ARTÍCULOS DE OCASIÓN

La última preocupación de un amigo

Trueba

Trueba / periodico

DAVID TRUEBA

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Visité a un amigo del alma que se estaba muriendo. Fue una persona rabiosa de vida, tanto, que enterrarlo era un acto contradictorio. No se puede imaginar muerto a quien siempre fue vivo, alegre, insumiso. Así que prefiero imaginármelo cargado de la misma energía de siempre. Pero en esa última visita me hizo pensar sobre dos cosas distintas. La primera, de nuevo, la eutanasia. Días antes había intentado tirarse por la ventana y le había impedido hacerlo una pareja que se había instalado en su casa para cuidarlo. Cuando le pregunté por qué había intentado una cosa así, me dijo que había sido un rapto de desesperación ante la degradación física en que se encontraba, le resultaba inaguantable. Hablamos sobre la posibilidad de consultar a los médicos, interrogarles por el modo de acabar con ese estado de cosas. Aunque soy un firme partidario de la eutanasia, pese a la hipocresía social que la rodea, empleé el resto de la tarde en convencerle de que valía la pena luchar, esperar, seguir el tratamiento médico, tener confianza. Supongo que aún soy más partidario de la vida que de cualquier otra alternativa, pero me ofende que siga siendo la imposición social la que manda sobre el derecho de las personas.

Pero lo que me conmovió fue la insistencia de mi amigo en hacerme ver que él tenía mucha suerte. "Yo al menos puedo pagar a estar pareja que pasa las 24 horas conmigo", me dijo. Una pareja de ecuatorianos que se habían instalado en la casa y le solventaba todas las necesidades vitales. "¿Qué hace la gente que no puede pagarse esto?", me preguntaba constantemente mi amigo. Yo trataba de responderle con vaguedades, porque no quería confesarle la verdad. En este momento, en España, miles de personas a las que se ha concedido el estatus de dependientes están muriendo antes de que les alcance el primer euro de ayuda estatal. Es una afrenta increíble que viene sucediendo año tras año ante la indiferencia general y las mentiras cuantitativas de los poderes políticos. Más allá incluso de la dependencia está la degradación física de muchos ancianos, que ha de afrontarse desde muy distintos niveles de economía familiar. He ahí uno de los ejemplos más sangrantes de la desigualdad, que no hace sino aumentar en un país como España. La desigualdad ante la vejez y la enfermedad.

Mi amigo, que era una persona no ya decente, sino generosa y vitalista, no podía evitar dedicar un pensamiento, pese a su enfermedad terminal, a los que estuvieran en su misma situación pero con más limitados recursos económicos. Ese rasgo de empatía me emocionó y me hizo pensar que no todo está perdido para esta sociedad. Lo colectivo tiene que presidir nuestras preocupaciones. "¿Qué hace la gente que no tiene dinero? ¿Cómo viven en mi situación?". Estas preguntas de mi amigo han seguido rondando en mi cabeza después de su muerte. Me encanta que su última preocupación tuviera ese cariz. No sé si hay demasiadas personas que gocen de salud pero estén preguntándose ahora mismo por conflictos así. A la hora de votar, por ejemplo, estas consideraciones habrían de ser primordiales, y me temo que no lo son. La última preocupación de mi amigo tenía un destinatario: las víctimas de una sociedad desigual, las que llegan a la tragedia que precede a la muerte sin amparo ni recursos.