Dos miradas

¡A la piscina!

EMMA RIVEROLA

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A la política española le ha dado un ataque de historicitis. Nada que no conozcamos los catalanes, que llevamos años atiborrándonos de historia, épica y… nadería. «La historia nos ha dado una segunda oportunidad», dice Íñigo Errejón. «Esto es un momento histórico que jamás hubiera imaginado», suelta Julio Anguita, el Resucitado. Albert Rivera quiere un Gobierno «sin hoces, martillo ni corrupción». A Pedro Sánchez le da por bucear en las aguas más muertas que vivas de la Transición: «Puedo prometer y prometo». En cuanto a Rajoy… ¿Rajoy? ¿Se despertó ya de la siesta?

Lo malo de este tipo de historia de usar y tirar es que tiene una especial predilección por la futilidad. Una suma de insignificancias que genera toneladas de palabrería. Los titulares se pueblan de dimes y diretes, de elucubraciones sobre posibles pactos, de encuestas que solo sirven a los jefes de campaña, de futuribles que no serán pero que originan interminables debates sobre por qué no ocurrieron, y nuevas dosis de conjeturas. Mientras los políticos y los medios se sumergen en su piscina privada, los rostros que observan los chapoteos desde el borde se sienten cada vez más fuera de la fiesta. Algunos levantan la mano, echan unas voces, pero nada, apenas atraen unas miraditas y, si hay suerte, unas palabras de consuelo. Porque, claro, ¿a quién le interesan el paro, los contratos de mierda y la sanidad que se tambalea, justo cuando estamos a punto de hacer historia?