Los 'romeus' íbamos al Romea

Si no me equivoco, este año hará 150 que abrió sus puertas el Teatre Romea de Barcelona. Para quienes nos hicimos mayores durante el franquismo, aquel teatro de la calle del Hospital, cerca de la Rambla, fue un punto de referencia.

Reconozco que ignoro la historia antigua del teatro, pero recuerdo muy bien que, años después de terminada la guerra, fue posible presentar en ese escenario teatro en catalán. Pronto se convirtió en la plataforma habitual del teatro de Josep Maria de Sagarra, que iba estrenando allí sus obras con una continuidad muy eficaz. La gente se acostumbró a ir al Romea, donde el catalán se hablaba en voz alta. Era una especie de oasis ciudadano de la lengua.

Además del Sagarra habitual, fue el escenario donde actuaron compañías extranjeras de gran prestigio, como el Piccolo Teatro de Milán y el Living Theatre de Nueva York, actuó la prestigiosa compañía de Adrià Gual, dirigida por Ricard Salvat, y se representaron obras de Brecht, Espriu y Rusiñol.

Hago un punto y aparte para no parecer pretencioso cuando digo que una pieza que yo había escrito se representó dentro del ciclo Dilluns del Romea. Durante los años 1950-1960 fue una base de lanzamiento, desde el teatro más exigente a las actuaciones de Joan Capri.

Fue en este teatro donde se hizo una parada de homenaje a Sagarra cuando los entierros cruzaban la ciudad, y aún veo esa muchedumbre de ciudadanos que parecía una manifestación, y probablemente lo era. Durante bastantes años, ir al Romea era casi lo mismo que ir al teatro. Más exactamente, ir a escuchar el catalán dicho en voz alta.

El Romea continúa abierto, cuando tantas puertas se han cerrado. Desde 1863, ¿cuántas miles de veces se habrá alzado y bajado el telón? Julián Romea era un actor español. Imagino que en catalán es Romeu, que equivale a peregrino. Realmente, el Romea de la posguerra fue un lugar de peregrinación.