Dos miradas

Grecia

Casi cuatro millones de griegos son pobres. Tres millones no tienen derecho a la sanidad pública. No son datos, son rostros

EMMA RIVEROLA

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El domingo veremos el rostro de Grecia. Veremos si esa máscara antigua se arquea con la curva descendente del desánimo o si una sonrisa rebelde se atreve a romper el maleficio de los dioses. Comprobaremos si la pátina del miedo vela la expresión y la desdibuja hasta borrar la voluntad. O si, por el contrario, entre las arrugas que acumulan cansancio y desdichas, un impertinente gesto de esperanza se atreve a elevar la mirada.

El domingo veremos si a pesar de la avaricia de sus gobernantes, de la asfixia salvaje que, irónicamente, lleva el nombre de rescate, de todo el cúmulo de abusos que ha hundido al país en el desempleo y ha robado el futuro a los jóvenes, el rostro de Grecia se levanta para clamar por una alternativa. En una Europa que se llama civilizada y democrática, no puede haber países ni instituciones ni leyes legitimadas para inmolar la esperanza de un pueblo.

Las razones de la economía no pueden pisotear las razones de la humanidad. Casi cuatro millones de griegos son pobres. Tres millones no tienen derecho a la sanidad pública. No son datos, son rostros. Solo si con el valor de la ilusión o la rabia de la impotencia saben mudar su semblante vencido, quizá se encuentre un camino más respetuoso con la vida, más solidario con los derechos y con un futuro de esperanza por compartir. Más allá del castigo y la humillación. Quizá así se salve Grecia. Quizá, también así, Europa.