del talonario electoral.

Más conejos de la chistera

Al tiempo, hay que reconocerle a Rajoy el acierto de adelantar a octubre la aprobación del presupuesto, lo que dará estabilidad a España en un panorama poselectoral potenciamente convulso por la ausencia de mayorías absolutas. Veremos si en el trámite parlamentario surgen más conejos de la chistera.