Al contrataque

La memoria de los nietos

JOAN BARRIL

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Es curioso que sea en estas fechas antes de la independencia cuando recibo un libro magnífico que me recuerda la dependencia implacable de la historia de los débiles ante los fuertes. Hace años que Vicenç Villatoro me hablaba de este libro que acaba de publicar. Su título -Un home que se'n va- es una narración de este rincón de Europa que ha sido España durante el siglo XX y por muchos años más. Se trata de la vida de tres Villatoros, dos Vicentes y el autor Vicenç, que nacieron y casi murieron en el pueblo cordobés de Castro del Río. Es el mejor Villatoro, el que no rinde sus letras a la quimera sino al recuerdo de la barbarie cercana. Lo grave es que no es una novela, sino un lamento interior que explica el camino que nos ha llevado a esa España extraña donde la muerte de  cuerpos y almas está siempre presente para no olvidar nunca quién es el que manda.

Los hijos del siglo hicieron un examen de conciencia de su juventud. Los hijos de Europa fueron los gusanos que intentaron explicar los holocaustos. Pero a España le convenía esa narración de los nietos, tal vez porque la distancia es la que nos ayuda a comprendernos. Villatoro, el joven que ya no lo es tanto, ha visto en la tragedia de su abuelo y el optimismo de su padre las claves sobre los confusos sentimientos de la violencia de las armas y de los papeles. Y, en el fondo, la epopeya de la emigración y de la fortuna de reincidir en la inauguración de nuevas vidas.

Villatoro no nos habla de una España que ya no se repetirá. Leyendo estos días las palabras de un país centrípeto, nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar. Los nietos saben cómo se las gastan quienes llevaron al paredón a sus abuelos.

Admiración y emoción

Un home que se'n va homenajea a aquellos que, más que un país nuevo, lograron la forja de ese material gaseoso llamado libertad. Villatoro el joven encabeza sus 662 páginas con una cita del estudioso del holocausto Daniel Mendelsohn: «Hace tiempo, cuando yo tenía seis o siete años, a veces entraba en una habitación y algunas personas rompían a llorar». Eso es lo que me ha sucedido esta noche larga de lectura. Últimamente cuando me siento inmerso en la narración de una familia desconocida experimento una profunda admiración y una legítima emoción por eso que los otros tienen. Villatoro me dijo un día que las patrias no se eligen sino que ellas te eligen. Yo en eso soy mucho más escéptico, pero me ha gustado aprender las causas por las que el Villatoro catalán ha acabado siendo el escritor del abuelo y del padre.

La honestidad y el rigor intelectual de los nietos nos permite seguir la senda de esa humanidad que tuvo que decidir un día que se iba para, en lo posible, volver a empezar. En estas horas antes de la secesión, es bueno que un catalán recuerde no tanto hacia dónde debemos ir sino hacia dónde no hemos de regresar jamás.