Los jueves, economía

Es hora de cambiar

El Gobierno debería saber ya dónde se pueden cortar gastos y dejar de hacerlo de forma indiscriminada

ANTONIO ARGANDOÑA

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Sí, es la hora del cambio, de las reformas. El lector me dirá, probablemente, que no, que es la hora de salir de la crisis. Es verdad, pero no podemos salir de la crisis si no hay cambios, y cambios importantes, en la economía española. «Más de lo mismo» no sirve. «Que nos saque la señoraMerkel» tampoco funciona. Nos hemos de sacar nosotros, todos juntos. Y es hora de cambiar también porque no podemos repetir los errores del pasado: el nuevo modelo de crecimiento ha de ser eficiente, sostenido y justo. Y esto exige reformas de gran calado.

De gran calado quiere decir que no valen pequeños ajustes: alargar un par de años la edad de jubilación o bajar un par de puntos las cotizaciones sociales a cambio de un par de puntos de IVA. Empezando por los recortes: entiendo que, con la prisa por demostrar que podíamos reducir nuestro déficit, se recurriese a recortar los gastos de manera indiscriminada; pero ahora ya no debería ser así. El Gobierno debería saber, a estas alturas, dónde hay grasa que se puede quitar y dónde hay carne que se debe conservar.

Pero, ¿cómo hay que proceder para llevar a cabo esas reformas? Lo primero debe ser un diagnóstico. Luego, unos objetivos de acuerdo con criterios de urgencia y de importancia: por ejemplo, atender primero a las necesidades básicas de todos los ciudadanos, volver a crear empleo e impulsar a las empresas en la exportación, las inversiones y los nuevos negocios, que son los que nos darán músculo económico. Si no tenemos claro qué es lo que queremos conseguir iremos dando palos de ciego.

A partir de ahí, cada bloque de medidas ha de tener unos principios bien definidos, que son los que guiarán a los que van a elaborarlas y aplicarlas. Por ejemplo, necesitaremos una reforma fiscal porque hemos ido subiendo los impuestos sin orden, preocupados solo por recaudar más. Habrá que determinar qué cambios hay que introducir en los impuestos, y esto hay que hacerlo con prudencia, de acuerdo con los principios de la buena gestión fiscal: suficiencia (los ingresos deben ser capaces de cubrir todos los gastos necesarios), equidad (horizontal y vertical: que los ricos paguen más y los pobres menos, y que los que tienen rentas parecidas paguen aproximadamente lo mismo), neutralidad (que no perjudiquen las decisiones económicas importantes: a trabajar, a invertir, a ahorrar), claridad, sencillez.

¿Cuáles son las áreas de reforma? Muchas, desde luego. Primero, para el conjunto de los ciudadanos, familias, consumidores y trabajadores, hay que redefinir un marco político, legal e institucional estable, sostenible y justo. Por ejemplo, las familias deben tener un entorno estable y justo en sus decisiones sobre la riqueza (ahí entrarían, por ejemplo, los desahucios y la seguridad de los ahorros), la renta (igualdad de oportunidades), el consumo (económica y ambientalmente sostenible) y el Estado del bienestar (pensiones, dependencia, sanidad, vivienda).

También el mercado debe ser estable y sostenible: un terreno de juego nivelado (supresión de monopolios y libertad de entrada en actividades productivas), libre iniciativa, regulaciones limitadas, justificadas y estables; eficiencia (combatiendo políticas discriminatorias o bloqueos por grupos de interés) y un marco macroeconómico estable (a cargo, principalmente, del BCE, pero también de las cuentas públicas: déficit, deuda y estabilidad de las instituciones financieras).

De ese conjunto de reformas, las empresas pueden obtener tres grandes resultados. En primer lugar, facilidades e incentivos para emprender e innovar, incluyendo la libre entrada, la libertad de iniciativa, la seguridad jurídica y, muy importante, un tratamiento de los fracasos (ley concursal) que permita volver a empezar con los mínimos costes. En segundo lugar, el acceso a los recursos financieros, al capital humano (la reforma laboral), a los recursos para investigación y desarrollo.

Y, finalmente, una reducción de los costes laborales (cotizaciones sociales, por ejemplo, sin poner en peligro el sostenimiento del Estado del bienestar), energéticos (un punto débil en nuestra estructura productiva), de transacción (los costes que las administraciones públicas cargan sobre las empresas, por ejemplo, o los de la justicia) y otros muchos.

Hay mucho que hacer. Con orden, sentando las bases de un gran diálogo nacional, podemos cambiar nuestra estructura productiva y acelerar la recuperación, minimizando los costes de ajuste (que, a pesar de todo, serán altos) y repartiéndolos con equidad. Eso sí, necesitamos superar particularismos, actitudes partidistas y bloqueos, que perjudicarían la salida de la crisis.