'Res publica' y territorio

Paisaje republicano

La dispersión de improcedencias que salpica la matriz territorial catalana ha de ser rervertida

PAISAJE REPUBLICANO

PAISAJE REPUBLICANO / periodico

RAMON FOLCH

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"Hemos recuperado la democracia, pero estamos perdiendo la república", decía un amigo tres el fin de la dictadura militar argentina. Votaban de nuevo, pero la 'res publica', la cosa pública, perdía peso. Francia, en cambio, tuvo dos emperadores y tres reyes absolutistas en el siglo XIX, pero conservó el sentido republicano del espacio colectivo: la escuela, los ayuntamientos, las carreteras, etcétera. Todas las iglesias francesas mínimamente notables son hoy visitables, justamente debido a la laicidad republicana del Estado: son monumentos públicos. En la católica España están casi todas cerradas porque pertenecen a una Iglesia exhausta que aún saca pecho pero no tiene adeptos suficientes para ocuparse de su patrimonio arquitectónico. En España no hay república, ni apenas 'res publica'.

UN ALGORITMO SOCIOAMBIENTAL

Una muy significativa parte de la sociedad catalana desea que Catalunya se convierta en república para tener una 'res publica' como es debido. Quiere una fiscalidad republicana para mantener adecuadamente carreteras, ferrocarriles, hospitales, escuelas y equipamientos. Sería la ocasión de batirse por un territorio y un paisaje republicanos en el más recto sentido. Un paisaje que habría que empezar regenerando. El paisaje, que es el aspecto del territorio, constituye un algoritmo socioambiental. Resulta de la intersección en el espacio de una gran variedad de parámetros sociales, económicos y culturales. Por eso su deterioro expresa mala salud política y escasos valores republicanos. Y también por eso nuestro actual paisaje es tan ruinoso. Es una inmensa dispersión de improcedencias que salpican una valiosa matriz de fondo que habría que regenerar y convertir en un escenario ordenado y operativo en el que representar una ópera socioeconómica de calidad.

DAÑOS POR DOQUIER

La matriz paisajística catalana es frágil, como corresponde a un país globalmente subárido o casi. Las heridas en su vegetación cicatrizan a duras penas y los artefactos urbanísticos o arquitectónicos poco felices adquieren un protagonismo lacerante. En los trópicos o en la Europa húmeda, lo verde recubre; en la cuenca mediterránea, no. La falta de cultura republicana, el consumo especulativo del espacio, el mal gusto edilicio, la pobreza rural y la apuesta por la segunda residencia desocupada o por el turismo estacional lo han dañado todo, resulta innegable.

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Pero la situación es reversible, al menos en la mayoría de casos. Tomemos los humedales ampurdaneses, el monasterio de Poblet o Barcelona como ejemplo. Unas cuantas décadas atrás eran, respectivamente, un degradado nido de mosquitos, un ruina expoliada o una gris ciudad alicaida. Hoy han recuperado su anterior pujanza y hasta la han superado. Los humedales, que estuvieron a punto de ser deglutidos por una de tantas urbanizaciones, son un espléndido espacio de ocio, educación y preservación; Poblet vuelve a ser un monasterio vertebrador de un amplio entorno y un panteón real imprescindible en el imaginario catalán; y Barcelona es la gran capital donde media humanidad quisiera vivir (demasiado). Los tres casos se han beneficiado de loables iniciativas locales de espíritu republicano 'avant la lettre', encarnado en el entusiasmo ecologista, en la voluntad de rescate del patrimonio histórico y arquitectónico o en el empuje de regeneración municipal de los mejores momentos de la restauración democrática.

Han sido formidables logros fruto del esfuerzo y el empuje de unos pocos, excepciones a la regla. Pero la regeneración republicana podría comportar un alcance social y un cambio de escala enormes. Vivimos un momento de agitación de conciencias en cierto modo comparable al de los años de la Transición. Sentimos que termina una etapa y, sobre todo, que está en nuestra mano pilotar otra nueva, cuyo sentido nos corresponde descubrir y definir.

TAN POSIBLE COMO NECESARIO

La construcción del paisaje republicano: ¿qué mejor objetivo para una Catalunya republicana? Un nuevo paisaje material que traduzca espacialmente un nuevo paisaje moral. El paisaje socioambiental de una 'res publica' al servicio de los intereses colectivos, opuestos a tanta corrupción que nos asquea y avergüenza, aunque sea en carne ajena. El paisaje refleja los valores de un pueblo. No es una postal, sino un retrato. Si la población puede instalarse en él con orgullo y vivir con dignidad, la república cobra sentido. Por eso, ahora más que nunca y aquí más que en ninguna otra parte, la regeneración paisajística es una cuestión política. O quizá al revés. En todo caso, es una cuestión tan posible como, sobre todo, necesaria.