Tribuna

Mañana mismo

Firman también el artículo Elvira Duran, Anna Gabriel, August Gil Matamala, Elisenda Paluzie, Eduardo Reyes y Gabriela Serra

Movilización de la última Diada.

Movilización de la última Diada.

ORIOL JUNQUERAS / DAVID FERNÀNDEZ

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Nunca antes hemos estado tan obligados a salir adelante; a avanzar democráticamente sin desfallecer; a desatar los nudos que nos atrapan. Y como nunca antes viviremos, en los meses que vendrán, la reiteración oficial de todo lo contrario. Pero, digan lo que digan, el proceso político catalán -caracterizado por la movilización social, por una mayoría clara que aún debe serlo más y por una transversalidad singular- entrará pronto en fase resolutiva.

Entretanto, pretender regalar la demanda social mayoritaria a un solo criterio, intentar transferir el potencial democrático a una única opción o reducir el proceso a una sola persona es, hoy por hoy, no querer entender el proceso mismo y espolear una doble pinza que atemoriza y que mutuamente retroalimenta algunos discursos perversos: para unos, es la estrategia para mantenerse en el poder y no querer aceptar la pluralidad compleja -y los cambios de hegemonía- de nuestra sociedad. Para otros, es la excusa fácil -demasiado fácil, casi de manual- para simplificar y desdeñar las bases del cambio político y social que vivimos y para negar, una vez más, la posibilidad de que nuestro pueblo decida libremente como construir nuestro futuro compartido. En esta extraña pinza, algunos nos piden que renunciemos a la justicia social -ni más ni menos- en nombre de la libertad y otros nos invitan a renunciar a la libertad política de nuestro pueblo -ni más ni menos- en nombre de la justicia social. Sintomático ver a algunas izquierdas dando la espalda al derecho de autodeterminación que tanto han vindicado. Singular ver a algunas derechas menospreciando unas desigualdades sociales crecientes. Pero no: no hay que renunciar a nada. Ni queremos ni sabemos. No es tiempo de excusas sino de alternativas. Porque ser libres es lo que nos permitirá construir la justicia social que necesitamos. Y porque generar justicia social es lo que nos hará un país razonablemente libre de verdad. Claro: un país es su gente.

La polarizada tesis esgrimida, en todo caso, es falsa: ni nadie podrá ser de izquierdas en una autonomía intervenida ni un país puede ser libre si no lo es su gente. Y además, como demuestran las últimas elecciones municipales, el independentismo -ideológicamente plural- gira a la izquierda. Como estrategia de poder y en un bucle prefabricado, ahora se pretende volver a viejos esquemas superados, a discursos caducos e insostenibles y, afortunadamente, ficticios y ficcionados: aquel infortunio terriblemente falso que pretende inducir que el catalanismo siempre sería de derechas y que el españolismo es intrínsecamente de izquierdas. Que le pregunten a Fainé o a Oliu.

Paradójicamente también, nuevos espacios políticos que pretenden la razonable y necesaria ruptura democrática con el llamado régimen de 1978 la niegan precisamente allí donde más sólida, fuerte y enraizada está. Como punto de no retorno, la sociedad catalana hace años que ha deslegitimado y desautorizado la naturaleza autoritaria del Estado español. Solo hay que ver que el bipartidismo estatal se halla en Catalunya en mínimos históricos, y que el PP y C's son la sexta y séptima fuerza municipal en nuestro país. Si en algún rincón el régimen ha hecho aguas es en Catalunya. Gracias a la fuerza y determinación de la gente.

Insistiremos una y mil veces. El proceso político catalán es, en sí mismo, un proceso democrático, democratizante y democratizador, de raíz constituyente y nacido fundamentalmente de las más amplias y transversales movilizaciones de nuestro pueblo desde el final de la dictadura franquista. La independencia, que ha ocupado el relato central, es la verdadera piedra maestra para poder decidir libre y soberanamente nuestro futuro y mejorar las condiciones de vida y trabajo de la mayoría social. Sin soberanía, ni de izquierdas ni de derechas: simplemente intervenidos, supeditados, subordinados. Necesitamos soberanía -es decir, nos urge la democracia- para poder salir de la peor crisis social desde el final de la dictadura, que deja el auge de las desigualdades, el paro cronificado, la pobreza impresionante y los desahucios en alarmantes récords históricos. En medio, grotescamente, de la implosión de la corrupción vinculada a la financiación ilegal de los partidos políticos, a la burbuja financiera y especulativa sufrida, al fraude fiscal o a la economía delictiva global de casino.

