Análisis

El 'pujolazo'

Los Pujol y sus adláteres pudieron salir ilesos del examen parlamentario, pero no del ciudadano

JOAN J. QUERALT

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El próximo sábado, 25 de julio, hará un año: Jordi Pujol Soley confesó ser un defraudador al no haber encontrado la oportunidad en 30 años de declarar su opaca fortuna. Oportunidades y buenas sí tuvieron algunos familiares y próximos al otrora padre de la patria. Pujol, que decía proteger a su familia, se inmoló con la esperanza de que su rédito, sobre todo moral, del que se pretendía referente, le absolviera. Puede ser humanamente comprensible. Política y jurídicamente, en absoluto. De ahí su caída irreversible.

Tal confesión, que cogió desprevenidos a propios y extraños, derivó en la Comisión de Investigación sobre el Fraude y la Evasión Fiscales y las Prácticas de Corrupción Política, donde quedó plasmado qué era Pujol y qué era su familia (y algunos y algunas de los/las satélites que orbitan en torno suyo).

Caudillo soberbio

Lo peor de su comparecencia fue su desprecio hacia el Parlament. Sus broncas a los parlamentarios le descalificaron como demócrata y le encumbraron como soberbio caudillo. ¿Qué decir de su familia? El hijo mayor, arrogante y retador, se autodescalificó. Su esposa, con alardes de catalanidad provocó más hilaridad que indignación y se descalificó a sí misma. En fin, Marta, la hija arquitecta, con desparpajo nervioso, alardeó de poder trabajar una docena de años sin contrato para diversas entidades municipales, justificándolo en que es lo más normal del mundo. Otros familiares, casi todos ellos también imputados, fueron más discretos, saliendo de cuadro. Algún que otro parlamentario cavó unos cuantos metros más su tumba.

Pocos albergaban dudas de lo que la comisión Pujol iba a dar de sí. Primero, porque los principales declarantes -imputados judiciales- podían callar y no estaban obligados a decir la verdad. Segundo, porque las comisiones parlamentarias de investigación-sometidas a las mayorías parlamentarias- tienen una relación ocasional con la verdad. En tercer lugar, porque los parlamentarios, que fueron desplantados una y otra vez, no supieron ni estar mayoritariamente -ya fuera por servilismos o componendas irresponsables- a la altura de las circunstancias. En cuarto lugar, porque en vez de buscar responsabilidades políticas, los interrogatorios eran, eso, interrogatorios, y no confrontaciones con los hechos.

Con todo, quedaron claras varias cosas. La primera, el modo providencialista de haber dirigido Catalunya en los primeros cinco lustros de su vida moderna. Providencialismo que, por tanto, justificaba la irresponsabilidad más absoluta y permite tachar cualquier cuestionamiento como ataque a la persona y a la Patria.Un mantra latente censuraba el cuestionamiento del primer padre conscripto, porque resultaba políticamente injusto apear al titán del pedestal a la vista de sus gestas en nuestro favor, a veces con perjuicio personal.

Los Pujol y sus adláteres, que, en no pocas ocasiones se presentaron como mártires, salieron, según algunos, ilesos del escrutinio parlamentario, pero no del ciudadano. Llegaron a presentar su enriquecimiento -del que se dudaba, aunque era evidente- como algo normal. Como normal es que alguien base su fortuna, en parte, en unos cuantos dineros (unas 140.000.000 de pesetas de las del año1980) sin declarar nunca: ni el origen, ni sus reinversiones, ni tampoco sus intereses. O que alguien encuentre como algo de lo más normal que la sombra del poder le proporcione beneficios sin fin, en la mayoría de casos, sin la menor estructura de carácter profesional y empresarial.

Dije en su día que este entramado es una clara muestra de la casta. La comisión lo ha ratificado.