Reconstruir es y debe ser el verbo del futuro. Reconstruir el país de la sacudida de la crisis, rehacernos social y democráticamente y avanzar hacia modelos políticos y socioeconómicos avanzados. Una lucha completa que nos reclama e interpela más que nunca: la recuperación de la plena soberanía política frente a un Estado demofóbico -que no solo prohíbe las urnas, sino que nos impide parar el fracking, combatir la pobreza energética o fijar impuestos a los depósitos bancarios-, de la soberanía económica frente a unos mercados globales voraces y de la soberanía popular frente a unas élites que han dejado el país tal como lo tenemos. Soberanía, pues, política, económica y popular. Soberanías al servicio de la mayoría para poder decidirlo todo y reconstruirlo todo.

Hace mucho tiempo que en las escuadras de los tiempos esperanzadores que vivimos, los firmantes compartimos una larga reflexión común y una triple y arraigada convicción, que prácticamente se convierte en programa político de futuro: independencia, pobreza cero, corrupción cero. Desde las hondas convicciones republicanas, una respuesta para superar las tres crisis que vivimos -nacional, socioeconómica, política- con más democracia y desde una nueva ética política basada en la decencia común.

El doble carácter plebiscitario y constituyente de las próximas elecciones del 27 de septiembre es innegable y nace directamente de una prohibición corta, ciertamente, pero también de una larga esperanza. La prohibición es bien conocida: la negativa permanente del Estado español a habilitar marcos democráticos resolutivos y reconocer el derecho de autodeterminación de nuestro pueblo. La esperanza, también: miles y miles de personas activadas -millones, podemos decir-, llenando calles y empujando, convencidas de que no hay más lucha por el futuro que el presente. Desde la consciencia colectiva de que solo con más democracia -con el instrumento democrático que es la independencia- haremos más democracia.

A menudo, en medio de todo camino lleno de tensiones y contradicciones, en la ingente tarea siempre inacabada de construir un país libre y justo, perdemos perspectiva. Pero desde un enfoque catalán de dimensión sur-europea hay que asomar la cabeza y esbozar una tímida sonrisa: somos lo que vamos siendo. Somos un proceso hecho entre todas y todos, desde nuestra pluralidad compleja, y así queremos que continúe siendo. Somos una abrumadora mayoría que hoy se implica y se compromete con la apertura de un proceso constituyente catalán que deberá poner las bases de una sociedad catalana más libre, más justa, ecológicamente sostenible y éticamente comprometida con los retos de un siglo XXI global. Un país independiente -un país diferente- que sea también cobijo y refugio democrático en un mundo global incierto e inquietante. El país solidario que siempre se ha construido desde el esfuerzo compartido, la esperanza común y el alma cooperativa.

Independencia, lo hemos dicho siempre, como punto de partida, no de llegada. Lo que estamos haciendo no es fácil y queda aún muchísimo trabajo por hacer. Pero el 27-S, efectivamente, nos la jugamos. No elegimos solo futuro, sino la posibilidad de tenerlo y construirlo. El 27-S tenemos la llave para abrir todas las cerraduras: avanzar hacia la plena libertad política y abrir las puertas al mayor cambio democrático y social, aquel que reclama una realidad injusta y desigual que nos golpea e interpela cada día. Sentando las bases de la futura república catalana y devolviendo la capacidad de decir y decidir a toda la ciudadanía. Porque el país somos todos y todas y aquí no sobra nada ni nadie.

El cambio, pues, solo es posible con mayorías democráticas, como tan recientemente nos han demostrado el País Valencià y las Illes Balears. El cambio depende ahora de nosotros. Y está hoy, como nunca ante, en nuestras manos. Solo eso ya es una primera victoria capital: que ya hace tiempo hemos decidido decidir. Ahora solo hay que escoger -una vez más- libertad, democracia y justicia. Materializar en cambio político el cambio social que ya somos. Habilitar lo que reclama la mayoría de nuestro pueblo para el futuro que vendrá mañana mismo.

Hagámoslo, pues, y hagámoslo ahora y bien. Por los que nos precedieron en la lucha, en condiciones mucho peores. Por los que vendrán, en condiciones mucho mejores. Por eso vale tanto la pena.

Firman también el artículo Elvira Duran, Anna Gabriel, August Gil Matamala, Elisenda Paluzie, Eduardo Reyes y Gabriela Serra